Paulo Salazar nació en Guayaquil (Ecuador) en 1968 y vino a los Estados Unidos con sus padres cuando tenía 17 años. Posteriormente estudió biología en Queens College, donde obtuvo su título universitario.
Con el tiempo participaba más y más de la vida parroquial en la que ha sido su iglesia por muchos años: Santa Juana de Arco en Jackson Heights (Queens). Primero formó parte del Grupo de Oración y en 1993 conoció allí a Carola Salazar, quien hoy es su esposa.
“Comenzamos a conocernos y nos casamos en 1995, justamente acabamos de cumplir 25 años de matrimonio”, asegura Salazar.
Luego de estar casados buscaron ampliar la familia, pero en cada intento, debido a una condición médica de ella, los embarazos no llegaban a término y en el primer trimestre lamentablemente se perdían.
Tras los primeros abortos espontáneos, los especialistas le diagnosticaron lupus, una condición en la sangre que ella desconocía tener y lo que explicaba el porqué de las pérdidas.
“En el último intento ella tuvo un embarazo muy difícil y nuestro hijo nació el Jueves Santo de 1998 a las 26 semanas de gestación, muy prematuro y no le daban muchas expectativas de sobrevivir […] desde ahí me fui dando cuenta de cómo el Señor trabaja en la vida de todos nosotros”, asegura el diácono Salazar.
Al principio del embarazo, los doctores les recomendaron interrumpirlo debido a que la vida de ella corría peligro.
Sin embargo, el 24 de diciembre de 1997 el gineco-obstetra los llamó para dejarles saber que haría todo lo que estuviera en sus manos para que el bebé naciera, no sin dejarles claro que lo que vendría en los próximos meses sería muy difícil.
El diácono Salazar reconoce que las oraciones de tantas personas conocidas y otras que nunca llegaron a conocer pero que ponían su intención en cadenas de oración en diferentes países, dieron fruto y fueron escuchadas.
Carola estuvo internada desde tres semanas antes de que naciera su hijo hasta el momento en que los doctores determinaron que era el momento más seguro para el bebé y para ella, que no podía esperar más pues su enfermedad ya le había afectado su función renal.
Gracias a que tanto Paulo como Carola participaban en el grupo de oración y eran lectores de La Palabra, lograron ver la mano del Señor que los llevaba e indicaba el camino.
“Cuando el Señor dice Yo Soy el camino, la verdad y la vida es porque efectivamente así es”, asegura el diácono. “Nuestro hijo Paulo Emilio nació pesando menos de una libra y media y el mismo sacerdote que nos casó fue a bautizarlo en la Unidad de Cuidados Intensivos. Era tan pequeño que el padre no tuvo un espacio para ponerle la señal de la cruz en su cabecita”, recuerda el diácono, quien es también hijo único.
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Mientras el pequeño Paulo Emilio peleaba por sobrevivir, los riñones de Carola se deterioraban al punto que les dijeron que ella en el futuro necesitaría un trasplante de riñón.
Luego de permanecer dos meses en la UCI, el pequeño fue dado de alta y los orgullosos padres ya tenían entre sus brazos aquella bendición que tanto habían pedido.
“Yo con todas esas cosas discernía y meditaba mucho y sabía que Dios se estaba manifestando en nosotros luego de seis pérdidas al final un embarazo prosperó para la Gloria de Él”, reflexiona el diácono que hoy celebra que su hijo Paulo Emilio ha decidido prepararse para ser sacerdote. “Ganó una beca para matricular en American University en Washington D.C., donde estudió dos años. Una noche nos llama para decirnos ‘ustedes saben que siempre he estado interesado en el sacerdocio y realmente es algo que quiero hacer’”, recuerda el diácono.
Fue así que Paulo Emilio inició sus estudios de filosofía en la Universidad de St. John’s y posteriormente ingresó al Seminario de Douglaston donde cursó dos años.
Acaba de graduarse de St. John’s y de recibir su asignación para estudiar en el Seminario de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, donde se encuentra desde agosto.
“Durante este tiempo hemos visto que el Señor se ha manifestado y hemos visto Su mano en nuestra vida”, asegura Paulo quien recibió el llamado al diaconado en dos momentos diferentes de su vida, en 1995 y en 2008.
Luego de asistir a la reunión informativa con cerca de setenta parejas, les gustó lo que escucharon y decidieron dar el paso para prepararse en el diaconado.
Fue aceptado en el programa en 2008 y luego de cinco años de intensa preparación en mayo de 2013 fue ordenado Diácono Permanente.
El año pasado la salud de su esposa decayó, sus riñones fallaron y solo un trasplante podría devolverles la esperanza. “Gracias a Dios teníamos en la parroquia a siete personas que eran donantes potenciales y allí vimos de nuevo la mano del Señor.
Sin embargo, yo recordé aquel 2 de septiembre de 1995 cuando hicimos nuestros votos de que estaríamos juntos también en la tristeza y en la enfermedad, por eso decidí donarle yo un riñón a ella”, dice el diácono.
Tras hacerse los primeros exámenes se determinó que era un donante completamente compatible. El trasplante fue exitoso y es la primera vez en 25 años que ella tiene una función renal normal, aunque debe estar bajo monitoreo cada cierto tiempo.
El testimonio del Diácono Salazar y su esposa Carola tiene mucho que enseñarnos. Confiar en la providencia, agradecer en todo momento y ver la misericordia de Dios en todo cuanto conforma nuestra vida.