Segundo mes que intento hablar de la presencia histórica de los hispanos en Nueva York y segunda vez que debo dejarlo por temas más urgentes. Primero fue la estatua de Colón, ahora la independencia de Cataluña. ¡Qué suerte la mía!: nada más se me ocurre hablar de la hispanidad y ya ésta empieza a encogerse. ¿Qué pasará el mes que viene? ¿Argentina pedirá su anexión a Italia? ¿México adoptará el esperanto como lengua oficial? ¿Venezuela iniciará su éxodo hacia el Medio Oriente guiada por el ayatollah Maduro?
El caso es que ahora media Cataluña quiere independizarse de España. Y de la otra media Cataluña. “Todo pueblo tiene derecho a la autodeterminación…” dicen. Como mismo pueden decir “todo adolescente tiene derecho a que le den las llaves de la casa”. O “todo adulto tiene derecho a emborracharse”. ¿Quién va a entender mejor a los catalanes que nosotros los hispanoamericanos? ¿Nosotros, que cada año, y a falta de clasificación para el Mundial de fútbol usamos un aniversario más de nuestra independencia de España como pretexto para abrir unas cervezas y disparar fuegos artificiales?
Pero también ¿quién peor para entenderlos que nosotros mismos? Porque cada vez que nos va mal maldecimos la hora que a nuestros tatarabuelos se les ocurrió quedarse con las llaves de la casa y salir a emborracharse y nos da por recuperar la nacionalidad perdida de nuestros tatarabuelos. Y agradecemos que al otro lado del Atlántico haya algún país donde se hable español para desembarcar en él.
Pero para entender el fenómeno independentista hay que afrontar una realidad evidente para el que conozca de cerca a la Madre Patria. Quien la haya visto alguna vez levantarse desgreñada y legañosa a preparar el desayuno. Y esa realidad es que los españoles, sean de donde sean, nunca se han soportado mucho entre sí.
Si lo quiere comprobar váyase al sitio donde cada pueblo expresa sus interioridades más profundas con mayor franqueza. O sea, a cualquier servicio sanitario público. Entre toda la pornografía artesanal encontrará un letrerito diciendo “Andalucía independiente”; o “Viva Burgos libre”; o “Independencia para Pontevedra”; o “Viva el Frente de Liberación Nacional de Vallecas”. Y en eso de no soportar al resto de los españoles los catalanes demuestran ser más españoles que las alpargatas.
Y es que la palabra “España” ya no enamora a casi nadie. Panamá va a celebrar su clasificación para el Mundial de Rusia hasta que el istmo desaparezca de la faz de la Tierra mientras que España ganó el Mundial y a las dos semanas ya se les pasó. Por alguna razón inescrutable España, con su rica y dilatada historia parece haberse convertido en propiedad exclusiva de un dictador muerto hace más de cuarenta años. Me refiero claro a Francisco Franco Bahamonde. Sacar una bandera española al balcón se considera algo propio de fachas. Por no tener España no tiene ni letra en el himno.
Y el problema a mi modo de ver no es la independencia que, mala o buena idea, deberán decidir en algún momento. Problema serio es el nacionalismo, esa borrachera contagiosa. No es que se te pierda la llave y te vomites los zapatos acabados de comprar. Es que descubras en los zapatos encharcados de vómito una bonita seña de identidad y empiecen a molestarte que otros prefieran usar el calzado limpio.
Porque la tontería además de ridícula es contagiosa. Hay por ahí historiadores catalanistas tratando de demostrar (y no es broma) que Roma fue imperio gracias a los catalanes. O que catalanes eran Cervantes, Santa Teresa de Ávila, Colón (el que llegó a América, no el responsable del exterminio indígena) Américo Vespucci y Leonardo Da Vinci. Pronto aparecerá alguno que querrá demostrar que la rueda y el iPhone son inventos catalanes como la Sagrada Familia y el pan con tomate.
Tan contagiosa es la tontería que ya tenemos al gobierno español queriendo recuperar el amor perdido de Cataluña a base de porrazos y gases lacrimógenos. A partir de ahí no será difícil imaginar a la Madre Patria convertida en una multitud de barrios independientes entre sí. Entonces no quedará otro remedio que mudar el centro de la hispanidad para Miami, ese eje cultural, que de inmediato sustituirá los Institutos Cervantes (ahora dedicados a difundir la lengua catalana) por Institutos de Apreciación del Reguetón. Pero independientemente de lo que ocurra con España el mes que viene les prometo empezar a hablar de la historia de la presencia hispana en Nueva York. A menos que…