De una granja en Suramérica al sacerdocio en Brooklyn
Por Paula Katinas
El padre Néstor Martínez se desempeñaba como diácono transitorio en la Parroquia de la Divina Misericordia, en Williamsburg, mientras esperaba con ansias su ordenación el pasado 27 de junio. “Me gusta trabajar aquí”, le confesó días antes a Nuestra Voz. “Existe un sólido ministerio juvenil”.
En la Divina Misericordia, una concurrida parroquia llena de familias jóvenes con niños pequeños, el padre Martínez, que proviene de una numerosa familia, se siente como en casa. “Somos 10 hijos. Tengo cuatro hermanas y cinco hermanos. En casa éramos 12, contando a mi madre y a mi padre”, dice.
Tener nueve hermanos significa vivir en una casa repleta de gente. Pero al padre Martínez le gustaba que fuera así. “Fue muy bueno. Así el trabajo se comparte”, bromea.
A sus 35 años, el padre Martínez ha tenido que superar muchos obstáculos en su camino hacia el sacerdocio, incluida una situación financiera que ensombrecía sus perspectivas educacionales y una barrera idiomática que amenazaba con no dejarlo avanzar, ya que durante la mayor parte de su vida no habló nada de inglés.
Nació y se crió en Colombia. Su familia vivía en una granja en las afueras del municipio de Molagavita, en el departamento de Santander, ubicado en la región noreste del país. “Vivíamos en una granja a cinco millas de la ciudad”, cuenta.
La vida en la granja era difícil, pero a él no le importaba. Por un lado, tener una familia numerosa de cierto modo garantiza que siempre hay suficientes manos para repartirse las labores. Por otro lado, su familia es muy religiosa y esto le ayudó a entender que todo en la vida tiene un propósito mayor. “Orábamos a diario y rezábamos el Rosario. Mi madre hacía Novenas”, recuerda.
La familia asistía a misa todos los domingos en la Iglesia de San Pedro y San Pablo.
Desde niño le encantaba leer y le fue bien en la escuela, pero no pudo matricular en la universidad. “No teníamos suficiente dinero para que mi padre nos enviara”, dice. Sintió el llamado a ser sacerdote a una edad temprana. “Tenía 13 años. Pero ya desde entonces estaba absolutamente convencido de que quería entrar al seminario”, afirma.
Para responder a ese llamado le tomó algunos años, pero pudo lograr su objetivo con la ayuda de un amigo. “Hablé con él muchas veces sobre lo que quería y cómo yo sentía que debería estar sirviendo a Dios. Mi amigo me dijo ‘Déjame preguntarle a un sacerdote’. Después tuve una entrevista con ese sacerdote. Estaba muy sorprendido. Todo fue muy rápido. Se supone que es un proceso que requiere discernimiento y mucho tiempo para pensar. Pero el sacerdote me entrevistó y me dijo de inmediato que podía entrar al seminario”, dice.
El padre Martínez matriculó en un seminario en Antioquia, en el noroeste de Colombia. “Allí estudié filosofía”, agregó.
Aunque el padre Martínez siempre tuvo muy claro que estaba destinado a la vida sacerdotal, al principio no fue fácil adaptarse al estilo de vida en el seminario. “Me costó trabajo. No estaba acostumbrado a ese tipo de vida. Tienes que concentrarte”, recordó.
Hasta que se adaptó. “Después de un par de meses, me di cuenta de que estaba en el lugar correcto”, dijo.
Le gustaba estar cerca de sus compañeros seminaristas, que tenían entre 19 y 35 años.
“Los profesores fueron muy buenos. La mayoría eran sacerdotes. Había un laico que fue uno de mis mejores maestros. Era muy devoto. Rezaba el Rosario todos los días”, recuerda el padre Martínez.
A medida que avanzaba con sus estudios, comenzó a pensar en trasladarse a los Estados Unidos. Él y algunos de sus colegas seminaristas conversaban con frecuencia sobre el hecho de que muchas diócesis en EE.UU. atravesaban una crisis de vocaciones sacerdotales simultáneamente con un aumento de la feligresía hispana. “Queríamos ir a un lugar donde no hubiera suficientes vocaciones. Allí podríamos ser más útiles y servir a Dios donde más nos necesitara. Entonces decidí que quería venir aquí”, dice.
