Columna del Obispo

El poder y el dolor del sacerdocio

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS EN CRISTO:

En la Iglesia fundada por Jesucristo hay santos y pecadores. No debemos olvidar que el mismo Jesús fue considerado un pecador por los fariseos y los cobradores de impuestos, quienes lo acusaban de no obedecer la Ley de Moisés.

Durante el último año, nuestra Iglesia ha sufrido una terrible crisis causada por escándalos de abuso sexual. También debemos recordar que la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, es siempre la novia inmaculada a quien Cristo eligió para ser su representante en el mundo. No es a una institución a la que debemos nuestra lealtad, sino al mismo Jesús, que está presente en Su Iglesia.

Este año me he estado repitiendo una y otra vez un principio básico de la conducta de vida: las personas buenas pueden hacer cosas malas, y cualquiera puede hacer cualquier cosa. Sí, se nos ha caído la cara de vergüenza como diócesis cuando publicamos 109 nombres de sacerdotes abusadores que usaron su poder para abusar de menores de edad. La confianza que se rompió entre los culpables y las víctimas también ha afectado a aquellos que admiraban a estos sacerdotes como sus padres en la fe.

Un sacerdote me confesó que uno de los perpetradores fue la razón por la cual él mismo se convirtió en sacerdote. Y otros sacerdotes, que también habían sido víctimas de abusos, me han dicho que entraron al seminario porque querían ser mejores sacerdotes. Los tentáculos del mal y sus consecuencias nos han acorralado. No obstante, somos la Santa Iglesia de Jesucristo, y por eso tenemos y podemos hacerlo mejor. Debemos enmendar los pecados pasados y asegurarnos de que en el futuro este tipo de abusos jamás se repitan.

Encuestas recientes han comparado la actitud de los laicos después de la “Carta para la protección de niños y jóvenes”, firmada en Dallas el año 2002, con la situación actual al afirmar que más católicos están considerando abandonar la Iglesia. En 2002, era el 22 por ciento de los católicos y hoy las encuestas indican que es del 37 por ciento. Pero al mismo tiempo, vemos más conciencia de lo que está haciendo la Iglesia para hacer frente a esta crisis. Casi el 60 por ciento de los encuestados se siente a gusto con los sacerdotes de su parroquia.

Mons. Nicholas DiMarzio durante el servicio de Viernes Santo. (Matthew O’Connor/The Tablet)

Otro hecho interesante que salió a la luz es que los encuestados no habían escuchado las noticias sobre el tema del abuso sexual de boca de su propio sacerdote. Qué importante es que tengamos el coraje y el conocimiento para informar a nuestra comunidad, porque ustedes confían en ellos, más de lo que ellos confían en mí como obispo. La comunidad confía en que su párroco les diga la verdad sobre lo que está haciendo la Iglesia para compensar a las víctimas sobrevivientes aquí en la Diócesis de Brooklyn y Queens. Anime a su comunidad, y a usted mismo, a asistir a la misa de esperanza y sanación que se celebrará el martes 30 de abril a las 7:00 p.m. en la iglesia de San Atanasio, en Brooklyn.

Cuando el Papa Francisco dio inicio a la Cumbre del Vaticano sobre la protección de los menores en la Iglesia, el Santo Padre pronunció estas palabras: “En este encuentro sentimos el peso de la responsabilidad pastoral y eclesial, que nos obliga a discutir juntos, de manera sinodal, sincera y profunda, sobre cómo enfrentar este mal que aflige a la Iglesia y a la humanidad. El Pueblo santo de Dios nos mira y espera de nosotros, no solo simples y obvias condenas, sino disponer medidas concretas y efectivas. Es necesario concreción”.

El Santo Padre anunció los 21 puntos de reflexión que se abordaron en el encuentro y que aún deben implementarse en diversas conferencias episcopales de todo el mundo. Cuando estudié estos 21 puntos formulados, me di cuenta de que, en gran medida, ya hemos implementado estas reflexiones en la Diócesis de Brooklyn y Queens, y a nivel nacional. Sin embargo, todavía queda mucho más por hacer: más responsabilidad, más transparencia y más rendición de cuentas. Todas estas reflexiones son importantes de varias maneras para cada uno de nosotros.

Óleos y compromisos

Esta noche nos hemos congregado obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos consagrados y laicos, porque todos somos la Santa Iglesia de Dios que hoy bendecirá los aceites que se utilizarán en la administración de los sacramentos que conforman los miembros de la Iglesia. Esta noche, el clero ha venido con el propósito particular de renovar las promesas que hicieron en su ordenación. Son promesas importantes: la promesa de obediencia y respeto, la promesa de vivir una vida simple y la promesa de celibato y castidad.

