PARA MUCHOS, VENEZUELA atraviesa por el peor momento de su historia. Hemos pasado por conflictos, crisis de todo tipo y, como todo país, hemos tenido desastres naturales que nos han hecho vivir graves momentos. Pero nunca se había observado un deterioro general de estas dimensiones.
Estamos en guerra no declarada — pero con todas las características y consecuencias de una conflagración—, con un gobierno que no solo no le hace frente a la tragedia sino que parece ajustarle como anillo al dedo para mantener la polarización de la cual han vivido y acentuar la dependencia del Estado. Y sin luz al final del túnel.
Ante este panorama, el Presidente de la Conferencia Episcopal, Mons. Diego Padrón, Arzobispo de Cumaná, pronunció duras palabras durante la Asamblea Anual de obispos en enero pasado: “Todo ello ejemplifica una verdad patente, elemental y conclusiva: en la historia venezolana de los últimos cincuenta años —si no más— los ciudadanos no habíamos atravesado una etapa tan dura, incierta e injusta… En la historia del país ningún gobierno había hecho sufrir tanto —por acción y omisión— al pueblo como el que ahora administra formalmente las funciones… nuestro país está muy mal, con gran desesperanza…Venezuela está cubierta por un manto de oscuridad”.
Según el más reciente estudio Encovi que realiza un equipo multidisciplinario de investigadores de tres de las más importantes universidades venezolanas, entre las cuales figura la Católica Andrés Bello, en un año la pobreza se ha duplicado en Venezuela. Eso quiere decir que 350.000 hogares cayeron en pobreza de 2015 a 2016.
Mientras tanto, el gobierno persiste en la aplicación del Socialismo del Siglo XXI, el modelo responsable de lo que parecía imposible: la quiebra de un país petrolero. Y se niega rotundamente a permitir que Cáritas reciba y distribuya los alimentos y medicinas que desesperadamente reclama la población y que tantos países y organizaciones han ofrecido donar.
La organización católica Cáritas es una institución respetada mundialmente y a la que se le ha permitido desarrollar sus iniciativas humanitarias bajo dictadores de todo pelaje.
Como acertadamente han recordado los obispos, el desabastecimiento dramático de alimentos y medicinas es la negación palpable de una economía sana. La inseguridad y la violencia incontrolada es la negación de la capacidad de gobernar con justicia y orden. La corrupción y la injusticia sistemática imperantes son la antítesis de la honestidad y la verdad.
El control absoluto de las finanzas, del derecho a la libre expresión y la persecución contra la disidencia son la negación de la confianza, la libertad y el diálogo. Como si todo esto fuera poco, la delincuencia ha convertido al país en el “más peligroso del planeta” a tenor de la reciente calificación de una firma dedicada a tales investigaciones. Algunas nos colocan por encima de los países señalados como los tradicionalmente primeros en niveles de corrupción.
La reciente exposición del Vicepresidente de Venezuela como directamente vinculado al tráfico internacional de drogas, quien ha sido incluido en la lista de narcotraficantes especialmente designados, de la Oficina para el Control de Bienes Extranjeros del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, ha colocado al gobierno en una situación nada confortable.
Antes, ya había fracasado el intento de diálogo entre el gobierno y la oposición con la facilitación que ambas partes habían solicitado de la Santa Sede. También a las acciones y omisiones –recordemos que puede haber pecado en ambas- la Iglesia se refirió sin esguinces: “En ese marco, por honestidad y deber de justicia, los Jefes de algunos partidos políticos de la Oposición deberían admitir que en los días del Diálogo no se comportaron a la altura de las circunstancias”.
La opinión pública resultó francamente impactada por ese mensaje que tanta verdad contenía y que, ciertamente, marcó un antes y un después en el debate político nacional. En términos muy criollos, no dejó títere con cabeza. El gobierno ni siquiera atinó a responder. Sólo ataca, como suele hacerlo, por mampuesto: las agresiones contra instalaciones católicas en Venezuela –profanaciones incluidas- y las amenazas a sacerdotes no se han detenido.
Así terminó su intervención el Presidente de los Obispos venezolanos: “En este 2017 no podemos, sin embargo, dejar que nadie ni nada nos robe la esperanza; este no es momento para alimentar la depresión. La desesperanza no cabe en quien confía en el ser humano, porque él es criatura redimida por Cristo. El es nuestra esperanza radical. El llamado final es a “desarmar los espíritus”, a desplegar una creatividad solidaria, y a mantener la “esperanza contra toda esperanza”, (Rom. 4,18), porque la última palabra le corresponde siempre a la vida y la justicia, la verdad y el amor. Desde los valores del Evangelio, en especial solidaridad y acompañamiento, presentes en la persona del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37), la Iglesia en Venezuela, con la gracia de Dios, seguirá ofreciéndose como hospital de campaña, abierto a todos, curando y socorriendo a todos”.
En nuestra sociedad, concebida como un amplio “bosque”, cada sector, a manera de “árboles”, tiene sus propios planes; es necesario cambiar de metodología de acción. Pasar de la metodología individual o tribal de “conuco” a la de articulación de esfuerzos, modelos y proyectos. Las condiciones de los sujetos llamados a integrar una tal “sinergia institucional” son: honestidad en las actuaciones, promoción y respeto de los Derechos Humanos, defensa de la democracia y búsqueda del bien común.