Las reliquias de San Valentín

Las reliquias de San Valentín llegaron a España como un regalo a los reyes de España en el siglo XIX.

En la calle Hortaleza, en Madrid, España, se encuentra la parroquia de San Antón. La llaman “la iglesia de las puertas abiertas” pues nunca cierra y cualquier persona puede usar el WiFi y los desamparados pueden dormir, comer, tomar algunos euros y hasta pedir medicinas.

Pero esta parroquia no solo es conocida por sus gestos humanitarios, sino también porque allí están los restos de San Valentín, un mártir cristiano de la época del Imperio Romano. Existen tres tradiciones sobre quién fue ser realmente San Valentín. Una de ellas habla de un obispo de la ciudad de Interamma, conocida hoy como Terni, en Italia. La segunda también trata de un obispo llamado Valentín de Recia, quien vivió en el siglo V y la tercera, la más conocida, dice que Valentín era un médico romano quien se convirtió al cristianismo y se hizo sacerdote.

Durante el año 270 después de Cristo, el emperador Claudio II prohibió que las personas jóvenes se casaran porque, según él, los solteros que no tenían hijos eran mejores soldados. Pero a Valentín esta medida le pareció injusta y empezó a casar en secreto a parejas jóvenes desafiando la orden del emperador. El emperador se enteró de lo que hacía Valentín, lo llamó al palacio, según la leyenda, allí el futuro santo habló a Claudio II sobre su fe, algo que cautivó al emperador, pero quien finalmente lo mandó a decapitar por consejo del gobernador de Roma, la muerte de Valentín fue el 14 de febrero del año 270.

El papa Gelasio I designó el 14 de febrero del año 494 como el primer día oficial de San Valentín, esta celebración fue incluida en el calendario litúrgico tradicional y se celebró por la Iglesia Católica hasta el año 1969, cuando fue eliminada la celebración después del Concilio Vaticano II bajo el papado de Pablo VI.

Las reliquias del santo de los enamorados llegaron a España en el siglo XVIII cuando el papa se las envió al rey Carlos IV como un regalo. Desde 1984 las reliquias de San Valentín fueron instaladas en la parroquia de San Antón. Los visitantes llegan a esta parroquia y si caminan al altar a la derecha hay una reja y detrás de ella hay un cuadro donde San Valentín recibe la comunión, debajo hay un pequeño altar y a la izquierda se puede ver la urna con las reliquias del santo con un letrero que dice “Reliquias de San Valentín” y en otro letrero se lee “Patrón de los enamorados”.

En los barrotes de las rejas que protegen las reliquias de San Valentín las parejas dejan lazos, que toman luego de depositar una donación o diezmo, con sus nombres y la fecha en que visitaron la parroquia, a la izquierda se pueden dejar los mensajes y peticiones al santo de los enamorados.

El Dios Santo

“¿CUÁL ES TU SANTO PREFERIDO?”,le preguntaron a unos niños en el catecismo. La pregunta formaba parte de la lección sobre los santos. Las respuestas eran numerosas, sorprendentes y llamativas. Con tantos santos como tiene la Iglesia, era fácil escoger. San Roque, por el perrito. Santa Lucía, porque cura los ojos. San Miguel, por las ferias del pueblo. San Antón, por el cerdito. San Mateo, por las corridas de toros. Ninguno eligió a Dios. ¿Es que no es santo? ¿Qué nos dice la Biblia?

Illustraciones: Rafael Domingo
Illustraciones: Rafael Domingo

Ana, la madre del profeta Samuel, exclamaba alborozada: “¿Quién es santo como Yahvé?” Pero, ¿qué significa santo? Originalmente la palabra santo tiene un doble significado: “separación” (de lo profano) y “pureza” (cerca de lo sagrado). Según la concepción antigua, la santidad es una fuerza misteriosa relacionada con el culto.

En el primitivo Israel, ciertos objetos, lugares, tiempos y personas eran la parte visible de la santidad. Las vestiduras rituales de los sacerdotes estaban cargadas de esa fuerza misteriosa. No podían utilizarse fuera del culto. Eran sagradas o santas. En el momento tan trascendental de la ceremonia de la alianza, Moisés recibe una orden: “Que purifiquen hoy y mañana; que laven sus ropas”. En principio no parece tener mucho sentido el lavado con la gran ceremonia, pero sí cuando se relaciona con la santidad de Dios. Ya en los tiempos del desierto se vivía lo excelso de la santidad de Yahvé.

Los objetos empezaban a ser santos cuando se les sustraía de lo profano y se los reservaba a la divinidad.

El aceite de uso doméstico era al distinto de las unciones rituales. Las ofrendas de corderos asados pertenecían a lo sagrado y solo podían comerlos los sacerdotes del templo. Santos son los lugares donde habita la divinidad. Los patriarcas visitan con devoción sencillos santuarios que eran lugares sagrados. Moisés tiene que quitarse las sandalias. Santa era la tienda donde se guardaba el Arca de la Alianza. Santo era en el templo de Jerusalén el “santo de los santos”. Jerusalén es santa porque allí Dios se manifiesta. Son santos los lugares donde Dios habita.

Los días consagrados a Yahvé son santos, como el sábado y las grandes fiestas.

Ante Yahvé, Abraham se siente presa de terror. Job enmudece. Moisés y Elías se cubren el rostro. Isaías en su visión se siente perdido. Daniel desfallece rostro en tierra. La gente se pregunta: “¿Quién puede subsistir ante Yahvé, ese Dios santo?”

Después de encontrar su salvación cruzando milagrosamente el Mar Rojo el pueblo entona entusiasmado: “¿Quién como Tú, glorioso y santo?”

Entre los profetas, la santidad de Dios toma un aspecto moral. Él está por encima de lo injusto o deshonesto. En sus oráculos defienden la justicia y el derecho. El Santo de Israel es profanado por las iniquidades de su pueblo. Donde mejor ha entendido el pueblo la santidad de Dios es en el culto del templo. Los salmos no se cansan de celebrarla: “Al son del arpa y con la cítara te entonaré salmos, oh Santo de Israel.”

María, en el Magnificat, proclama la santidad de Dios: “El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí: ¡Santo es su Nombre!” Los Seres Vivientes del Apocalipsis repiten día y noche: “Santo, santo, santo es el Señor Dios, el Dueño del universo”.

¿También usted proclama la santidad del Altísimo?