Esta noche, comenzamos con una reflexión sobre la obediencia. Siempre que le he preguntado a los religiosos que han vivido estos votos durante muchos años, cuál voto es el más difícil, la respuesta siempre ha sido “la obediencia”. Sí, porque la obediencia significa que debemos renunciar a nuestra propia voluntad y ponerla a disposición de nuestros superiores, porque de alguna manera creemos que refleja la voluntad de Dios para con nosotros. A veces podemos bromear y decir que “no refleja la sabiduría de Dios para nosotros”. De hecho, a la larga, no hay ninguna diferencia. Sí, nuestra voluntad debe amoldarse no al pastor o al obispo, o al superior religioso, sino a la voluntad de nuestro Padre celestial que nos ha llamado a renunciar a nuestros propios deseos por el bien de los demás, por el bien de hacer de Su Iglesia sagrada. Esto solo lo pueden hacer aquellos que están entregados a hacer la voluntad de Dios.

Cuando era estudiante de tercer grado, la hermana Maureen me enseñó una rima sencilla que les repito cada año a los que serán ordenados: “¡Toda obediencia digna de tal nombre debe ser pronta y diligente!” Sí, la obediencia implica cierta espontaneidad de responder a quienes nos preguntan, por el bien de la Iglesia, movernos algunas veces en una dirección que no nos elegiríamos nosotros mismos. No podemos posponerlo, ni posponer indefinidamente la respuesta a una petición legítima de parte de nuestros superiores, sacerdote, obispo o quien sea, porque, si cuando se trata de obediencia, debe surgir espontáneamente de nuestros corazones para someter nuestra voluntad a la voluntad del mismo Dios.

Hoy, la obediencia es dialógica. Sí, existe el diálogo. En el pasado, uno podría recibir una carta el viernes para presentarnos el sábado para una nueva asignación, sin ninguna consulta previa. Puedo entender cuando alguien dice que, por una razón particular, no puede cumplir con la solicitud que le estoy haciendo. Pero esa razón tiene que ser aclarada. La razón debe ser algo que le impida aceptar obedecer. Muchos han dicho durante mi estancia aquí en Brooklyn y Queens que he sido demasiado suave con los sacerdotes. ¿Pero cómo no ser benevolentes con nuestros hermanos?

Mons. DiMarzio postrado frente al altra durante los servicios del Viernes Santo en la iglesia de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, en Ridgewood. (Matthew O’Connor/ The Tablet)

Con relación a los compromisos que renovamos esta noche, está la promesa de vivir una vida simple, el voto de pobreza. Desde que llegué a Brooklyn, en el año 2003, he visitado cada parroquia casi tres veces para celebrar misas y visita pastorales, y alguna que otra vez para una celebración parroquial o diocesana. Durante mis visitas, puedo percibir las condiciones en las que vive cada comunidad. La mayoría de ustedes no tiene un empleado doméstico que le cocine, limpie la casa o les lave la ropa. Ustedes hacen estas labores en muchos sitios. Lo hacen porque le ahorra dinero a los feligreses para que se puedan hacer más en las parroquias para su comunidad. Una vida simple refleja la vida del propio Jesús, como lo dice en la Biblia: “el Hijo del Hombre no tenía dónde recostar su cabeza”. (Mt. 8:30)

Castidad y celibato

Finalmente, esta noche venimos a renovar nuestra promesa de celibato y castidad sacerdotal. Debemos referirnos a ello haciéndolos inseparables: nuestro celibato y la virtud de la castidad, que es responsabilidad de todos los cristianos. En la base de la actual crisis de abuso sexual, evidentemente, hay una falta de castidad. Es aquí donde debemos concentrar nuestra atención para entender cómo nosotros, como presbíteros, podemos ayudarnos mutuamente a cumplir con esta importante responsabilidad que hemos asumido. El pueblo de Dios ve al sacerdote como alguien que ha dejado todo para seguir a Cristo y para ponerse al servicio de su comunidad. Cuando vemos la crisis de escándalos sexuales, reconocemos que hemos sacudido la fe de aquellos que creen en el sacerdocio, aquellos que consideran que actuamos en la persona de Cristo. ¿Cómo es posible que esos hombres y mujeres tan identificados con Cristo puedan hacer cosas que traicionan al mismo Dios y a la dignidad humana?

