Alberto Restrepo es un colombiano de 70 años de edad que recorre las calles de Queens ofreciendo las artesanías que él y su esposa elaboran.
Llegó a Estados Unidos hace más de 20 años, “para ver si se podía sacar adelante a los hijos y darles buen estudio; y se logró”, explica Alberto con una sonrisa de satisfacción por el deber cumplido.
Nació en el municipio de Betania, en el departamento de Antioquia. Su esposa está en Colombia “porque no le gusta aquí”, como él lo explica. Tiene dos hijos mellizos, un hombre y una mujer de 32 años.
“Yo lo que vendo es todo lo que es artesanal, pulseras, llaveros, escapularios, rosarios, manillas, la mayoría de estas cosas las hacemos con mi señora”, cuenta Alberto sobre la variedad de productos que lleva en su carrito y ofrece por las calles, locales y restaurantes de Queens Boulevard.
Junto a su esposa aprendieron a hacer estas artesanías de manera empírica. “Hace muchos años aprendimos a hacerlo nosotros. Ella es muy buena para esto. Ella mira en internet, observa diseños y los hace”, explica este emprendedor colombiano.
Llegó a Estados Unidos como muchos inmigrantes, con el sueño de trabajar duro para sacar adelante a su familia. Desde ese momento empezó a vender artesanías. En ese tiempo las vendía a las afueras de un reconocido restaurante colombiano en Queens, el dueño del restaurante, en aquel entonces, le dio un espacio dentro del establecimiento para que vendiera sus artesanías. Allí duró 15 años, pero cuando su benefactor murió, los nuevos dueños no dejaron que Alberto siguiera con su puesto de ventas.
Con la creatividad de los paisas, decidió empezar a andar la calle, como dice él, “sin importar el frío o el intenso calor, después de tener salud y que Dios lo tenga bien, lo demás no importa”.
“En esta época salgo después del mediodía y regreso a las 8:00 p.m. El recorrido mío es desde la calle 79 hasta la 90 y regreso por el otro andén y así hago este circuito unas cuatro veces”, cuenta Alberto sobre su rutina de ventas diaria.
“En verano trabajo seis días y en invierno cinco días. Eso sí, cuando el clima lo permite. Cuando no salgo, me quedo en la casa haciendo pulseras y los encargos que me hacen o para tener inventario”, agrega Alberto.
Su clientela es mayoritariamente colombiana. “El 80% son colombianos, en su mayoría son muchachos que les gustan las pulseras del Cali, del Nacional, del América”. Esos son equipos de fútbol muy populares en Colombia.
La cara de don Alberto es reconocida en diferentes restaurantes de la zona. Sin embargo, él reconoce la dificultad de las ventas en este momento. “Anteriormente vendía más. Afortunadamente, cuando más necesitaba para darles estudio a mis hijos, pude hacerlo. Mi hija estudió diseño audiovisual y ahora tiene un buen trabajo en Bogotá; y mi hijo vive aquí y se casó con una muchacha francesa”. Su hijo le dio tres tesoros, sus nietos, con quienes disfruta en este país.
Alberto también trabaja por encargo, pero ya no recibe pedidos grandes, pues no tiene tiempo y, como él lo dice, “por la edad ya no me rinde”. Después de su jornada laboral, Alberto llega a su casa, prepara su cena y trabaja en sus nuevos surtidos hasta las 10:00 p.m.
“Hay gente que sí aprecia el valor de estos artículos hechos a mano, hay otros que no. En algunas ocasiones me hacen mala cara y son déspotas, pero hay otros que me tratan muy bien”, cuenta Alberto.
A diario él camina entre siete a ocho millas, es una rutina desgastante. “Muchas veces he pensado en devolverme a
Colombia, pero aquí estoy. Pero yo no puedo dejar el trabajo, si yo dejo esto me enfermo, porque me mantiene activo, yo no puedo estar quieto. Sí pienso irme en dos años y venir a visitar a los nietos”.
Alberto es una persona profundamente católica, devoto del Divino Niño y del Señor de los Milagros de Buga. Sabe que en sus planes cuenta con Dios. “Uno no puede hacer planes sin contar con Él”, afirma.