Parábola del hijo pródigo

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“¿Quién era el bueno en la parábola del hijo pródigo?” Un muchacho preguntaba a su catequista. Le habían enseñado el menor por su arrepentimiento. ¿Quién no ha oído mil comentarios sobre la importancia de esta parábola?

Sin embargo, aparte de esta interpretación tradicional en la comunidad cristiana, existe otra desde el punto de vista del judío nazareno con un cariz totalmente diferente. En ella ve explicada la historia del pueblo judío. A la muerte de Salomón, su Casa sufre una profunda división. Se separan el reino de Judá del reino de Israel. La parábola es interpretada como el retorno final de Israel a Judá. Con este enfoque diferente, a la parábola le dan el título “Amor del Padre”.

Yahvé es el personaje central de la narrativa. No es el hijo pecador arrepentido, ni el hermano mayor, sino el padre amoroso. Fundamentan su interpretación con numerosas citas de la Biblia. Así, ven el futuro retorno de la Casa de Israel como la vuelta del hijo pródigo.

La parábola inicia diciendo que un hombre tenía dos hijos. El mayor representa al reino de Judá, y el menor al reino de Israel. Este último pidió a su padre la parte de la herencia que le correspondía.

Se fue a un país lejano. El hijo menor, con el dinero, emigró a una provincia lejana del Imperio Romano, a una población pagana. (“Israel llama a Egipto y a Asiria”, Oseas.)

Tras haber agotado sus recursos, cuida una piara de cerdos. (“Israel consumirá su tierra y todas sus riquezas”, Oseas.)

Su hambre era acuciante. Estas palabras reflejan la dura realidad del exilio, donde el judío se veía forzado a comprometer sus principios religiosos, cuidar animales impuros (“El cerdo, será impuro para ustedes”, Levítico), y no poder guardar el Shabat (“Acuérdate del día del Sábado, para santificarlo”, Éxodo).

“Volvió hacia sí”. Esta expresión hebrea significa “hacer penitencia”, arrepentirse en polvo y ceniza (“Samaria recibirá su castigo por haberse rebelado contra Yahvé: sus habitantes serán acuchillados, sus niños serán pisoteados y les abrirán el vientre a sus mujeres embarazadas”, Oseas).

Se puso en marcha. Mientras caminaba, elaboraba su petición de perdón. Sin otra esperanza que ser recibido como jornalero y ganarse su sustento. (“Por medio de un profeta hizo subir Yahvé a Israel de Egipto”, Oseas).

Su padre corrió hacia él y lo besó. (David, cuando vio a su hijo asesino Absalón, lo abrazó, 2Samuel). Para un adulto oriental de aquellos tiempos correr era considerado un acto poco digno. El padre no guardó las apariencias indicando cuánto amaba a su hijo perdido (“¿No se conmuevan mis entrañas y se desborde mi ternura por Israel?” Jeremías).

Traigan el mejor vestido… anillo… calzado. En el antiguo oriente, si se deseaba honrar a alguien se le daba una ropa lujosa, Así lo hizo el faraón con José (“Le dio su anillo, lo vistió con ropas finas”, Génesis). El anillo se empleaba para firmar documentos legales. El calzado indicaba que no era esclavo o sirviente.

Hagamos fiesta. Ya lo anunciaba Jeremías: “Lucirás tu belleza bailando, alegremente, con tus panderetas”.

Así como el retorno de los cautivos de Babilonia fue ocasión de una gran fiesta, la vuelta del hijo pródigo es la mejor imagen de la unidad del pueblo judío. ¿Qué te inspira esta versión de la parábola?

Salomón, ¿rey santo o déspota?

EN UNA CONVERSACIÓN entre estudiantes de una clase bíblica se discutía sobre Salomón. Unos decían: “Fue hijo de David”. Otro apuntaba: “Era rico y poderoso”. Uno les recordó la frase “Es más sabio que Salomón”. Yo me preguntaba quién tenía la razón, o si la tenían todos. Lo que sabemos de él está en la Biblia, pero no todo es conocido. Vamos a investigar con cuidado sus páginas.

Salomón consigue ser rey gracias a la manipulación de su madre Betsabé ante David. En aquellos tiempos era costumbre y ley, que el sucesor del monarca fuera su hijo mayor. Ananías, hijo de David, creyéndose heredero, alborotaba al pueblo en su carro con caballos. Y no le faltaba razón: era hijo primogénito de David y de su esposa Jaguit. En un momento de arrebato sus soldados le proclaman rey. Alarmada por esta noticia, Betsabé, madre de Salomón y también mujer de David, fue a recordarle al rey la promesa antes le había hecho: tu hijo llegará al trono. El viejo y desmemoriado David cedió a sus deseos y Salomón, entre aclamaciones, gritos y retumbos del cuerno, fue elevado al trono.

Salomón, una vez rey, tuvo detalles admirables. Durante su oración en el santuario de Gabaón mientras soñaba, el Señor le dijo: “Pídeme lo que quieras y te lo daré”. La respuesta del rey fue de lo más humilde: “Yo soy todavía muy joven y no sé actuar. Concede a tu servidor que sepa juzgar a tu pueblo y pueda distinguir entre el bien y el mal”. El Señor le respondió: “Te doy un corazón tan sabio e inteligente como nadie lo ha tenido antes que tú”. Este fue el principio de su universalmente conocida sabiduría.

