BROOKLYN—. Abogados, médicos, profesores, ingenieros, cualquiera que desempeñe un oficio o una profesión espera con anhelo su jubilación para disfrutar en familia esos momentos de tranquilidad por los que tanto trabajó durante su vida laboral y productiva.
En el caso de un sacerdote o una religiosa no hay tal, su ministerio no acaba más que cuando abandonan este mundo pues su vocación es una gracia a la cual nunca renuncian. Sin embargo sus obligaciones disminuyen notablemente y pueden dedicar más tiempo a evangelizar, participar en ministerios pastorales, tener más tiempo para la oración y, en el caso de los sacerdotes, celebrar la Eucaristía.
Aquella comunidad parroquial a la que sirven y acompañan por tantos años se convierte en su familia. Los sacerdotes son testigos y nos consuelan en los momentos de dolor cuando experimentamos una pérdida y también participan de los acontecimientos más felices, pues cualquier álbum familiar que se respete tiene la foto de la familia junto al sacerdote luego de un bautismo, Primera Comunión o matrimonio.
Es pues prioritario para las diócesis y arquidiócesis promover colectas y destinar parte de sus presupuestos para proveer el cuidado y la atención médica necesaria a aquellos sacerdotes que dedicaron gran parte de su vida al servicio de los fieles y la iglesia.
En el caso de las religiosas, la madre María Amador, superiora de la Comunidad Predicadoras de Cristo y María y directora pastoral de la Concatedral de San José, explica lo que ocurre cuando llegan a una edad avanzada que no le permite continuar el mismo ritmo de actividades.
“Nosotras no nos retiramos, nosotras somos evangelizadoras. Hay retiro, por ejemplo, si trabajáramos propiamente con una institución pero nosotras no nos retiramos de la vida religiosa”, afirma la madre María, quien agrega que “la comunidad misma cuida a sus religiosas, y por ejemplo aquellas comunidades grandes que han permanecido por muchos años, tienen sus propias casas, como nursing homes, donde las religiosas asisten y cuidan a sus hermanas de edad avanzada”.
Por su parte el padre Philip J. Pizzo, quien fue por siete años el párroco de la iglesia San José Benito Labre en Richmond Hill (Queens), dijo que tras su retiro tiene más tiempo, por ejemplo, para ir al doctor y ocuparse de su salud.
“Estoy retirado por motivos de salud, porque usualmente un sacerdote se retira a los 75 años, o al menos a los 71, y yo tengo 68 años. ¡Volví a ser sacerdote de nuevo para orar, para trabajar desde lo pastoral!”, dice el padre Pizzo, quien fue ordenado el 4 de junio de 1977 en la iglesia San Francisco de Asís por Mons. Francis J. Mugavero, entonces obispo de Brooklyn.
“La parte administrativa terminó para mí, ya no debo preocuparme por pagar cuentas ni esas cosas […] Por supuesto, aún celebro Misa y estoy presente en la parroquia, pues la gente aquí me conoce muy bien”, comenta el padre sobre su vida como párroco emérito de esta iglesia.
Muchos feligreses desconocen la gran cantidad de compromisos y obligaciones que un sacerdote debe atender, y se sorprenderían de saber que ellos no solo celebran la Santa Misa, sino que buena parte de su tiempo lo dedican a las labores administrativas que garantizan que la iglesia mantenga sus puertas abiertas a su feligresía.
El padre Philip Pizzo afirma que si una parroquia no se administra “no habrá un lugar donde la gente venga a orar, porque el principal propósito es que la gente se mantenga unida como comunidad y vengan a orar, pero para eso debes pagar electricidad, calefacción y obras de mantenimiento del edificio. Es igual que un apartamento, el propósito de una familia es estar unida en el amor pero hay que pagar las cuentas también”.