CADA AÑO, DEL 15 DE SEPTIEMBRE al 15 de octubre, se celebra en los Estados Unidos el Mes de la Herencia Hispana. El propósito es celebrar el aporte de los hispanos a la historia, la sociedad y la cultura estadounidenses.
La sexta parte de la población de este país, unos 56 millones de habitantes, son de origen hispano. En el Suroeste de la nación y en la Florida, la presencia hispana precede por más de dos siglos la existencia misma de los Estados Unidos. La impronta de ese grupo crecerá en las próximas décadas.
Por eso este mes, además de una celebración de tradiciones y valores culturales, es siempre una reflexión sobre el pasado, el presente y el futuro de los hispanos en este país. Este año es diferente. El Mes de la Herencia Hispana llegó marcado por dos tragedias: el terremoto en México el 19 de septiembre y el devastador paso del huracán María por Puerto Rico al día siguiente, el 20 de septiembre.
El terremoto de México dejó un saldo de 355 muertos, miles de heridos, decenas de edificios derrumbados o en peligro de derrumbe. En medio de los innumerables relatos de tragedias, la muerte de 19 niños y 7 adultos en la escuela Enrique Rébsamen, y la de 12 miembros de la familia durante un bautizo en el municipio de Atzala, Puebla, fueron quizás los símbolos de la tragedia vivida por todo un país.
El otro símbolo ha sido la respuesta de solidaridad de los mexicanos de a pie, convertidos de pronto en rescatistas que se negaban a abandonar los sitios de los derrumbes hasta sacar al último sobreviviente o la última víctima que hubiesen quedado sepultados entre los escombros.
El huracán María, al día siguiente, dejaría a la Isla del Encanto convertida en un rosario de tragedias de un extremo a otro: 16 muertos hasta el momento, millones de personas sin electricidad, y una gran escasez de alimentos, medicamentos y hasta agua potable, y miles de personas sin hogar.
Un largo calvario se ha iniciado para los habitantes de la Isla, y nadie puede predecir con certeza cuánto va a durar, ni cuáles van a ser las consecuencias a largo plazo.
De los 56 millones de hispanos que vivimos en Estados Unidos, el 72% son mexicanos o puertorriqueños. Estas tragedias tocan muy de cerca de la inmensa mayoría de nuestra comunidad, y nos conmueve a todos.
Y ante esta realidad, el Mes de la Herencia Hispana adquiere un tono diferente, donde el dolor y la solidaridad se mezclan y se expresan en todo un abanico de emociones y esfuerzos.
En días como estos se confirma lo que todos en esta Diócesis de Brooklyn sabemos de memoria: cada cosa que sucede en el mundo resuena aquí propia. Nuestra diócesis, que aunque lleva el nombre de “Brooklyn” abarca Brooklyn y Queens, es el retrato del mundo. De veras, aquí nada humano nos es ajeno. Nuestras calles son un mosaico de todas las culturas, las etnias, las nacionalidades, las religiones y las costumbres.
La mitad de los católicos de esta diócesis le reza a Dios en español. Y en español se pregunta hoy por qué suceden los desastres naturales, cómo un Dios bueno permite el sufrimiento, quién escuchará nuestras oraciones. No son preguntas fáciles de responder en un día soleado y en paz. Mucho menos tras catástrofes que nos han arrancan lágrimas de dolor y desesperación.
Y esa conexión cotidiana y vital con el lugar de origen es una de las diferencias esenciales entre los inmigrantes de hoy y los de hace un siglo. No somos ya aquellos aventureros que desembarcaban un día en Ellis Island y —en la mayoría de los casos— nunca más volvían a ver de sus familias. Todos los lazos anteriores se resumían a cartas esporádicas, si acaso.
Hoy las comunicaciones permiten una continuidad del trato y el cariño que antes resultaba imposible. Y por eso también cada huracán —en el Caribe decimos “ciclón” habitualmente— y cada terremoto, cada desgracia nos desvela en esta ciudad que nunca duerme.
Pero también nos permiten estar más cerca, en solidaridad con los que sufren. El viernes 29 de septiembre, monseñor Nicholas DiMarzio, obispo de Brooklyn, celebró una Misa de Unidad y Solidaridad por México en la Concatedral de San José. El 20 de octubre, monseñor DiMarzio celebrará también una misa por Puerto Rico.
Orar es la primera respuesta de la comunidad de fe ante el dolor, pero la oración va seguida de la solidaridad. La Iglesia en Estados Unidos, así como la Diócesis de Brooklyn, han iniciado numerosos esfuerzos para recaudar y enviar ayuda a las víctimas de los desastres en ambos países. Cada uno, con su oración y con su ayuda material —en la medida de sus posibilidades— debemos sumarnos a estos esfuerzos.
En la Primera Epístola a los Corintios, San Pablo nos recuerda que en la fe no podemos decir que somos ni “de Pablo” ni “de Apolo”, pues todos seguimos a un mismo Señor. Podríamos decir ahora que en los momentos de dolor, ninguno de nosotros es de México ni de Puerto Rico, ni de República Domicana ni de Ecuador, sino que todos somos hermanos de una misma patria grande, conmovidos hasta los huesos por el dolor de nuestros hermanos.
Hagamos que el Mes de la Herencia Hispana este año sea, para todos por igual, el Mes de la Solidaridad Hispana.