Después de la terrible masacre en Orlando, Florida, el mes pasado nuestros gobernantes, legisladores, activistas civiles y otros líderes han hablado del control de armas, de los delitos motivados por el odio y el terrorismo entre otras temas. Hemos visto lo que el odio puede llevar a hacer a algunas personas, pero también hemos visto la compasión que a motivado a tantos a unirse para orar y trabajar por la paz.
En los días que siguieron al horror, muchas personas de Orlando donaron sangre para los heridos que necesitaban transfusiones de sangre. Desde Nueva York escuchamos de una escasez de sangre de emergencia. En septiembre la Cruz Roja, junto a la organización America’s Blood Centers (ABC por sus siglas en inglés) declaró que las reservas de sangre en el Noreste de Estados Unidos estaban a uno de los niveles más bajo de la historia.
Esto significa que a veces hospitales tienen que cancelar o posponer cirugías por no contar con sangre suficiente. Quizás usted conozca a alguien que haya necesitado una transfusión de sangre o que necesite un trasplante de órgano. La espera puede ser larga y a veces deprimente. Tengo un buen amigo de la niñez que ha estado esperando por años por un trasplante de riñón; y tengo otro que por la gloria de Dios recibió un trasplante de riñón en 2012. Posiblemente ustedes lo recuerdan, es un joven seminarista diocesano, cuyo historia de fe fue el tema de mi primera columna en este periódico. En su testimonio sobre ese regalo de Dios decía que había sido literalmente un regalo de vida.
Así me contó la Sra. Nilda Rivera-Vargas, del apostolado de prisiones y misión en la parroquia San Nicolás de Tolentino, en Jamaica, Queens. “Estamos llamados a abrirnos al prójimo, tenemos que levantarnos y ver la necesidad de las personas alrededor de nosotros”. Nilda, quien es donante de sangre y en años pasados ha donado plaquetas, dijo que su llamado a esta misión fue un encuentro, un regalo de Dios después de un retiro. Salió de allí con un corazón cambiado y un llamado especial a servir a los demás. Hoy, la Sra. Rivera- Vargas organiza bancos de sangres en su parroquia con otros voluntarios para ofrecer su granito de mostaza a su comunidad.
Donar sangre es un acto de compasión y caridad; y es sencillo, como explica la Sra. Rivera-Vargas. Los donantes deben ser mayores de 16 años, tener un peso mínimos de 110 libras y no haber donado sangre en los últimos 56 días. Incluso los mayores de 76 años pueden donar sangre si cumplen con todos los criterios y presentan una notificación de médico.
Hay factores que impiden que una persona pueda donar temporalmente; por ejemplo, si la persona no se siente bien en el momento de hacer la donación; si tiene catarro; si ha viajado a un país donde haya podido contraer malaria u otras enfermedades; si se ha hecho perforaciones en la piel o tatuajes durante los últimos doce meses; si ha tenido ciertos tipos de cáncer o si está tomando ciertos medicamentos. Además, las mujeres embarazadas no pueden donar sangre.
Hay factores que impiden permanentemente a la persona donar sangre. En esos casos, si la persona quiere ayudar en este esfuerzo, se le recomienda que trabaje como voluntario.