Este 3 de abril, los católicos celebramos el día de la Divina Misericordia. Este año esa fiesta se celebra en medio del Año de la Misericordia promulgado por el papa Francisco.
Para mí y mi familia es una fiesta especial, pues mi madre es devota del Señor de la Divina Misericordia. En 2006 yo estudiaba en Bogotá, Colombia, y mis padres y mi hermana vivían en Cali, donde mis padres se dedicaban a la educación. El 17 de abril un jovencito entró a la oficina de mi madre, forcejeó con ella y le disparó hiriéndola en el cuello.
“Yo oí una voz que me dijo que me tirara al suelo”, recuerda mi madre. Y eso hizo ella, mientras el delincuente salía gritando “la maté, la maté”. La reacción de mi madre fue taparse con una toalla la herida del cuello. Algunos niños del colegio donde ella era rectora llamaron a mi padre, quien estaba en el segundo piso dictando una clase.
En medio de la confusión y debido a la demora de la ambulancia, un taxi fue el mejor vehículo para llevarla a la clínica. En el camino ella le indicó al taxista por donde ir más rápido, llamó a mi hermana para decirle lo que había pasado. En Bogotá a las 9:07 a.m. me llamó mi hermana para contarme lo sucedido.
Inmediatamente tomé un vuelo para Cali para ver a mi madre. A decir verdad en ese momento pensé que había fallecido y que no querían decírmelo a distancia. Cuando llegué a la clínica lo primero que pedí fue verla. Cuando entré a la habitación donde la tenían recuerdo verla sentada en una silla de ruedas, con un cuello ortopédico y con la bata que tenía puesta ensangrentada.
La escena no daba sino para pensar en algo trágico. En ese momento recordé a un ex entrenador de fútbol de Colombia, Luis Fernando Montoya, a quien por robarlo le dispararon en el cuello y quedó cuadrapléjico.
Cuando nos reunimos con el médico sus palabras no podían ser más alentadoras: “A ella no le pasó una bala, lo que le pasó fue un ángel”. No le pasó absolutamente nada: su tratamiento, por increíble que parezca, fue solamente con acetaminofén.
“Para mí no es algo increíble, fue el Señor de la Divina Misericordia quien puso su mano sobre mí y me salvó, a él le debo mi vida”. Así explica mi madre lo que fue un milagro. “Casos como el suyo, uno en mil y cero en cien”, así explicó el médico lo que sucedió.
Por eso este 3 de abril, el Día de la Divina Misericordia, mi madre, mi padre, mi hermana, y ahora mi esposa y yo, celebramos un nuevo renacer: el día que el Señor de la Divina Misericordia le dio una nueva oportunidad de vida a mi madre.