Opinión

El mensaje del Papa

Para cualquier país del mundo, la visita del representante de Cristo en la Tierra siempre será una bendición. El Papa sabe lo que encontrará en cada país que planea visitar y seguramente sabe lo que debe llevar. Sin duda, las visitas a México de los últimos tres vicarios de Cristo muestran cuán necesitado está este país mayoritariamente católico de sentir que la gracia divina no se olvida de su pueblo. A la tan esperada visita del Pontífice, se suma ahora el recuento de lo que él ha dejado a su paso por tierra azteca: rescate del amor propio y la dignidad humana.

Escucho muy a lo lejos las críticas hacia Francisco por no haberse mostrado “agresivo y condenatorio”. Las escucho a lo lejos porque como persona de fe prefiero ver la visita a la luz de la esperanza, no a partir de sus carencias. Estas críticas me recuerdan al pueblo judío que esperaba al Mesías como un rey. Jesús, que llega como servidor, no cumple con las exigencias de un pueblo que quería resolver sus carencias a la fuerza.

Pues bien, como madre y educadora, voltearé a ver lo que Francisco dijo y me sirve para mí, para los míos y los que me rodean.

Unas palabras que el papa Francisco repitió durante su visita fueron las que motivaban al ser humano —joven, niño, anciano, indígena, pobre— a NO dejarse: No dejarse robar las sonrisas, no dejarse pisotear por sus orígenes, no dejarse quitar la esperanza de ser joven, no dejarse excluir —y esto significa también no dejarse excluir debido al origen étnico, estatus socioeconómico o nivel educativo. Por desgracia, en mi país se usa socialmente el modus operandi de “como te ven, te tratan”. En cada lugar que visitó, el Papa hizo hincapié en buscar la paz, pero no a cambio de la aceptación de la injusticia, sino como una invitación a rescatar los ideales y valores que implican la justicia y el amor propio.

Dentro de estos valores se tocó el tema de la falta de educación y, como consecuencia de la misma, la marginación y la pobreza que siguen reinando en la mayoría de los pueblos del país azteca. Como consecuencia de la desesperación, y tratando de sobrevivir de cualquier forma, vemos una gran cantidad de personas cada vez más jóvenes que se suman a las filas del narcotráfico, engañados por la falsa ilusión de la riqueza.

Esto último nos recuerda otro tema que el Papa abordó repetidamente durante su visita: la dignidad humana. Francisco reiteró más de una vez la invitación a ejercer la libertad y levantar la cara y luchar por un México donde “no haya personas de primera, segunda o cuarta, sino un México que sabe reconocer en el otro la dignidad de hijo de Dios”.

La visita del Papa debe tener un efecto también en los mexicanos que vivimos en New York. Nos debe mover para no ser sólo espectadores, sino fomentar cambios desde donde estemos. El Papa sí habló, y lo hizo claramente, pero, como nos dice Jesús: “el que tenga oídos, que oiga”. Los demás se seguirán preguntando: ¿A qué vino el Papa?

No hay ninguna duda de que Francisco visita cada país con un morral que no carga armas ni condenas, sino sólo el mensaje que quiere transmitir a su gente.

Ojalá cada familia que escuchó sus palabras coseche frutos, como plantas fértiles que producen aunque estén en tierras áridas. Ojalá los mandatarios que, “como ajonjolí de todos los moles” aparecieron a su lado, reciban la gracia de Dios y ayuden al rescate de la dignidad propia y la de sus pueblos.