Antes de establecerse en la Diócesis de Brooklyn hizo un par de paradas. La primera fue en la Diócesis de Paterson, New Jersey. “Estuve allí dos años y medio. Estudié inglés en la Universidad de Rutgers en Newark”, explica. “Al principio, mi inglés era bastante malo. Fue mi mayor obstáculo a superar”, añade.
Después de dos años y medio, abandonó la Diócesis de Paterson y fue al Colegio y Seminario de los Santos Apóstoles (Holy Apostles College and Seminary) en Cromwell, Connecticut, para estudiar teología. Luego se trasladó a la Diócesis de Brooklyn, donde dice que se siente como en casa. “Me gusta Brooklyn. Aquí conviven muchas culturas, muchos idiomas. Es una gran oportunidad para aprender”.
¿Cómo ve él su misión de sacerdote? “Me gusta hacer de todo un poco. Trabajar como misionero para Jesús es bueno”, dice.
En su tiempo libre, al padre Martínez le gusta leer. “Ahora estoy leyendo comentarios bíblicos”, responde.
Desafortunadamente, su familia no podrá viajar de Colombia a los Estados Unidos para acompañarlo en su ordenación, porque en medio de todas las restricciones a causa del coronavirus “no pudieron obtener las visas”, explica.
Por el momento, lo acompañaran en la distancia y ya podrán celebrarlo cuando él pueda viajar a Colombia.
Después de vivir una “vida plena”, pasa la página y se hace sacerdote
Por Paula Katinas
Dios llegó tarde a la vida de Peter Okajima, pero él cree que es mejor tarde que nunca.
El padre Okajima, de 59 años, que está a punto de ser ordenado en la Diócesis de Brooklyn, recorrió un camino indirecto hacia el sacerdocio. Durante su trayectoria, creció en una familia donde no se hablaba de religión, se casó y tuvo dos hijos, se divorció, se anuló su matrimonio y trabajó en el frenético mundo de las altas finanzas.
“He gozado de una vida plena”, confesó a The Tablet. “Tengo una vocación tardía”.
Un estudio de 2018 realizado por el Centro para investigaciones aplicadas al apostolado, de la Universidad de Georgetown, descubrió que la edad promedio de los hombres en los seminarios es de 35 años.
Okajima recientemente finalizó sus estudios en el Seminario Papa San Juan XXIII en Weston, Massachusetts. “Es una institución maravillosa, muy especial”, dijo. Admitió que se sintió bastante nervioso cuando entró al seminario. “Me preguntaba si podría estar en un entorno académico riguroso y prosperar. Hoy me complace decir que puedo”, dijo.
Cuando mira atrás, a su pasado, sonríe.
“Era un hombre casado, con dos hijos y un excelente trabajo muy bien remunerado. Supongo que se podría decir que estaba viviendo el sueño americano”, recuerda.
Sin embargo, en el fondo, siempre sintió que algo le faltaba. Y se dedicó a descubrir qué era.
Okajima nació en Manhattan y se crio en Queens. Asistió a la escuela pública 174, la secundaria Russell Sage Junior High School y la preparatoria Forest Hills High School. Luego se graduó de la Universidad de Dartmouth, donde completó una doble especialización en Economía e Historia.
“Dios estuvo ausente durante gran parte de mi vida. La religión no era absolutamente un tema de conversación durante mi crecimiento”, dijo el padre Okajima, cuya madre y difunto padre eran estadounidenses de origen japonés. “Lo que siempre estuvo presenta fue la cultura japonesa. Mis padres intentaban ser protectores. Querían que yo fuera estadounidense y que fuera parte de esa cultura”, dijo.
Su padre, Robert, era budista. Su madre, Kiyoka, era sintoísta. Temiendo la discriminación, los Okajimas no practicaban ninguna religión y tampoco alentaban a sus hijos a que lo hicieran. Peter Okajima creció cuestionando la existencia de Dios.
Su padre, nacido y criado en Japón, se desempeñó como traductor de japonés del personal del general Douglas McArthur durante la rendición japonesa, a bordo del acorazado USS Missouri, donde se dio fin a la Segunda Guerra Mundial.
Su madre, Kiyoka Okajima, nació en Japón, pero había pasado la mayor parte de su vida en los Estados Unidos. Ella fue una de los miles de japoneses enviados a campos de internamiento en los EE.UU. durante la Segunda Guerra Mundial. En la década de los 80, estaba entre los japoneses-estadounidenses que recibieron una carta formal de disculpa del presidente Ronald Reagan.
