(A continuación reproducimos la homilía predicada por el obispo DiMarzio en la misa de acción de gracias el pasado 30 de octubre en conmemoración del 20 aniversario de su ordenación episcopal).
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS EN CRISTO:
En primer lugar, les agradezco su presencia en la celebración de mis 20 años en el ministerio episcopal. Cuando pienso en estas dos últimas décadas, por supuesto, fue para mí una sorpresa que me pidieran que aceptara el episcopado. Cuando el nuncio de entonces, ahora cardenal Agostino Cacciavillan, me llamó y me dijo en italiano: “Chiedere niente e ri utare niente”, más tarde comprendí que habían sido las palabras de San Francisco de Sales: “No pedir nada, no rehusar nada”. En verdad, el entonces arzobispo Cacciavillan quiso decir que deseaba que mi respuesta fuera un sí. Y eso fue lo que contesté, sin saber exactamente qué era lo que me esperaba.
Nuestra segunda lectura de hoy fue la misma que usé en 1970 en mi primera misa como sacerdote. Jesús era un sumo sacerdote escogido entre los hombres. De hecho, mi hermana Donna, que en aquel momento estaba en la escuela secundaria, hizo un cartel donde escribió esa frase: “Un hombre entre los hombres”.
Un sacerdote es escogido de entre los hombres para servir como representante ante Dios. En realidad, el episcopado acentúa esta misión del sacerdote. Uno siempre sigue siendo sacerdote. El servicio del episcopado es siempre el servicio del sacerdocio. A veces el aislamiento del episcopado se siente como una pesada carga. A veces resulta muy difícil estar separados de la familia, los amigos y sacerdotes conocidos, especialmente si estás sirviendo en una diócesis que no es la tuya.
No obstante, la gran alegría del episcopado es la que hoy deseo compartir con ustedes. Ya lo he dicho antes, he estudiado los dos directorios para obispos que nos dan las pautas sobre cómo actuar. La sugerencia que quizás sea más reveladora es que “el obispo debe ser padre, hermano y amigo de sus sacerdotes”. El año pasado, creo que fui capaz de armar ese rompecabezas que es bastante difícil de resolver. ¿Cómo puede un obispo ejercer todos esos papeles para con los sacerdotes? Pues sí, el obispo puede ser padre de sacerdotes más jóvenes, hermano de sus contemporáneos y amigo de los mayores que él. En mi ministerio episcopal, he procurado hacer lo mejor posible. Sin embargo, nunca sentimos la satisfacción total del uso de este ministerio apostólico en la Iglesia.
Hace poco nuestro Santo Padre, el papa Francisco, se dirigió a los nuevos obispos en el más reciente “Curso anual de formación”. Nunca participé en estos cursos, porque no existían cuando fui ordenado. Durante el último curso, el Santo Padre dio una charla titulada “Haced pastoral la misericordia”. Supongo que en este Año de la Misericordia el papa Francisco quiso enfatizar este aspecto del ministerio episcopal.
Abordó algunos puntos interesantes, y estoy tratando de evaluarme por lo que dijo. De lo primero que habló fue de la “emoción de haber sido amados antes”, como lo reconocieron los apóstoles. Pero esa “emoción” era, al mismo tiempo, una carga, una carga de la que dijo: “Dios nos libre de dejar de sentir esa emoción, de domesticarla y vaciarla de su potencia ‘desestabilizadora’”.
Personalmente, creo que esa “desestabilización” es parte del ministerio episcopal. Tan pronto como uno piensa que todo está en orden, sucede algo nuevo. Durante estos 13 años de obispo de esta Diócesis en Brooklyn y Queens, cada día ha aparecido un nuevo problema. Estos años nunca han sido aburridos, pero también han sido un desafío.
El Papa mencionó a los nuevos obispos su pasaje favorito en el Evangelio, el llamado de Mateo, de donde eligió su propio lema ponti cio: “Miserando atque eligendo”. Jesús tuvo misericordia de Mateo y lo escogió. Yo he sentido esa misma misericordia de Dios al elegirme con ciertos talentos, pero también con ciertas de ciencias para seguirlo y para guiar a la Iglesia, como dice el Santo Padre: “La tarea de hacer pastoral la misericordia”.
La misericordia pastoral, como nos enseña el papa Francisco, es la que “pone un límite al mal”, citando a su predecesor Benedicto. Y pone un límite al mal, porque cuando la misericordia no se ejercita, el mal parece tomar el control. De vez en cuando, un sacerdote me dice, “a pesar de todas sus faltas, Monseñor, usted siempre ha sido muy bueno cuando tenemos algún problema”. Bueno, espero que esto sea cierto, ya que he puesto todo mi empeño en conseguirlo, porque los más necesitados de misericordia son los que más problemas tienen. Sin misericordia, el mal que ellos experimentan —ya sea personal o externo— nunca acabará.
