CORDOBA, México (Por David Agren/CNS)—. La caravana de emigrantes que viene avanzando a través de México rumbo a Estados Unidos, llegó a la capital del país, donde la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, el santuario mariano más visitado del mundo, ha abierto su puertas para convertirse en refugio temporal de los peregrinos centroamericanos.
Al menos 1,000 migrantes partieron el 5 de noviembre desde Córdoba, 190 millas al sureste de la Ciudad de México, con la esperanza de dar el impulso final hasta la capital nacional. A este grupo se les unió otro que venía desde Puebla, más cerca de la Ciudad de México, donde habían recibido asistencia y dormido en las parroquias.
Esta caravana partió el pasado 12 de octubre desde San Pedro Sula, Honduras, y aumentó de tamaño mientras se movía hacia el norte. Sus intergrantes han cruzado las fronteras y pasado bloqueos policiales, han dormido en las aceras y en las plazas de la ciudad y han sufrido enfermedades y lesiones provocadas por largas caminatas en climas cálidos e inclemente.
Los católicos que trabajan en el tema de la inmigración en América Central dicen que las caravanas se han convertido en una de las formas preferidas de viajar a través de México, donde comúnmente se cometen delitos contra los inmigrantes que viajan solos o en pequeños grupos. Las caravanas, dicen, ofrecen seguridad en números y hacen innecesario pagar las altas tarifas que a menudo exigen los traficantes de personas.
En entrevistas en el sur de México, la mayoría de los inmigrantes dijeron que estaban huyendo de una combinación de violencia, pobreza y una incapacidad para subsistir en el triángulo norte de América Central: Honduras, Guatemala y El Salvador, tres de los países más pobres y violentos del hemisferio.
La caravana ha captado la atención de los medios de comunicación internacionales y ha sido supervisada por todos, desde las comisiones estatales de derechos humanos de México hasta sacerdotes y religiosos y organizaciones de la sociedad civil, algo que los observadores dicen que ha impedido que la policía, que desea evitar un incidente vergonzoso, actúe contra ellos.
“Nos sentimos protegidos. Hay gente de los derechos humanos, monjas, la Iglesia Católica, la Cruz Roja”, dijo Edwin Paz, un mecánico de 41 años que salió de Honduras con su esposa, embarazada de dos meses y medio, y con un hijo adolescente.
Paz intentó viajar a través de México por su cuenta hace una década, subiendo a un tren conocido como La Bestia. Fue detenido por la seguridad ferroviaria en el norte de México y se le pidió pagar 200 dólares, que no tenía, por lo que posteriormente fue entregado a la policía y deportado.
“Los mexicanos de buen corazón nos han estado ayudando”, nos dijo en un refugio en Córdoba.
Las parroquias del sur de México han alimentado a los migrantes y han recolectado ropa y zapatos para ellos. Algunos mexicanos humildes han ofrecido lo que pueden: platos de frijoles, arroz y tortillas; bolsas de plástico llenas de agua; y ropa usada en buen estado.
Un grupo de religiosos de Los Misioneros de Cristo Resucitado, que incluye enfermeras, médicos y psicólogos, que trabajan con el apoyo de Caritas México, ha instalado una carpa en cada parada, donde atienden problemas médicos como pies heridos, torceduras y esguinces, y niños con tos, resfriados y fiebres.
“Tienen que aferrarse a algo fuerte”, aconsejó la hermana Antonia Becerra, líder de los religiosos que trabajan con migrantes, en una asamblea de participantes de caravanas en la ciudad de Pijijiapan. “Y no hay nada más fuerte que Jesucristo”.
A medida que la caravana avanzaba a través del estado de Veracruz en la costa del Golfo, una zona notoria por los delitos cometidos contra los migrantes, los miembros de los Misioneros de Cristo Resucitado comenzaron a ayudar a los participantes de la caravana acompañándolos para hacer las rutas más seguras, pensando que los automovilistas serían más confiados si veían personas con hábitos religiosos.
“En nombre de la caridad, por favor llévese a dos personas”, preguntó el hermano Jonathan Ortiz, vestido con su hábito negro y agitando un pañuelo rojo, a un conductor cerca de Sayula, Veracruz. Este conductor no recogió a ningún pasajero, pero otros sí estuvieron dispuestos a ayudar.
Los religiosos pidieron zapatos, mantas y suéteres cuando la caravana llegó al centro de México, donde la altitud alcanza los 7,000 pies y las temperaturas nocturnas son frías.
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, dijo que la caravana no será bienvenida y que enviará tropas a la frontera con México antes de su posible llegada.
El gobierno mexicano ha ofrecido a los participantes de la caravana permisos de trabajo temporales y beneficios sociales. En una declaración emitida el 3 de noviembre, informó que 5,347 migrantes de la caravanas estaban en el país, de los cuales 2,793 habían presentado sus solicitudes como refugiados.