Columna del Obispo

El cumpleaños ‘parteaguas’ y mis planes para el ‘retiro’

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS EN CRISTO:

El domingo 16 de junio celebré mi 75 cumpleaños. Como lo dicta la ley canónica, presenté mi renuncia como Obispo de Brooklyn a nuestro Santo Padre, el papa Francisco. Por lo general, el Santo Padre no acepta de inmediato una renuncia, ya que la costumbre es hacerlo cuando se nombra un sucesor. En la actualidad, esto suele suceder en el curso de este año, antes de cumplir los 76 años.

Curiosamente, es solo recientemente, desde el Pontificado del papa Juan XXIII, que se requiere que los obispos se retiren, mucho antes incluso del cambio de la Ley Canónica de 1983. Recuerdo las palabras de Mons. Thomas A. Boland, quien me ordenó sacerdote de la Arquidiócesis de Newark, cuando le llegó el momento de presentar su renuncia a principios de los años setenta: decía que era como tener la Espada de Damocles pendiendo sobre su cabeza. No estaba muy feliz que digamos.

En un plano más humorístico, en mis tiempos de seminarista, visité la ciudad natal de mi abuelo paterno en Italia, donde vivía el obispo Antonio Teutonico. En aquel entonces tenía 97 años y estaba retirado como obispo de Aversa. Con una sonrisa en sus labios, me dijo serenamente: “¡El papa Juan me habrá obligado a retirarme, pero murió en el intento!”. Mons. Teutonico vivió hasta los 103 años y fue el obispo más longevo del mundo.

No siento ninguna limitación con respecto al tema de la jubilación. Es un hecho sabido y todos los que se retiran deben prepararse para esa fase de la vida, lo que les brinda otra oportunidad para ejercer sus talentos de una manera diferente.

Una vez jubilado, lo más probable es que me mude a vivir a la rectoría de la Concatedral de San José en Pacific Street. La Congregación para los Obispos ha emitido y reeditado pautas para la conducta de los obispos jubilados, o “obispos eméritos”, como también se les llama. En pocas palabras, las pautas básicamente dicen que un obispo emérito debe ser visto, pero no escuchado. No debe interferir de ninguna manera en la administración de la diócesis. Debe ofrecer sus servicios al nuevo obispo de la diócesis y ayudarlo en lo que requiera el nuevo Ordinario.

Mi predecesor, Mons. Thomas V. Daily, vivió esos preceptos al pie de la letra. Desafortunadamente, su salud declinó y no pudo brindar su servicio mucho después de su jubilación, aunque vivió hasta casi los 90 años. Seguiré su buen ejemplo, asistiendo y no interfiriendo.

Mi intención es dedicarme a la pasión de mi trabajo apostólico, que es el asunto de la migración. Hoy, más que nunca, debemos comprender los hechos e investigar para llegar a fondo real de este problema, así como promover el apoyo para mejorar las circunstancias de nuestros inmigrantes y refugiados, a quienes se les impide entrar a nuestro país. Actualmente, me desempeño como presidente de la junta directiva del Centro de Estudios de Migración con sede en Manhattan y le dedicaré más tiempo a esto, para desarrollar su capacidad de investigación.

Al mirar hacia atrás durante los últimos 15 años y medio, reconozco no solo los grandes desafíos sino también el gran consuelo que ha sido ser el Obispo de Brooklyn y Queens. La diversidad cultural de nuestros dos condados es realmente lo que mejor define a la Diócesis de Brooklyn, así como el enorme desarrollo en Brooklyn y Queens desde entonces. Estos extraordinarios cambios han provocado un cambio real en el entorno, con sus desafíos y dificultades para algunos.

Mientras miro hacia el futuro, esto me dará la oportunidad de reflexionar sobre mis contribuciones y deficiencias pasadas, mientras me adentro en esta nueva fase de la vida. Evidentemente, este es mi último trimestre. Todos debemos reconocer que el tiempo es el mayor regalo de Dios para nosotros, y no podemos darnos el lujo de perder ninguno de sus regalos. Debemos aprovechar al máximo el tiempo que Dios nos ha concedido, especialmente para contribuir en la Evangelización del mundo que tanto necesita de la presencia de Cristo.

Espero celebrar mi cumpleaños con los sacerdotes de la diócesis. Será un placer conmemorar esta fecha ‘bisagra’ con los míos, ya que el vínculo entre obispo y sacerdotes siempre necesita fortalecerse.

Permítame pedirles que recen por mí, mientras remo mar adentro en las profundidades esta nueva etapa de mi vida, rogando por que pueda continuando mi ministerio episcopal de una manera diferente. Pero que también sea fructífera y beneficiosa, no solo para los fieles de la Diócesis de Brooklyn, sino también para la Iglesia universal a la que estamos llamados a servir como obispos.