¿Cuál es una de las palabras que más se repiten en la misa?”, preguntaba una catequista a los niños. “Jesucristo”, respondían gozosos. “¿Y otra?”, insistía la maestra. Y dejó a los niños pensando. Usted seguramente sabe la respuesta: “Es la palabra amén”. Así responde muchas veces la comunidad.
Pero, ¿qué significa o qué importancia tiene para que se repita tantas veces? Veamos.
En hebreo, amén pertenece a la misma raíz que la palabra “creer”, que significa “reforzar” o “confirmar”. En la Biblia se usa para dar fuerza a las palabras y para invocar su cumplimiento. En el culto judío era usada para terminar y reafirmar una oración. Cuando proclamamos amén, creemos tanto en la fidelidad de Dios hacia nosotros, como nuestra confianza en Él. Por eso, se traduce como “así sea”.
Sin embargo, en algunas Biblias modernas casi desaparece la palabra amén, y la traducen por frases como: “así sea”, “les aseguro”, “en verdad les digo”, “por eso”, o expresiones semejantes.
El Antiguo Testamento menciona con frecuencia la palabra amén. En el Código del Deuteronomio hay 12 maldiciones de la Ley. Al final de cada una de estas maldiciones, el sacerdote ordena doce veces: “Todo el pueblo responderá: ¡Amén!”
Ante la incertidumbre de su luna de miel, Tobías y Sara antes de acostarse terminaron así su oración: “¡Amén, Amén!”
La valerosa Judit después de su victoria sobre el general Nabucodonosor, canta con el pueblo un himno de acción de gracias, finalizando con: “Amén. Amén.”
El amén era la conclusión de muchas oraciones. Así un doble amén (Amén, amén) aparece al final de los primeros cuatro libros de los salmos: “Bendito sea por siempre su nombre de gloria, que su gloria llene la tierra entera. ¡Amén, amén!”
Los evangelios sinópticos mencionan el amén 52 veces; san Juan 25. El Señor hereda del Antiguo Testamento la palabra amén en su forma singular o doble para introducir las afirmaciones solemnes. De este modo subraya la fiabilidad de su enseñanza y su autoridad fundada en la Verdad de Dios. Por ejemplo, los evangelios mencionan:
“Jesús les contestó: «En verdad (amén) les digo: Si tuvieran fe…»”
“Jesús les contestó: «En verdad, en verdad (amén, amén) les digo: El que vive en el pecado…»”
La palabra amén, heredada del Antiguo Testamento y empleada por Jesús, se introdujo en los libros y en la liturgia de la Iglesia primitiva. Amén aparece en las diversas doxologías (fórmulas de alabanza a Dios), que se encuentran en la Carta a los Romanos.
Ratificando la doctrina y expresando su confianza en el Señor, san Pablo termina todas sus cartas con la sagrada y poderosa palabra amén. Incluso el Nuevo Testamento en su último libro, resumiendo la fe y la esperanza de la Iglesia apostólica, concluye en con la palabra amén.
Pero hay algo sorprendente en el amén. Pues el término o palabra se hace persona. El Apocalipsis llama a Jesús “el Amén”, porque en él se cumplen las promesas de Dios a su pueblo: “Así habla el Amén, testigo fiel y veraz”.
No es extraño ni sorprendente que el profeta Isaías hablara del “Dios del Amén”. ¿Qué sentido tiene amén para usted? ¿Ve en el amén la figura del Señor, testigo fiel y veraz?