LA HABANA, Cuba (NV) — El pasado 11 de julio de 2021 el pueblo cubano se lanzó a las calles luego de décadas de ser ninguneado y maltratado por sus gobernantes.
El régimen de Fidel Castro fue continuado por su hermano Raúl Castro, y mantenido hasta el momento por Miguel Díaz-Canel Bermúdez, presidente designado por el anterior mandatario en 2019. Aunque han variado los gobernantes se ha mantenido el mismo programa político diseñado por el Partido Comunista de Cuba, cuyos estatutos han conducido a la sociedad cubana hacia la segregación y el odio.
El gobierno de Cuba dice fomentar la democracia de partido único pero en la práctica política está más cerca de las tradiciones históricas de los regímenes totalitarismos y dictatoriales. No existe el voto directo. No es legal el pluripartidismo. No se permite la disensión, la libertad de expresión y la libre protesta. Hay represión policial, regulaciones aduanales, detenciones arbitrarias y juicios sumarios para procesar y someter cualquier tipo de disidencia en la isla. Todas las esferas sociales: educación, salud, empresas y servicios están subordinadas a un solo poder ideológico.
En medio de la pandemia del coronavirus, el gobierno adoptó medidas económicas para dolarizar la isla, creando tiendas en monedas extranjeras a las que el pueblo no tiene acceso y generando así un apartheid económico que acentuó la ya marcada diferencia de clases sociales. En los últimos meses, la crisis económica y sanitaria ha sido insostenible. Los cubanos se ven obligados a hacer largas colas para tener acceso a alimentos racionalizados; las medicinas han desparecido casi por completo de las farmacias; las interrupciones eléctricas en los llamados apagones programados afectan este servicio durante más de cuatro horas diarias, y todos los impuestos, servicios y trámites han multiplicado su valor después de la “tarea ordenamiento”, como llama el gobierno a un grupo de medidas económicas asfixiantes impuestas durante el mandato de Díaz-Canel.
Desde la primera semana del mes de julio, han escalado de manera alarmante los casos de contagios de coronavirus en la isla. Asimismo, los reportes de ingresos y muertes en los hospitales colapsados y en condiciones sumamente precarias. Las redes sociales han sido la única vía para que el pueblo exprese su frustración ante un gobierno ineficiente, indolente y cínico. Los reportes de negligencia médica, insalubridad y maltrato están a la orden del día en plataformas como Facebook o Twitter.
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La idea de crear un corredor humanitario nació de la espontaneidad de cubanos, radicados fuera de la isla, con la intención de enviar insumos y medicamentos para aliviar la crítica situación sanitaria que se vive en el país. Estos cubanos fueron burlados por la burocracia gubernamental y acusados de injerencia mercenaria, acusación que ya resulta manida en la retórica del poder para desacreditar cualquier propuesta fuera del marco oficial. #SOSCuba fue el grito de desesperación que los cubanos lanzaron al mundo.
El gobierno burló los llamados de alarma en las redes sociales con las mismas bizarras excusas de mercenarismo. Cabe mencionar que al grito de ayuda se unieron más de un centenar de artistas y figuras públicas, cubanos y extranjeros, que nada le deben o le temen a este gobierno ni forman parte de ninguna operación orquestada desde los Estados Unidos. Se asentaba en la isla un clima tórrido, apesadumbrado. Las personas estaban —y continúan— agotadas y frustradas. Ese cansancio ya se veía en Cuba hace más de cinco años, en un país que ha estado sometido a la resignación y a la miseria, la enfermedad y el hambre, la precariedad y el abandono. Antes de la pandemia, la emigración era una válvula de escape, pero cada vez el régimen ha puesto nuevas restricciones para salir de Cuba, que se suman a las que existen en países foráneos.
El 11 de julio, a la sociedad civil cubana no le quedó más remedio que lanzarse a las calles a reclamar sus derechos, rompiendo así más de seis décadas de silencio bajo un régimen que condena, repudia y segrega la diversidad política, sexual e ideológica. Lo que ha quedado en evidencia para la opinión pública internacional —harto sabido pro todos los cubanos— es que gobierno militar de la isla es en esencia un estado totalitario: un totalitarismo machista, heteropatriarcal, chovinista, nacionalista, genocida y, lo peor de todo, eminentemente castrense. Este estado ha llegado a tener en sus cárceles hasta seis mil presos políticos y detenidos ilegales por disentir de la ideología oficial o intentar hacer uso de algunos de los derechos fundamentales garantizados en la mayoría del mundo, como la libre expresión, libertad religiosa o de asociación, entre otros. Y mientras simula que Cuba es un ejemplo de justicia social la realidad es que el país es la peor versión de izquierda de las dictaduras militares latinoamericanas.
El gobernante designado Miguel Díaz-Canel Bermúdez es abucheado al llegar a una de las protestas, a pesar del fuerte despliegue militar.
Por esa razón, cientos de miles de cubanos se lanzaron a las calles en más de cuarenta lugares del país para alzar la voz contra el régimen, con la ingenuidad y la esperanza de que alguien escuchara, con deseos de lograr un cambio real, un cambio que genere libertad, progreso y verdadera justicia social. Pero la respuesta del aparato militar fue un llamado televisivo en cadena nacional de su gobernante ordenando brutalizar la represión tanto militar como de las turbas paramilitares fieles al régimen.
Golpes, repudio, una larga lista de detenidos o desaparecidos y una burla colosal del gobierno que tergiversó todos los sucesos de cara al mundo presentándolo como una agresión estadounidense, es hasta el momento el saldo de esta rebelión popular en la isla comunista. El país aún está sumido en un apagón tecnológico. A pesar de que existen evidencias gráficas de otros heridos graves o fallecidos, la Agencia de Prensa Cubana solo ha confirmado hasta el momento un solo muerto en todas estas jornadas: Diubis Laurencia Tejeda, de 36 años de edad. Y lo hizo de la peor manera: afirmando que se trataba de un delincuente. Y es que en Cuba disentir es sinónimo de delincuencia.
Algún día Cuba será libre, algún día las calles serán de todos. Pero el 11 de julio puede ser considerado desde ahora el día de la rebeldía nacional. Rebeldía sin líderes, solo un pueblo doliente que desborda las calles en busca de libertad y prosperidad.