EL PAPA FRANCISCO ha hecho reiterados llamados a globalizar la solidaridad.
Este llamado es una urgente invitación a construir puentes de solidaridad para alcanzar las periferias sociales donde muchas veces la esperanza se ve sofocada por la injusticia social y el egoísmo. Este llamado está en consonancia con el magisterio petrino de sus predecesores: la Iglesia Católica, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, busca el crecimiento y desarrollo integral de cada ser humano.
Uno de los rasgos sobresalientes de la historia de la Iglesia en el último siglo ha sido la asimilación y el progreso constante de su doctrina social. Es una línea de pensamiento que se ha articulado a través de numerosos
documentos papales y conciliares con los que la Iglesia da respuesta a los retos de la sociedad moderna.
Juan XXIII, Juan Pablo II y Benedicto XVI incluyeron los derechos humanos en la doctrina social católica como las “condiciones necesarias para la promoción y el respeto de la dignidad humana”. Como resultado, el tema de la solidaridad surgió en la Iglesia como el reconocimiento de la dignidad de la persona humana como ente social que se desarrolla en el seno de una sociedad particular.
Según Meghan Clark, para promover los derechos humanos las personas necesitan la colaboración mutua y la reciprocidad.
La solidaridad emerge como una firme determinación de promover el bien común para todos los miembros de la sociedad. La solidaridad enfatiza entonces la naturaleza social constitutiva de la persona humana reconociendo al mismo tiempo la dignidad humana y los derechos de todos los miembros dentro de la comunidad.
Este concepto de solidaridad ha sido abordado en la Doctrina Social católica desde diferentes perspectivas. Por ejemplo, el papa Pablo VI en su encíclica Populorum Progressio enfatiza el desarrollo como un proceso solidario que busca al mismo tiempo el desarrollo de la persona y de la comunidad. Juan Pablo II se centró en la libertad y la responsabilidad de llamar a la solidaridad diciendo que la persona es el objeto y el sujeto de cualquier actividad social y de desarrollo.
Sin embargo, el mundo sigue sufriendo hoy una crisis de la solidaridad y como consecuencia, los individuos construyen su estructura social particular, y las diferentes instituciones sociales que la integran como la economía, la educación, la política y la justicia, basados en principios que afectan el bien común, impidiendo que la persona humana alcance su dignidad plena. Por lo tanto, la relación de interdependencia entre los individuos, las sociedades y las naciones tiene que pasar de una relación utilitarista a una participación en la solidaridad humana.
Este llamado del Papa Francisco a globalizar la solidaridad, nos invita hoy, como pueblo latino en los Estados Unidos, a caminar para salir al encuentro de aquellos que están en las periferias. En la exhortación apostólica, La Alegría del Evangelio el papa nos dice que “cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres”.
En este marco se comprende el pedido de Jesús a sus discípulos: “¡Dadles vosotros de comer!” (Mc 6,37), lo cual implica tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres, como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos”.