Actualidad

Para todos los ucranianos, el 24 de febrero se convirtió en el punto de partida hacia el inevitable camino a la victoria del bien sobre el mal

Mi mañana comenzó con una llamada telefónica desde el hospital, era mi mujer, que está embarazada, y que no podía pagar con su tarjeta de crédito. Yo estaba tranquilo, solo pensaba en cómo darle una solución para que no se preocupara. En la pantalla decía “error del sistema”. Este banco es uno de los más orientados a ayudar a los clientes, pero había un extraño problema con los fondos, tan raramente que ni siquiera puedo recordarlo.

Una luz roja parpadeó en mi cabeza como una premonición de algo desconocido. Y, de repente, se produjo una avalancha de comunicados de colegas periodistas que advertían de que había estallado una guerra a gran escala en Ucrania con ataques dirigidos a infraestructuras estratégicas.

¿Hubo una sensación de pánico? No. ¿Había miedo? ¡Por supuesto que sí! Pero no fue un miedo paralizante, al contrario, puso en marcha todos los procesos en los que mi familia y yo habíamos estado trabajando, probablemente durante tres meses.

Como era de esperar, ansioso tomo una mochila, me meto en el auto y voy a recoger a mi mujer. En el camino llamo rápidamente a mis padres, les cuento lo que ha pasado y les advierto para qué tenemos que prepararnos.

De camino a la residencia universitaria donde vivimos, acompañados por las sirenas y las noticias de la radio, mi mujer y yo discutimos apresuradamente el plan de acción. Ante unas condiciones desconocidas, tomamos la decisión consciente de quedarnos en el país y hacer todo lo que estuviera en nuestras manos para ayudar.

Tenía la sensación de que el día iba a ser eterno, y eso que sólo había pasado la primera hora desde que se conoció la noticia. Cuando una guerra a gran escala tiene lugar en tu propio país, la cuenta regresiva es muy diferente. Te das cuenta de que cada minuto que no suenen las sirenas, ahora cuenta mucho. La gente corría en masa a los supermercados, gasolineras y otros lugares para comprar suministros. Se formaron colas increíbles en la ciudad, pero nosotros nos quedamos en casa porque ya habíamos previsto los suministros necesarios con anterioridad.

En medio del pánico, el trabajo del día continuó. Comenzaron las reuniones interminables, se cancelaron los eventos planificados, los encuentros y las cosas familiares perdieron su importancia a causa de la guerra. La prioridad del día fue la seguridad de los estudiantes. Afortunadamente, la administración de la universidad se preocupó por adelantado de proporcionar alojamiento, agua, medicinas y alimentos, ya que comprendía que no todos podrían volver a casa. Pero lo peor es que los estudiantes del este de Ucrania no tendrán ningún lugar a donde volver….

Era la cuarta hora de la guerra. Recuerdos de fragmentos de conversaciones con los alumnos en los que se les aseguraba que estábamos convencido de que ellos están a salvo y que no deben actuar llevados por las emociones.

Las siguientes horas también se pierden en constantes conversaciones, coordinaciones y esfuerzos por hacer algo útil: lo importante es no entrar en pánico.

Probablemente sean las 8 o las 10 de la noche: las acciones ya están acordadas. Se sabe cuáles de los estudiantes permanecerán en el campus. La universidad comienza a trabajar en el voluntariado para tejer redes de camuflaje, recoger suministros para el ejército y preparar todo para la llegada de migrantes de otras zonas, que han sido menos afortunadas, no solo ahora, sino durante varias décadas o incluso cientos de años.

Recuerdo ese estado de euforia cuando en 2013 Ucrania se reveló contra el presidente Yanukóvich, que traicionó al país, pero entonces no éramos una nación tan unida. En ese momento, el este y el oeste de Ucrania tenían algunas diferencias políticas. Ahora somos un único monolito en el que no hay Ucrania oriental y occidental, sino que hay un único Estado que se ha unido contra el agresor y está luchando.

En conversaciones con la gente, empezamos a recordar cómo hace unos meses pensábamos en si Rusia atacaría o no. Ya entonces dije con rotundidad que era algo inminente: sólo faltaba saber la fecha. En ese momento, pensé que estaríamos sin guerra durante casi dos semanas más, pero la realidad era otra. Mirando hacia atrás, me gustaría que esas palabras hubieran sido sólo un sueño….

La tarde del primer día termina con una oración por todos los que han muerto en los ocho años de guerra. Pero ahora la cuenta atrás ha vuelto a empezar: ocho años y un día. Así, nos olvidaremos de la estación, de las horas, de los días de las semanas y del descanso. A partir de ahora, cada uno de nosotros contará el tiempo de forma diferente: ocho años y un día, es lo que nos acerca a la victoria.

El autor es el padre Mykola Motruk, un sacerdote casado de rito bizantino de la diócesis greco-católica de Kolmyia, Ucrania. El P. Mykola es licenciado en comunicación social y actualmente trabaja como manager en el departamento de Comunicaciones de la Universidad Católica Ucraniana en Lviv.
La Iglesia greco-católica ucraniana es una de las 24 Iglesias sui iuris en plena comunión con Roma.