“Mis padres nunca nos hablaron de la guerra”, dijo el padre Okajima.
Al salir de la universidad, el padre Okajima entró a trabajar en finanzas, en Wall Street, iniciando una carrera de rápido ascenso. Su vida personal también funcionaba sin problemas. Se casó y tuvo dos hijos.
Pero comenzó a tener una persistente sensación de que le faltaba algo. Entonces se detuvo para hacer un examen de conciencia y, en lo profundo de su ser, escuchó una voz que le decía que fuera a la iglesia. Y le hizo caso.
El padre Okajima fue a la iglesia, se reunió con un diácono y se unió al programa RICA (Rito de iniciación cristiana para adultos) de la parroquia. Un año después de haber puesto por primera vez un pie en la iglesia, recibió los sacramentos. Se convirtió en un miembro activo de la parroquia y descubrió que su relación con Jesucristo se había consolidado.
“Entonces, me sorprendió que su llamado no era solo para una relación personal, sino para el sacerdocio”, dijo.
Se rio al principio. “En lo primero que pensé fue en mi edad, por supuesto. Y luego estaba el hecho de que estaba casado”, dijo.
Los sacerdotes católicos hacen un voto de celibato.
“Pero como son las cosas de la vida”, añade.
Su esposa le pidió el divorcio. Sus hijos se hicieron adultos. Y él decidió entregarse a Jesucristo.
Aún así, estaba la cuestión de su edad.
El año pasado, en una conferencia en el seminario, Okajima recuerda haber asistido a una fiesta en el jardín y hablar con un invitado que se preguntó en voz alta sobre la sabiduría de preparar hombres mayores para el sacerdocio.
“Dijo que seguramente se saca mucho más provecho preparando a hombres más jóvenes, hombres que tienen el potencial de servir durante más años como sacerdotes, que formando a alguien tan viejo como yo. Le respondí que tenía un buen punto desde un enfoque puramente rentable. Pero tal vez, dije, tal vez Dios quiera que su iglesia tenga algunos sacerdotes con experiencias de vida similares a las personas sentadas en los bancos”, dijo el padre Okajima en su discurso.
El Seminario Papa San Juan XXIII está diseñado para estudiantes adultos. Los compañeros de clase del padre Okajima eran otros hombres que, como él, habían vivido una vida plena, como médicos y abogados, antes de entregarse a Jesucristo. “Hay personas de todo Estados Unidos y del mundo. Estar allí fue una experiencia rica y diversa”, dijo.
Matriculó allí por recomendación de Mons. Nicholas DiMarzio, quien lo animó a estudiar para la vida sacerdotal en un entorno propicio para seminaristas adultos. “Estoy profundamente agradecido con el obispo DiMarzio”, reconoció.
El comunismo no rompió su relación con la iglesia
Por Paula Katinas
Dragan Pusic, quien muy pronto será ordenado sacerdote, ha sabido perseverar en su vida, a pesar de vivir bajo el dominio comunista durante muchos años en Croacia, su país de origen, y luego ser testigo de cómo su nación sufrió cuatro agotadores años de guerra.
El padre Pusic, de 54 años, nació en Bosnia, pero su familia se mudó a Zagreb, la capital croata, en 1975, cuando él tenía 10 años. Hasta 1991, cuando el país obtuvo su independencia, Croacia formaba parte de la República Federal Socialista de Yugoslavia. Como él nos cuenta, vivir bajo el comunismo fue difícil porque las personas tenían opciones muy limitadas sobre cómo vivir sus vidas.
Había otra razón por la que vivir bajo ese régimen era difícil. “El comunismo y la religión no son compatibles”, confiesa el padre Pusic a The Tablet. “Mi familia iba a la iglesia todos los domingos. No le caes bien al gobierno cuando haces eso”.
La familia Pusic asistía a la Iglesia Católica de la Preciosísima Sangre, en Zagreb. Desde que cumplió los nueve años y hasta los 14, el Padre Pusic fue uno de los monaguillos que ayudaba en altar. En un giro del destino, la iglesia donde actualmente sirve como diácono transitorio es la Preciosísima Sangre, en Astoria.
