Muy importante para los agricultores es la calidad de la semilla que necesitan para sus cultivos. Y con razón, porque toda la producción depende del tipo de semilla usada en la siembra. Por eso, los buenos agricultores eligen cuidadosamente las semillas asegurando así la calidad de su futura cosecha.
Todas las semillas son valiosas y los buenos agricultores jamás desperdiciarían esas preciosas semillas en las tierras no apropiadas. Precisamente esta es la razón por la que tienen que arar y preparar el campo y luego eliminar las malas hierbas que estorban el crecimiento de la semilla.
Algo sorprendente sucede en la parábola que Jesucristo nos cuenta en el evangelio de Mateo 13,1-23. Me gustaría titularla “la parábola del sembrador derrochador”. Es impensable que los buenos agricultores sean tan descuidados como para desperdiciar las semillas en los senderos, en terrenos rocosos o en la parte del campo donde haya arbustos espinosos. Ningún agricultor con sentido común haría eso con las preciosas semillas.
Como todos sabemos, siempre hay un mensaje cifrado en las parábolas. Toca ahora descifrarlo, y por eso preguntamos: ¿cuál es exactamente el punto que Jesús nos quiere comunicar a través de esta parábola? ¿Cómo podemos entender una siembra tan derrochadora? ¿Cómo podemos aplicar este mensaje en nuestra espiritualidad cristiana?
Entendemos que el punto principal de la parábola es sobre el simbolismo de la tierra que recibe la semilla y no sobre la semilla misma. Jesús mismo explica esa parte de la parábola. También nos aclara que la semilla representa la palabra. El sembrador es Dios que tan generosamente siembra las semillas del reino en cada corazón, independientemente del tipo de tierra que tenga.
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Nadie puede decir entonces que no recibió las semillas. Conscientes que todos hemos recibido la semilla, podemos decir que el desafío de hacer crecer la semilla es para todos y no solo para unos pocos elegidos. Aunque, claro que es más fácil que la semilla crezca y que fructifique si la tierra es fértil.
Para todos los que estamos involucrados en el trabajo de evangelización, la generosidad o el despilfarro del sembrador debería ser un desafío para ser generosos. Es placentero e incluso lógico evangelizar en un ambiente receptivo al mensaje. Es difícil, por otro lado, evangelizar a corazones poco receptivos y peor a los endurecidos. Siguiendo el desafío de la parábola, pues, uno no debe temer ser derrochador de la palabra. Hay que sembrar por dondequiera.
Estaba cenando una vez con un sacerdote amigo en un restaurante, cuando se nos acercó un niño curioso y mi amigo le dijo: “Parece que tienes cara de sacerdote. Puedes tener vocación al sacerdocio”. El niño reaccionó con una sonrisa pero asombrado.
No quería que el niño se asustara, y confronté a mi amigo, preguntándole por qué le había dicho eso a un niño desconocido. Y este me respondió: “Estoy simplemente sembrando la semilla”.
Que el aparente despilfarro de la semilla nos inspire a no contar el costo en cualquier esfuerzo de evangelización. Que la extravagancia del sembrador nos inspire a sembrar buenas semillas en todas partes. Debemos decir con San Pablo: “¡Ay de mí si no predicara el evangelio!” (1 Cor. 9,16).
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Mons. Jonas Achacoso es canonista y autor de “Due Process in Church Administration. Canonical Norms and Standards”, Pamplona 2018. Es Juez Eclesiástico, Delegado de los Movimientos Eclesiales y Administrador de la Iglesia Corpus Christi (Woodside, NY). Su columna Derecho y vida puede leerse en la edición mensual de Nuestra Voz. Síguelo en Twitter.