Biblia

¿Dónde está Dios?

OCURRIÓ EN UN GRUPO DE ORACIÓN. Un señor estaba furioso, lamentando que su abuelita muriera en su viaje camino de Nueva York. “¿Dónde está Dios? Le he pedido tantas veces por ver a mi abuelita y me la traen muerta. ¿Es esto justicia?” Los consejos de los presentes no conseguían calmarle. “Vamos a rezar un padrenuestro”, sugirió una señora. Pero él airado respondió: “¿Para qué, si Él no ha escuchado mis oraciones? ¿Dónde está Dios cuando más lo necesitas?”

Esta experiencia no es ni única ni nueva. Ocurre con frecuencia. Especialmente si ha muerto un joven se oye el grito desgarrador de su madre: “¿Puede haber un Dios que permita esta muerte?”

En las tragedias repentinas se cuestiona a Dios, incluso su existencia. No es una novedad de los años modernos. Se trata de la célebre controversia sobre la bondad de Dios y el mal del mundo. Con tantas calamidades aumenta la gente angustiada en su búsqueda de Dios, como lo hizo el salmista:

Lágrimas son mi pan de noche y día, cuando oigo que me dicen sin cesar: “¿Dónde quedó su Dios?”. ¿Por qué han de preguntar los paganos dónde está nuestro Dios? Nuestro Dios está en los cielos. (Sal 115,2-3)

En un poema del tiempo del destierro Jerusalén recuerda las acusaciones de sus enemigos y responde: “Mis enemigos se sentirán llenos de vergüenza pues me decían: “¿Dónde se metió el Señor, tu Dios?” (Miq 7,10)

Esta sociedad, alejada de Dios, frívolamente busca la copa de la alegría, creyendo encontrarla en el dinero y en el placer, lejos del Creador. Las siguientes palabras bíblicas nos dicen que no es posible alejarlo de nuestras vidas.

¿A dónde podría ir lejos de tu espíritu? ¿A dónde huiría lejos de tu presencia? Si subiera a las alturas de los cielos, allí estás tú; si bajara a las profundidades de la tierra, también estás allí. Si le pido las alas a la aurora para irme a la otra orilla del mar, también allá me alcanzaría tu mano.

El señor que ha perdido a su abuelita y cuestiona sobre la presencia de Dios puede escuchar las palabras de Job. El paciente sabio, despojado de su familia, de sus ganados, de su fortuna, reconoce la situación de muchos desconcertados:

Gritan bajo el peso de la opresión, y claman porque los poderosos los dominan, pero no preguntan: “¿Dónde está Dios, que nos creó, que da en las noches cantares de júbilo, que nos instruye por medio de las bestias y nos da ejemplos en las aves del cielo?”

Resulta curioso recordar que a Jesús le hicieron la misma pregunta sobre la presencia de Dios. Los maestros de la ley y los fariseos le cuestionaron a Jesús: “¿Dónde está tu Padre?” Jesús les contestó: “Ustedes no me conocen a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre”. Jn 8,18-19.

En una noche estrellada, mire a lo alto del firmamento y diga: Los días se lo cuentan entre sí; las noches hacen correr su voz. Aunque no se escuchan sus palabras ni se oye voz alguna, su mensaje llega a toda la tierra, hasta el último rincón del mundo.

¿Quiere usted contemplar los cielos y escuchar sus clamores?