HOUSTON, Texas — DIECIOCHO DESCONOCIDOS de la Diócesis de Brooklyn, entre ellos empleados de DeSales Media, una enfermera jubilada de Woodside, una novia a punto de casarse, un gerente de proyectos de construcción de Sunnyside, una maestra jubilada de Long Island y un colombiano que estudia inglés como un segundo idioma; todos dieron cita en el aeropuerto John F. Kennedy el pasado 12 de noviembre para un viaje: una misión que los alejaría de sus vidas cotidianas para ayudar a las víctimas del huracán Harvey en Houston, Texas.
“Mi cuñado ha estado viviendo en un apartamento ya que no podía volver a su casa cuando sacaran el agua de la presa”, dijo Stephen Ross, jubilado y feligrés de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en Sunset Park. Ross se inscribió para el viaje de la misión después de que su esposa, que es la secretaria del párroco, se lo contó.
“Estoy jubilado. Prefiero estar ayudando a la gente que estar sentado en un sofá o lavando la ropa, así que espero poder ayudar, eso es todo lo que quiero”, dijo Ross.
En el viaje fue de una semana, del 13 al 17 de noviembre, los voluntarios se dedicaron a ayudar en proyectos de las Caridades Católicas de la Arquidiócesis de Galveston- Houston. “El verdadero problema está en los trabajos que se han perdido, las comunidades de clase media que ahora se han convertido en comunidades afectadas por la pobreza y todos los miles de recursos que ahora se desvían para satisfacer esas necesidades”, dijo Matthew Johns, director de los servicios de recuperación de desastres de las Caridades Católicas.
Primer día en Houston
En una caravana de tres furgonetas Suburban del tamaño de Texas, los neoyorquinos fueron recibidos en un terreno baldío, cercado con un letrero que decía “Equipo Rubicon de respuesta al desastre”.
El Equipo Rubicon (Team Rubicon) fue la organización con la que los voluntarios se asociarían durante su primera misión: ayudar en las casas dañadas y destruidas. La misión, según la organización, es utilizar las destrezas de veteranos, socorristas y civiles para apoyar en los servicios de emergencia y las labores de recuperación. El Equipo Rubicon fue creado en Minnesota por los infantes de marina hace siete años, después del desastroso terremoto en Haití.
“En este momento —han pasado dos meses y medio después del desastre— las edificaciones ya están secas, sin embargo el moho está en todas partes, por eso seguimos haciendo limpieza y eliminando los desechos”, dijo Lauren Vatier, alumna de la Universidad de St. John’s y miembro principal de la sección de planificación del Equipo Rubicon.
Lauren ha estado apoyando los esfuerzos de recuperación en Houston durante más de un mes. “La gente está entrando en la fase de reconstrucción, pero todavía hay muchos que necesitan ayuda”, dijo.
Lo que pudo haberse parecido a un cuartel militar en una zona de combate, se convirtió en el lugar donde los voluntarios aprendieron su primera tarea: dirigirse 50 millas al sur de Houston, rumbo a la ciudad agrícola de Wharton, Texas.
Jim Christy, un veterano del ejército, 1971- 79 fue el guía de uno de los grupos, del que formaba parte el Vicario de Comunicaciones de la Diócesis, Mons. Kieran Harrington,. Jim Christy perdió a su esposa el año pasado y buscaba sentirse realizado en su vida. Cuando se enteró de la existencia del Equipo Rubicon, se inscribió y, apenas una semana después, estaba en una pequeña ciudad de la Costa del Golfo con una población total de menos de 9,000 personas.
“Aquí hay una camaradería que no se encuentra en la vida civil”, dijo Jim Christy. “En cuanto ves a alguien con esta camiseta gris, se crea un vínculo, una hermandad y se establece una relación inmediata con esa persona… que además perdura para siempre. Ver la mirada de las personas cuando apareces para ayudarlos es algo que no tiene precio”. Después de recibir instrucciones sobre las medidas de seguridad y precauciones, los voluntarios emprendieron la misión de entrar a las casas, realizando labores que iban desde quitar el piso de linóleo hasta recoger la basura. Pero fue en las breves conversaciones o momentos de conocer a las personas a su alrededor, que se conmovieron con la comunidad.
Agotados, pero no vencidos
En la sala de estar del albergue para hombres, parecían exhaustos pero no derrotados, más bien reflejaban el trabajo del día. Mons. Harrington celebró la misa con los voluntarios. Dio a todos la oportunidad de hablar sobre la esencia del viaje: por qué dijeron “sí” para servir en Houston.
Para Alondra Alberti, su “sí” llegó en un momento en el que también estaba haciendo una transición en su carrera, en una encrucijada de su vida. La feligresa de Santa Teresa, en Sunnyside, estaba agradecida de que, aunque ni siquiera podía pagar el costo del viaje, su parroquia pudo apadrinarla.
“Todos estamos en este viaje, todos vivimos una transición en la vida, estamos en una encrucijada”, dijo Alondra Alberti. “Pero estoy muy agradecida por la forma en que han sucedido las cosas en la vida. Dios es tan delicado a veces con nosotros. Todos hemos pasado por una encrucijada, pero realmente no hemos sufrido un desastre natural así. Esto ayer tuvo un fuerte impacto en mí. No pude dejar de llorar al final del día, estaba muy agradecida por lo que personalmente estaba viviendo”.