En una de sus visitas al templo Salomón elevó una humilde oración: “¿Podría Dios en realidad habitar en la tierra? ¡Si los cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerte, cuánto menos lo podrá esta Casa que he construido!” Y empieza su súplica: “Cuando el pueblo es aplastado por sus enemigos, cuando se cierra el cielo y no hay más lluvia, cuando el país sufre una peste y hambruna, cuando hayan pecado contra ti.” A todas estas calamidades terminaba con la súplica: “Escucha Señor desde lo alto de los cielos”. Así fue la religiosidad de Salomón.

¿La Biblia sólo nos presenta una imagen prestigiosa de Salomón? ¡No! Hay una segunda versión no tan complaciente. Llegó a ser como un pequeño faraón que tomaba decisiones despóticas. No fue un soldado valiente como su padre ni buscó granjearse al pueblo. Las riquezas de su palacio atraían a los príncipes orientales, cuando el pueblo estaba pasando hambre. Ciertamente construyó grandes murallas para la ciudad. Para realizar estas obras eligió Jeroboam, hombre fuerte y de gran valor. Él, por mandato del monarca, estaría encargado de someter a trabajos forzados a los obreros y constructores. A lo cual se resistió. Salomón reacciona brutalmente y trata de asesinar a Jeroboam, pero éste huye y se refugia en Egipto. Nos cuenta la Biblia, que al enterarse de la muerte del rey, regresaría a Jerusalén.

Y, así fue. Parece que Salomón tenía dos caras. Piadoso, sabio y rico. Explotador, déspota, cruel, brutal. O, ¿no fue así? ¿Qué opina usted de la figura de Salomón?

Imágenes e ídolos

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Ilustración: Rafael Domingo

“La Iglesia Católica adora a los ídolos”. “La Biblia prohíbe las imágenes”. Éstas frases y otras parecidas se escuchan con frecuencia. Seguramente las ha oído usted en conversaciones con amigos o conocidos. Pero, ¿qué hay de verdad en estas afirmaciones? Ya se sabe, si una mentira se repite muchas veces, la gente termina por creer que es verdad.

Una compañera de trabajo pentecostal me repetía con frecuencia el tema de “los ídolos en la Iglesia Católica”. Un día le pedí que me mostrara su cartera. Muy confiada la abrió. Vi una foto y le pregunté: “¿Quién es el de la foto?” Dándole un beso respondió: “Es mi hijo”. “¿De veras?”, le contesté. “Bueno, es la fotografía de mi niño”, concedió. Pues en la Iglesia Católica ocurre lo mismo tenemos fotos, pinturas e imágenes que representan a Jesús, a María, o a los santos. Obviamente, el niño no estaba en la cartera,sólo su foto,pero la besó como si estuviera presente.

Si se ha de estudiar en la Biblia el tema de imágenes e ídolos, no se puede olvidar sino recordar con veneración el primero de los mandamientos, que se encuentra en el libro del Éxodo. “No tendrás otros dioses fuera de mí. No te hagas ningún ídolo”.

Sabemos que después de su larga estancia en Egipto, en su paso por el Mar Rojo y al caminar por el desierto, el pueblo de Israel descubre a Yahvé como el único y supremo Ser.

Sin embargo, al llegar a la tierra prometida se encontró con un confuso y diversificado mundo religioso, lleno de dioses, con atrayentes cultos y prominentes templos.

La cita del Éxodo condena la pléyade de ídolos y dioses paganos de su entorno. El texto, por tanto, es una defensa al Dios único de Israel y un rechazo a la multitud de dioses presentes en forma de postes pintados y de piedras verticales. El ídolo era un dios. Ya lo decía Isaías: “Todos los que confían en los ídolos dicen a las estatuas fundidas: «Ustedes son nuestros dioses»”. El mandamiento no tiene nada que ver con imágenes religiosas de nuestro tiempo.

Hay una gran diferencia entre imágenes e ídolos. El ídolo es un dios falso, por tanto rechazable. Una imagen es la pintura, estatua o fotografía que representa a alguien o algo.

¿Prohíbe la Biblia las imágenes? No, prohíbe ídolos. Dios quiso proteger a Israel de las prácticas idólatras, pero ellos frecuentemente las practicaban. Los profetas hablaron en nombre de Dios y se llevaron a cabo muchas reformas para purificar las malas costumbres. Dios no te prohíbe tener imágenes. Al contrario, él mismo mandó hacer imágenes. Vamos a mostrar tres ejemplos.

1. Los dos querubines construidos por Moisés y colocados encima del Arca de la Alianza.

2. Ante las mordeduras de serpiente, el Señor le dijo a Moisés: “Hazte una serpiente ardiente y colócala en un poste. El que haya sido mordido, al verla, sanará”.

3. El rey «sabio» Salomón hace imágenes. Coloca en las paredes del templo dos grandes querubines de cinco metros de alto. Además, habían esculpido doce bueyes de bronce para sostener la pila de agua colocada a la entrada del templo.

Obviamente estas imágenes no eran idolátricas sino símbolos que inspiraban al pueblo en el culto al verdadero Dios. Jesús mismo se compara con la imagen de la serpiente de bronce de Moisés. Y no la condena. Es más, dice: “Así también tiene que ser levantado el Hijo del Hombre”.

Lo que la Biblia prohíbe no son las imágenes, sino los ídolos. Nosotros nunca adoramos las imágenes, solamente las respetamos o veneramos.

¿Tienes alguna imagen religiosa preferida?