Después de que Croacia declarara su independencia de Yugoslavia en 1991, se libró la Guerra croata de Independencia durante cuatro años, entre las fuerzas militares leales al nuevo gobierno y el Ejército Popular Yugoslavo, un grupo de unidades controladas en gran parte por Serbia, otro antiguo estado yugoslavo. La mayoría de los croatas querían que su país se liberara de Yugoslavia y formara su propia nación independiente. Pero muchos serbios étnicos que vivían en Croacia querían que su territorio fuera parte de Serbia.
Las fuerzas croatas prevalecieron. Más de 20,000 personas murieron en la guerra. Si bien el padre Pusic no se vio directamente afectado por la guerra, las señales del conflicto eran visibles por todas partes, dijo.
Después de graduarse de la escuela secundaria, consiguió un trabajo en una planta industrial. “De niño nunca me gustó la escuela y no quería ir a la universidad”, reconoce.
Siguió trabajando durante 20 años, primero en un laboratorio y luego administrando una unidad de operaciones. “Ahí estuve hasta que se declararon en quiebra”, dijo.
Pronto se enfrentó a “un momento de crisis”. A pesar de que era un asiduo a la iglesia, descubrió que se estaba alejando. “Me fui de la iglesia. Comencé a buscar la felicidad en un empleo y en dinero”, dijo.
Pero encontró el camino de regreso.
“Después de unos años, vi que Dios me estaba ayudando a reconocer que la felicidad en la vida es a través de Él. Era natural que yo regresara a la iglesia”, dijo. El padre explicó que fue un regreso espiritual. Nunca había dejado de asistir a misa; pero durante mucho tiempo, no tenía puesto su corazón en ello.
Se unió a un grupo de cristianos carismáticos y participó en clases de educación religiosa para adultos, donde conoció a muchos amigos. “Dios me estaba hablando de una manera diferente, a través de amigos”, dijo.
Hoy el padre Pusic reconoce que esos años fueron los que lo condujeron al sacerdocio.
“Estaba buscando mi lugar en la iglesia. No planeaba convertirme en sacerdote. Mi vocación, simplemente sucedió. Creo que la primera llamada fue ser un buen cristiano. Tenía el deseo de estar más cerca de Dios. Estoy agradecido por lo que Dios hizo por mí en la vida”, dijo.
El padre Pusic, quien vino a vivir a los Estados Unidos hace varios años, se ha estado preparando para el sacerdocio durante una década. Está completando sus estudios en el Seminario Redemptoris Mater en Douglaston.
Con el mundo en medio de una pandemia, “necesitamos más que nunca estar cerca de la iglesia”, expresa.
Su ordenación será “algo sorprendente”, dijo. Pero agregó que no está nervioso, en parte porque la reunión será pequeña debido al COVID-19. “No podrá asistir mucha gente”, dijo.
El padre Pusic ve su papel sacerdotal como un ayudante. “Las personas necesitan ayuda para hacer crecer su relación con Cristo. Quiero ayudar a las personas a involucrarse en la vida de la iglesia”, dijo.
Invitó a casi dos docenas de familiares y amigos de Croacia a asistir a su ordenación, pero no podrán asistir. “La embajada estadounidense cerró. No pudieron obtener las visas”, dijo.
La celebración tendrá que esperar a que yo vaya de visita a casa. “Entonces haremos una gran fiesta”, dijo.
Un viaje de 40 años hacia el sacerdocio
Por Jorge I. Domínguez-López
El padre Gabriel Agudelo-Perdomo, de 58 años, aprendió sus primeras oraciones e historias bíblicas en casa, durante su infancia en una devota familia católica en la ciudad de Bolívar, cerca de Bogotá, Colombia. Es el mayor de tres hermanos. Su hermano menor es sacerdote en la Arquidiócesis de Miami y su hermana psicóloga en Colombia.
Su padre era mayorista en Girardot, una ciudad del departamento de Cundinamarca a donde la familia se había mudado cuando Gabriel todavía era niño.
Después de terminar la escuela secundaria, sintió el llamado al sacerdocio y pidió ser aceptado como novicio en los jesuitas. El director de vocaciones de los jesuitas recomendó que se tomara más tiempo para considerar su decisión. Pero sus planes se vieron repentinamente suspendidos por una situación peligrosa que enfrentaba su familia.
