San Jenaro, obispo y mártir

SAN JENARO (272 – 305) se lo recuerda y celebra en Italia y en las comunidades de inmigrantes italianos dispersas por el mundo desde el siglo VI. En Estados Unidos, los napolitanos se encomendaron a su santo patrono de la misma manera como lo habían hecho en su patria.

Recurrieron a él para que los protegiera de enfermedades infantiles, polio, influenza y tuberculosis, que eran comunes en sus barrios pobres.

La ciudad de Nueva York lo celebra con un colorido festival durante once días a partir de cada segundo jueves de septiembre. Se realiza desde 1926 como una iniciativa de la comunidad napolitana. El festival tiene lugar en la calle Mulberry, entre Houston Street y Canal Street con música, vendedores, juegos y, sobre todo, mucha comida. Lamentablemente, este año, 2020, ha sido suspendido debido a la pandemia del COVID-19. La Misa Solemne y la Procesión, parte del festival, sí se celebrarán, con las medidas requeridas.

San Jenaro fue obispo de Benevento. Al estallar la terrible persecución de Diocleciano a los cristianos fue hecho prisionero cuando iba a visitar a sus compañeros: Sosso, diácono de Miseno; Próculo, diácono de Pozzuoli; y los laicos Euticio y Acucio. Todos fueron arrojados a los leones, pero las bestias solo les rugieron. Los acusaron de usar magia y los condenaron a morir decapitados cerca de Pozzuoli.

El cardenal Crescenzio Sepe de Nápoles sostiene el relicario con la sangre de San Jenaro.

Personas piadosas recogieron un poco de la sangre de San Jenaro y la guardaron. Esta sangre, depositada en un relicario especial, ha dado lugar al milagro que generalmente ocurre cada año desde hace siglos, y que aunque muchos lo cuestionan, nadie puede explicarlo: su sangre pasa de ser una masa seca a estado líquido (licuefacción) en tres celebraciones durante el año; en la traslación de sus restos a Nápoles el sábado anterior al primer domingo de mayo; en su fiesta, el 19 de septiembre; y en el aniversario de su intervención para evitar los efectos de una erupción del volcán Vesubio en 1631, el 16 de diciembre. En estas fechas, ante la presencia de los fieles, el obispo o un sacerdote presenta la reliquia con la sangre frente a la urna que contiene la cabeza de San Genaro. Agita el relicario y la masa de sangre se torna líquida con un color rojizo que a veces burbujea. Luego anuncia: “¡Ha ocurrido el milagro!”.

Ante el cuestionamiento del milagro y de la misma reliquia —porque no hay registros sobre el culto a San Genaro anteriores al año 431—, sabemos que el sacerdote Uranio se refiere al obispo Jenaro como a alguien que claramente se le consideraba un santo reconocido. En los frescos pintados en el siglo V en la “catacumba de San Jenaro”, en Nápoles, aparece el santo obispo con una aureola en que figura el anagrama de Cristo y la inscripción: Sancto Ianuario. Las reliquias, después de estar en varios lugares, finalmente en 1497 se trasladaron con toda solemnidad a la Catedral de Nápoles donde desde entonces se honra y venera a San Jenaro como su patrono principal. Celebramos su fiesta litúrgica el 19 de septiembre.