HABLAR DE CABALLOS nos resulta insólito a los que vivimos en Nueva York. Pero yo quiero recordar los dos mil caballos de los que nos habla la Biblia. Eran años duros. Los asuntos se solucionaban a flecha y lanza. Hacia el año 710 antes de Cristo el emperador Senaquerib había conquistado varios reinos en Siria y Mesopotamia. Su sed de poder no tenía límites. También quería apoderarse de Egipto. Judá y la ciudad de Jerusalén se encontraban en el camino y eran un obstáculo. Había que apoderarse de ellas, lo que parecía una presa fácil. Como buen estratega prepara un plan. El libro de Isaías nos lo cuenta.
El rey de Asiria envió a uno de sus generales con numerosa tropa donde Ezequías, rey de Judá. Le salen al encuentro tres representantes del monarca. El militar les recuerda que las alianzas con Egipto son como “una caña quebrada que se rompe y traspasa la mano si te apoyas en ella”. Por el contrario, les pide ofrecer la sumisión a su amo, el poderoso emperador asirio. Y les hace una oferta tentadora, con una fácil condición. Les dice: “Les doy dos mil caballos si pueden encontrar jinetes para montarlos”.
En el antiguo reino de Israel los caballos eran símbolos de poder en los aspirantes al trono, como Absalón, hijo de David, y Adonías. En tiempos de la monarquía, Israel y Judá son asediadas por poderosos ejércitos de caballería procedentes de Aram, Egipto y Etiopía. Isaías ve a los caballos de guerra como el más temeroso armamento del ejército invasor. Y Jeremías compara a los caballos con las olas de un mar embravecido.
A pesar de su gran fuerza, los caballos sufrieron grandes derrotas cuando se enfrentaron al pueblo de Dios. La caballería era el arma poderosa de guerra en el ejército egipcio. Los hebreos, dirigidos por Moisés, salen apresuradamente de Egipto. Se dirigen al Mar Rojo. El Faraón les persigue. Sin embargo, por la intervención divina, “caballos y jinetes se hundieron en las aguas”.
Pero son los salmos los que nos ofrecen un claro juicio sobre el poder de los caballos. El pueblo de Israel cantaba en el templo el gran poder de Yavé y no de las armas de guerra. Las batallas siempre las ganó por su fe en el Señor y contra los carros y caballos del ejército enemigo. El triunfo no depende del ejército, ni de su armamento, ni de sus carros, ni de sus caballos, sino de la ayuda deDios.
En el Apocalipsis la sexta trompeta anuncia la llegada de doscientos millones de caballos. Con cabezas de león echando fuego, humo y azufre, y colas de serpiente venenosa son un infierno andante que quiere destruir toda la humanidad. Parece ser la victoria provisional del mal. Pero, la Biblia termina diciendo: Vi el cielo abierto y apareció un caballo blanco. El que lo monta se llama “Fiel” y “Veraz”. En el manto y en el muslo lleva escrito este título: “Rey de reyes y Señor de señores”.
La historia del caballo en la Biblia concluye de una manera tan brillante. Ese Jesús que entra en Jerusalén montado en un burrito, ahora es el gran capitán, que destruye a la
bestia, símbolo de todas las calamidades del mundo. Y lo hace montado en un caballo blanco.