Cada año, la edición de enero de Nuestra Voz se publica a fines de diciembre. Así tenemos un periódico cuya fecha indica enero, pero con una portada que generalmente alude a la Navidad, pues la edición llega a las parroquias el fin de semana anterior a las Pascuas Navideñas.
La Navidad es una época nostálgica. En estos días recordamos nuestra niñez, nuestros padres y abuelos… y muchos ya no están con nosotros. Los inmigrantes, en especial, recordamos otras Navidades ahora lejos no solo en el tiempo, sino también en la geografía. Muchos se debaten entre ir a celebrarla a sus países de origen, junto a sus familiares y amigos dejados allá, o quedarse en Brooklyn o Queens, donde probablemente prefieran celebrarla sus hijos.
[Y otros, los inmigrantes indocumentados, no tienen siquiera la posibilidad de hacerse esa pregunta: sólo sueñan con el día en que podrán regresar a sus países y volver al que ahora es, definitivamente, también su país.]
Y en esas rememoraciones nostálgicas y esas dudas entre ir o quedarse, aflora la pregunta de quiénes somos. ¿Cuánto hemos cambiado? ¿Qué queda de la persona que éramos al llegar? ¿Cómo nos miran nuestros hijos, que han nacido o han crecido en Estados Unidos? ¿Hemos logrado adaptarnos? ¿Hemos conservado las cosas esenciales a las que nunca quisimos renunciar cuando partimos de los países donde nacimos?
La fe de nuestros padres
En ese deseo de seguir siendo quienes somos, la fe católica juega un papel central para los latinos. Más allá de la lengua —el español es el idioma en que la mayoría hablamos, aunque no sea el único— la fe católica constituye una de las esencias de nuestra cultura.
Un reciente estudio de Pew Research Center, publicado en octubre, parece indicar que esa esencia se está diluyendo. El estudio al que me refiero tuvo una gran cobertura en los medios de comunicación católicos y seculares, y se convirtió en un tema popular en las redes sociales. El estudio reveló que quienes se describen como ateos, agnósticos o “nada en particular”, representan actualmente el 26 por ciento de la población de Estados Unidos. Hace diez años, ese número era solo 17 por ciento.
El estudio también muestra algo más relevante para los inmigrantes de Latinoamérica: por primera vez, menos de la mitad de los hispanos que viven en Estados Unidos (47 por ciento) se identificaron como católicos.
Es una noticia amarga en muchos sentidos.
En el año 2013, la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (USCCB por sus siglas en inglés) había publicado un estudio sobre la iglesia en Estados Unidos en el que se indicaba que “desde 1960, el 71 por ciento del aumento de la población católica de Estados Unidos se ha debido al aumento del número de hispanos en la población general del país”.
Es decir, mientras la Iglesia Católica en Estados Unidos es cada vez más hispana, la comunidad hispana en este país es cada vez menos católica.
Estos datos, aunque parezcan contradictorios, no son del todo sorprendentes. El inmenso número de hispanos que ha llegado a Estados Unidos durante las últimas décadas es la clave del importante rol que hemos tenido en el crecimiento de la población católica en este país.
Al mismo tiempo, la población hispana ha sufrido cambios que explican la disminución en el porcentaje de inmigrantes latinoamericanos y sus hijos que se identifican como católicos.
En primer lugar, debemos recordar que América Latina es hoy menos católica que en casi cualquier momento de los últimos tres siglos. En el año 2018, Honduras se convirtió en el primer país latinoamericano en el que “el número de protestantes (39 por ciento) supera al de los católicos (37 por ciento) en la población hondureña.” Veinte años antes, el 76 por ciento de los hondureños se identificaba como católico.
En general, según un estudio de la firma de encuestas Latinobarómetro, solo el 59 de la población de América Latina se considera católica, un marcado descenso si se compara con el 80 por ciento de la población que en 1995 se consideraba católica.
De modo que los inmigrantes que llegan hoy desde Latinoamérica no son tan mayoritariamente católicos como los que llegaban en 1990 o 1980.
Pero eso no es todo, por supuesto. A medida que las nuevas generaciones de hispanos nacidas en Estados Unidos se integran a la cultura americana, también reciben la influencia de la progresiva secularización que ha experimentado la población de Estados Unidos en general, como indica el estudio de Pew Research.
Un aspecto de esa tendencia afecta particularmente a las familias inmigrantes hispanas. La transmisión de la fe de una generación a otra es siempre un reto. Las diferencias generacionales entre padres e hijos crean todo tipo de barreras en la comunicación, como todos sabemos. Pero esas diferencias se multiplican cuando se trata de padres inmigrantes e hijos nacidos en Estados Unidos o que han vivido la mayor parte de sus vidas aquí.
Las diferencias culturales e idiomáticas entre las dos generaciones podría ser una de las mayores razones por las que la mayoría de los hispanos de Estados Unidos ya no se identifica como católica.
¿Cómo podemos los hispanos traspasar a nuestros hijos la fe que nos inculcaron nuestros padres? ¿Cómo lo lograron las olas de inmigrantes católicos que nos precedieron?
Tradicionalmente, las escuelas católicas fueron las encargadas de salvar la distancia lingüística y cultural entre los padres inmigrantes católicos y sus hijos americanos. Ese papel fue especialmente importante en las diócesis urbanas como Brooklyn, Nueva York, Boston o Chicago, pues los inmigrantes generalmente se establecen en las ciudades, donde es más fácil conseguir trabajo.
En buena medida, fue en la escuela católica donde la primera generación de americanos de origen irlandés, italiano, polaco o alemán aprendió a integrarse a la cultura de su nuevo país al mismo tiempo que a conservar la fe de sus padres.
Una columna no bastaría para analizar los diversos factores que han provocado la desaparición de tantas escuelas católicas en este país durante las últimas cuatro décadas, desde la disminución de las vocaciones religiosas y los cambios demográficos en las ciudades, hasta la aparición de las autónomas (“charter schools”). Sin embargo, uno de los resultados de esta tendencia ha sido devastador: muchas comunidades inmigrantes no tienen hoy ese “puente cultural”. Y estamos pagando muy caro esa pérdida.
Quizás lo más cercano que tenemos hoy a esos puentes que fueron en su día las escuelas católicas son los movimientos laicales como el Movimiento de Renovación Carismática, las Jornadas de Vida Cristiana, los Cursillos de Cristiandad y el Camino Neocatecumnal. En esos movimientos, muchos padres latinoamericanos comparten la fe católica a sus hijos americanos. Así es como la identidad católica de muchas familias latinas pasa de una generación a la siguiente.
En esta época de Navidad, tan propicia para la nostalgia, sería bueno recordar que nuestra fe, aunque está siempre asociada al recuerdo y el amor de nuestros padres es algo vivo que debemos transmitir a nuestros hijos. Muchos retos enfrenta hoy la propagación del mensaje que Jesucristo, al nacer en un pesebre en Belén, trajo hace dos milenios a la esta humanidad generalmente indiferente. Pensemos que también ese mensaje ha logrado llegar e inculturarse en los diversos ambientes y los lugares más distantes del mundo. También puede entonces propagarse entre la nueva generación de latinos que vive hoy en los Estados Unidos… y en nuestros propios hogares.