Opinión

Amoris laetitia: la familia del tercer milenio

Hace unos días, el papa Francisco publicó la exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia (“La alegría del amor”), en la cual marca las pautas sobre la institución matrimonial para el Tercer Milenio. En dicho documento se llama a la reflexión a los católicos sobre la familia y el matrimonio recogiendo los aportes brindados por los obispos y cardenales reunidos en los dos sínodos celebrados durante su pontificado.

Los sínodos, como los conocemos hoy en día, fueron actualizados por el papa Pablo VI al finalizar el Concilio Vaticano II. Su finalidad primordial no es otra que la de brindar ayuda y consejo al Papa en su misión de dirigir la Iglesia. A través de esta milenaria institución, el Papa mantiene una relación de trabajo directa con los obispos de distintas partes del mundo, evitando un distanciamiento con las regiones.

El documento —que consta de 9 capítulos, divididos en 325 apartados y casi 270 páginas en su versión en español—, hace un recuento del matrimonio y de la familia. Ésta última es señalada como el eje de la sociedad: “El bien de la familia es decisivo para el futuro del mundo y de la Iglesia”. Se analizan los debates que la sociedad actual está dando acerca del matrimonio, y la dificultad que están encontrando los contrayentes para mantenerlo vivo. El peligro que representa un “individualismo exasperado”, que huye de los compromisos apoyado en la libertad, convirtiendo la relación en un lugar de paso, como si no existieran “verdades, valores, principios que nos orienten, como si todo fuera igual y cualquier cosa debiera permitirse”.

Es notable cómo el Papa llega a afirmar que en esta crisis ha tenido parte de responsabilidad la Iglesia, presentando el matrimonio como un “ideal teológico”. Ha faltado presentarlo más como un camino dinámico de desarrollo y realización, que como un peso a soportar toda la vida. Las crisis matrimoniales se afrontan superficialmente, “sin un diálogo sincero y perdón recíproco”. “Los fracasos dan origen a nuevas relaciones, nuevas parejas, nuevas uniones y nuevos matrimonios, creando situaciones familiares complejas y problemáticas para la opción cristiana”.

Se presentan una serie de actitudes que ayudan a sobrellevar la relación en una forma armónica. Reconoce que la precariedad laboral, la poca oferta de empleo, las largas jornadas laborales, el tiempo de desplazamiento al lugar de trabajo, no ayudan a la relación de pareja e impiden una mayor interacción con los hijos, quienes “tienen derecho a recibir el amor de una madre y un padre, ambos necesarios para su maduración integra y armoniosa”.

En lo referente a los hijos, la exhortación les recuerda a los padres que “la educación integral de los hijos es obligación… de  los padres. El Estado ofrece un servicio educativo de manera subsidiaria. La escuela no sustituye a los padres sino que los complementa. Una formación ética eficaz implica mostrarle a la persona hasta qué punto le conviene a ella misma obrar bien”.

Sin renunciar a la figura del matrimonio, frente a los divorciados y vueltos a casar civilmente el Santo Padre los acepta como miembros vivos de la Iglesia, y les marca un camino para reintegrarse en la comunidad eclesial, en forma descentralizada, a través de los pastores, quienes discernirán cada caso particular, de acuerdo a “las enseñanzas de la Iglesia y la orientación del obispo”. Esta conversación con el sacerdote requiere la demostración de unas conductas que permitan garantizar que la pareja está en “la búsqueda sincera de la voluntad de Dios”…. “El discernimiento debe ayudar a encontrar los posibles caminos de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites”.

La exhortación apostólica, llena de citas del magisterio al igual que de escritores latinoamericanos y líderes sociales desde Jorge Luis Borges y Carlos Fuentes, hasta Santo Tomás de Aquino o Martin Luther King, es un documento, además de religioso, realista, que muestra las dificultades que sufren las familias del tercer milenio, el enorme esfuerzo que deben llevar a cabo con los hijos para hacer de ellos personas de bien, al igual que la actitud de acogida para recibir de vuelta a bautizados que, por circunstancias de la vida, se apartaron de la Iglesia mediante un matrimonio distinto al católico. Si muchas de estas recomendaciones fueran atendidas con sinceridad y compromiso, la convivencia en nuestra  sociedad sería más fácil y sincera.