“El sacerdote es un hombre que nace en determinado contexto humano, ahí aprende los primeros valores, absorbe la espiritualidad del pueblo, se acostumbra a las relaciones. También los sacerdotes tienen una historia, no son ‘hongos’ que surgen de improviso en la Catedral el día de su ordenación […] No se puede ser cura creyendo que uno ha sido formado en un laboratorio, no; comienza en la familia con la tradición de la fe y con toda la experiencia de la familia”, dijo el papa Francisco en su discurso al Congreso de la Congregación para el Clero en noviembre de 2015.
“Un buen sacerdote es ante todo un hombre con su propia humanidad, que conoce su historia, con sus riquezas y sus heridas, y que ha aprendido a estar en paz con ella, alcanzando la serenidad de fondo, propia de un discípulo del Señor. La formación humana es pues una necesidad para los sacerdotes, para que aprendan a no dejarse dominar por sus limitaciones, sino más bien a sacar fruto de sus talentos”, agregó en dicha ocasión el Santo Padre.
Muchos católicos desconocen el largo y exigente camino que sus sacerdotes han tenido que recorrer hasta llegar a su ordenación. Todos, en cambio, reconocemos que al convertirse y formar parte de una comunidad religiosa, ellos realizan votos de castidad y obediencia.
Sin embargo, saber que ellos son quienes consagran el Cuerpo y la Sangre de Cristo debería bastar para reconocer su admirable vocación, respetarlos y apreciar su compañía en el camino de quienes aspiramos algún día ir al encuentro del Señor.
A ellos constantemente se les critica, juzga, señala y exige muchas veces desconociendo que son seres humanos como nosotros y por tanto también tienen sus emociones, sus momentos buenos y los no tan buenos. Su “trabajo” es nuestra salvación eterna, un estándar imposible de igualar en cualquier otro oficio. Además de ser pastores, hacen las veces de administradores de parroquias, sicólogos, terapeutas y motivadores; y son ese oído siempre atento para sus feligreses.
“Hay que dejar de lado esos prejuicios de que como el sacerdote no permite que yo haga lo que quiero entonces es mala persona, muy duro con nosotros o no nos entiende. La gente cree que puede hacerlo todo y olvidan que la Iglesia es madre y maestra, que nos enseña y nos corrige. Es como nuestros padres que tienen la opción de permitirnos hacer todo o de formarnos”, asegura el padre Carlos Quijano, párroco de la iglesia Santísimo Sacramento en Jackson Heights (Queens).
Por su parte el padre Manuel de Jesús Rodríguez, párroco de la Presentación de la Santísima Virgen en Jamaica, Queens, afirma que “la vocación sacerdotal exige una entrega como en ninguna otra área porque se trata de acompañar a la comunidad en un proceso que no termina más que con la muerte”. El padre Rodríguez afirma, además, que “el sacerdote es la mano de Dios que ayuda a aquel o aquella que se deja ayudar por Él. Experimentar esa gran alegría, satisfacción y profundo gozo al saber que eres esa mano, es algo que no tiene precio”.