A principios de la década de 1980, la guerrilla comenzó a exigir dinero a los dueños de negocios de la ciudad y su padre se negó a pagarles. Después de que varios amigos empresarios fueron asesinados por negarse a pagar esta extorsión a la guerrilla, su padre cerró su negocio y la familia se mudó a Bogotá.
En este punto, el padre Gabriel tuvo que posponer sus planes para convertirse en sacerdote e ir a trabajar a la biblioteca del Banco de la República para ayudar a mantener a su familia. Trabajó en la biblioteca durante los próximos diez años.
Sus padres terminaron decidiendo irse a los Estados Unidos por un tiempo mientras los hermanos se quedaban en Colombia. Su hermano menor viajó a Europa para continuar sus estudios mientras Gabriel seguía apoyando a la familia y también ayudando a su hermano. Durante esos diez años, dice el padre Gabriel, todo lo que hizo fue trabajar. No hubo fiestas, bares, noches de discoteca o viajes de vacaciones. Salió con un par de chicas durante esos años, pero ninguna relación se convirtió en planes de matrimonio.
Cuando la situación en Colombia mejoró y sus padres y su hermano regresaron al país, su hermano le dijo: “Ahora es tu turno, ve a la universidad y yo lo pagaré”.
El padre Gabriel, que ya entonces tenía 30 años, renunció a su trabajo pero no matriculó en la universidad. Decidió, en cambio, hacer realidad su viejo sueño de convertirse en sacerdote. Finalmente ingresó a la Compañía de Jesús como novicio y comenzó a hacer pastoral en los barrios más pobres de Bogotá y Medellín.
En esos años el narcotráfico estaba en su apogeo y había mucha violencia relacionada con las drogas en Colombia. Fue durante este período que hizo un mes de ejercicios ignacianos. En ese momento, dice, su vocación sacerdotal fue finalmente clara para él.
Después de cinco años como novicio, los jesuitas le dijeron que sería beneficioso tomarse un tiempo libre y regresar al mundo. “Nunca tuviste tiempo de ser joven”, le dijeron, “sal, ten novia, piensa en tu vocación”.
Fue a la universidad para estudiar Finanzas Internacionales. Tenía una novia cuando estaba en la universidad, pero estaba más concentrado en sus estudios: se graduó como el mejor estudiante de su clase.
Después de trabajar por un breve período como consultor financiero, el padre Gabriel decidió convertirse en monje y entró en un monasterio benedictino. Dos años después, se unió a los Hijos del Padre Divino, una orden contemplativa fundada en Colombia.
Después de cinco años de vida contemplativa en el monasterio, decidió regresar al seminario para ser sacerdote. Fue aceptado en el Seminario Cristo Sacerdote en la ciudad de La Ceja, cerca de Medellín. Mientras él estaba haciendo sus estudios de teología, su hermano menor ya era sacerdote en la Arquidiócesis de Miami, Florida. Quería venir a Miami y estar cerca de él, pero ese sueño nunca se materializó. Al final de su segundo año de estudios de teología, se encontró sin una diócesis que lo patrocinara, por lo que en 2015 pasó un año haciendo trabajo pastoral por su cuenta.
En ese momento, su hermano fue enviado a trabajar durante seis meses en la Catedral de San Patricio en la Arquidiócesis de Nueva York. Durante una conversación con el cardenal Dolan, su hermano le explicó que Gabriel quería terminar sus estudios, ser sacerdote y venir a los Estados Unidos. El cardenal Dolan le pidió a Gabriel que le enviara un curriculum vitae y una autobiografía. El cardenal entregó los documentos a Mons. Thomas Bohlin, vicario estadounidense del Opus Dei, y este se los dio a Mons. Nicholas DiMarzio.
Mons. DiMarzio envió a un sacerdote de la diócesis a Colombia para entrevistar al candidato, así como a su familia, profesores y amigos. En noviembre de 2015, el padre Gabriel finalmente fue aceptado como seminarista de la Diócesis de Brooklyn. Regresó al seminario y terminó sus últimos dos años de teología en Colombia.
En enero de 2018, llegó a Brooklyn y comenzó a estudiar inglés y a hacer trabajo pastoral como preparación para servir en la diócesis. Al igual que al pueblo de Israel en el desierto, le llevó casi 40 años alcanzar su objetivo. Su inglés aún es inestable, pero se siente listo para servir como sacerdote, especialmente entre la comunidad latina.