Más adelante en su discurso, el Santo Padre hizo tres recomendaciones para que un obispo pudiera hacer misericordia pastoral. En primer lugar, dijo que los obispos deben ser “capaces de encantar y atraer”. Escuchándolo así, parecería ser lo mismo que hace un mago. Por suerte, he podido atraer a mis sacerdotes a través del liderazgo, con ese “remar mar adentro” como digo a cada rato, a veces exageradamente, tratando de mirar las cosas que han funcionado en el pasado, intentando repetir las cosas que salieron bien y sobre todo vislumbrar lo que necesitamos para el futuro.
Respecto al trabajo de formación, el Santo Padre menciona lo siguiente: “Hoy en día se pide demasiado fruto a árboles que no están lo suficientemente cultivados”. Luego continúa diciendo: “Piensen en la emergencia educativa, en la transmisión de contenidos y valores, en el analfabetismo emocional, en las guías vocacionales”. Estoy seguro de que el trabajo de iniciar a las personas en la fe —ya sea a los laicos o a quienes siguen un llamado a la vida sacerdotal o religiosa— es hoy más complejo que nunca. Es un mundo donde la cultura no apoya a aquellos que desean entregarse completamente al servicio del Señor.
El papa Francisco insisten en que la solución de este problema es dejar al obispo “el cuidado de la intimidad con Dios, fuente de la posesión y la entrega de sí mismo, de la libertad para salir y entrar de nuevo”. Sólo siendo un hombre de oración, como el que trato de ser, podemos atraer y formar a otros en el servicio del sacerdocio.
La misericordia cura. La misericordia hace milagros. El Papa también recordó a los nuevos obispos “ser obispos con el corazón herido por una misericordia como la suya y, por lo tanto, ser incansables en la humilde tarea de acompañar al hombre que Dios ha puesto en tu camino”.
El icono del Buen Samaritano, imagen del Año de la Misericordia, nos recuerda que la mayoría de los obispos deben ser los que acompañan a los heridos en el camino, cargándolos sobre nuestros hombros y llevándolos a los lugares de rehabilitación donde pueden ayudarlos a que regresen al servicio del Señor.
Y por último hoy, deseo dejarlos con esta propuesta que marcará los próximos tres años de mi episcopado aquí en Brooklyn y Queens: el reclutamiento de jóvenes para el sacerdocio para la Diócesis de Brooklyn.
Cuando mi madre aún vivía y asistía a la diócesis de Camden, la llevé a la primera ordenación sacerdotal que realicé allí. Después de la ordenación, solos en el auto de regreso a casa, se volteó hacia mí y me dijo: “Ahora sé lo que se supone que es la misión de los obispos: hacer otros sacerdotes”.
Nunca he olvidado sus palabras. Todo lo que el Santo Padre dice es una cosa, pero las palabras de mi madre me han acompañado desde aquel día. Una de las funciones más importantes de un obispo es su misión de hacer nacer a nuevos sacerdotes para que sirvan a la Iglesia.
Para mí, el apostolado vocacional ha sido una prioridad durante estos 20 años. Casi he rozado con la imprudencia insistiendo en que inviten a los jóvenes a nuestras cenas del Proyecto San Andrés. Hemos establecido la Casa del Discernimiento en la Diócesis de Brooklyn que ha tenido bastante éxito. Tenemos un director de vocaciones a tiempo completo y directores de vocaciones asistentes.
Pero sin la ayuda de todos nuestros sacerdotes, el trabajo de reclutamiento nunca será exitoso. Les pido de manera especial que me hagan este regalo. Mi secretaria, Joanne, siempre me está diciendo: “Me han estado preguntando qué podrían regalarle… ¿qué necesita?” La mayoría de las veces no le respondo, ya que realmente no necesito nada. Lo que necesito para cumplir mi ministerio episcopal aquí entre ustedes en Brooklyn y Queens es llenar las las de aquellos que se preparan para el sacerdocio para nuestra diócesis. Durante los últimos años, hemos sido afortunados con el número de ordenaciones a la vida sacerdotal, pero si miramos hacia el futuro, realmente necesitamos más vocaciones.
Hace poco recibí una carta de uno de nuestros hermanos pidiéndome que proclamara el “Año de las Vocaciones”, ya que el Año de la Misericordia está terminando. Espero responder a esa petición. Si quieren colaborar en mi ministerio episcopal —si quieren hacerme feliz, si me he esforzado por hacerlos felices— por favor, apóyenme, lo mejor que puedan, a descubrir y reclutar jóvenes a la vida sacerdotal y religiosa para esta diócesis en Brooklyn y Queens. Solo así podremos cumplir lo que hemos escuchado en la primera lectura, para que el Espíritu del Señor descienda sobre los jóvenes y así continúen la obra del Mesías, llevar la Buena Noticia a los pobres, consolar a los que sufren y ser ungidos con el aceite de la alegría en la ordenación.