“Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campana tras una batalla”. Así le respondió el papa Francisco al padre Spadaro en su ya famosa entrevista.
Siento que en este momento el papa Francisco es la voz más valiente y respetada del mundo. Sus palabras dan ánimo a toda clase de personas sin importar su religión, nacionalidad, sexo o edad. No sé si él lo sabe, pero sus palabras tienen el poder de curar heridas profundas en la mente y el corazón de las personas; heridas que son memoria del dolor causado por la violencia doméstica, la discriminación, los actos de terrorismo y otras injusticias.
Con su visita a Nueva York él nos ayudó a contemplar todos los errores y abusos que hemos cometido contra nuestros hermanos, contra el mundo. El papa Francisco nos está llamando a todos a dejar de pensar en la venganza, el dinero y las riquezas. Él nos invita y nos motiva a ayudar a nuestro prójimo y a cuidar nuestro planeta, ese maravilloso regalo de Dios a la humanidad. Siento que en el hospital de campaña del que habla el Santo Padre hay espacio para todos nosotros, todos los hijos de Dios.
En su visita al Monumento del 11 de Septiembre, el Papa nos recordó cómo una catástrofe unió al pueblo neoyorquino en oración y en la lucha por renacer. Ver a tantos líderes religiosos bajo un mismo techo simbólico, escuchando al Vicario de Cristo hablar sobre la paz y tolerancia, me causó mucha emoción y esperanza. Desde que el papa Francisco llegó a Nueva York siento una paz interna que no puedo explicar, como un soplo de aire fresco. Siento que el papa Francisco, en un tiempo muy breve, ha logrado reestablecer la fe de muchos y con eso ha curado muchas heridas.