Mucho podría decirse sobre la castidad y el celibato sacerdotal. Cito las palabras de la Madre Teresa. La vida de esta santa de nuestros tiempos ha sorprendido al mundo. Ella vivió las promesas de su consagración al máximo y ha llamado a muchos para que la sigan. Al hablar con un grupo de sacerdotes, la Madre Teresa dijo una vez: “Tu celibato sacerdotal es el terrible vacío que experimentas. Dios no puede llenar lo que está lleno. Puede llenar solamente lo que está vacío: la gran pobreza del ‘sí’ signa el inicio de ser o de llegar a estar vacíos. No es lo mucho que realmente ‘tenemos’ que dar, sino lo vacíos que estamos, para que podamos recibir plenamente en nuestra vida y dejar que Él viva su vida en nosotros. El celibato sacerdotal no significa simplemente no casarse, no tener hijos. Representa el amor indiviso por Cristo en la castidad; nada y nadie nos separará del amor de Cristo. No es simplemente una lista de negaciones. Es amor. Es la libertad de amar y ser todo para todas las personas. Y para eso necesitamos la libertad de pobreza y la sencillez de la vida. Jesús pudo haberlo tenido todo, pero eligió no tener nada”.

Sí, la simplicidad de Santa Teresa de Calcuta se desarma al considerar el verdadero significado de nuestro celibato y castidad sacerdotal. Sí, a veces nos sentimos vacíos. Pero solo cuando estamos vacíos, Dios puede llenarnos de Su gracia. Solo cuando le pedimos que tenga misericordia de nosotros, Dios puede darnos esa misericordia y nos permite seguir avanzando con las promesas que hemos hecho a su pueblo.

Si nuestros hermanos que han abusado hubieran cumplido su promesa de castidad y celibato, no estaríamos en la situación en la que nos encontramos hoy. Entonces, ¿cómo podemos asegurarnos de que en el futuro aquellos que acepten la carga del sacerdocio puedan cumplir con sus responsabilidades? Ya hemos iniciado nuevos instrumentos de evaluación y pruebas psicológicas que nos permitan comprender mejor la situación mental de los candidatos a la vida sacerdotal. Realmente, es a través del apoyo mutuo entre nosotros, a través de la motivación y a través del serio compromiso con la oración que podemos ser fieles al sacerdocio.

No existe el candidato perfecto para el sacerdocio. Y más aún en la actualidad, cuando la cultura en que viven nuestros jóvenes está profundamente corroída con una sensualidad que no conduce a la castidad. Necesitamos ayudar a nuestros jóvenes seminaristas a adaptarse y vivir esta promesa que es tan crítica para la Iglesia hoy.

No hace mucho tiempo, cuando conversé con nuestros seminaristas universitarios sobre la crisis de abuso sexual, el obispo Chappetto, que me acompañó en el encuentro, y yo estábamos un tanto abrumados por la profundidad del conocimiento y las respuestas concretas, así como la verdadera adhesión a la castidad que ha venido de aquellos incluso en el seminario universitario. Cualquier persona que emprenda el camino hacia el sacerdocio o la vida consagrada hoy en día, conoce bien los obstáculos internos y externos que pueden entorpecer la plena aceptación de las responsabilidades del ministerio.

Al principio de esta homilía, dije que si queremos superar esta crisis debemos aceptar más responsabilidades. No podemos poner justificaciones para el pasado, aunque sí debemos entenderlo. No podemos culpar a nadie más, ni siquiera a los medios de comunicación que rara vez entienden bien la historia; sino a nosotros mismos por lo que no se hizo y por lo que se hizo mal. No podemos culpar de ninguna manera a las víctimas de abuso sexual porque el pecado de otro se impuso sobre ellos, no por su voluntad, sino por su incapacidad para defenderse.

Hoy nuestra transparencia debe ser tan clara como el cristal. Este es un término difícil de definir; sin embargo, significa que lo que hacemos no puede ser escondido. Todo lo que hacemos debe quedar claro para los que nos rodean, especialmente para una sociedad secular que exige una vigilancia cada vez mayor sobre lo que hacemos. La reciente comparecencia del fiscal general del estado de Nueva York ha costado literalmente millones de dólares y parece que no ha traído más transparencia de la que ya hemos hecho.

Por último, debemos ser responsables. No podemos escondernos detrás de ninguna excusa porque todavía hoy en la Iglesia nuestros hijos no están seguros. No hay nada que ocultar detrás; debemos ser objeto de plena rendición de cuentas por lo que está sucediendo. Pero esta responsabilidad comienza con cada uno de nosotros. Todos debemos rendir cuentas ante Dios por nuestras propias acciones, que deben reflejar las promesas que renovamos esta noche ante la Iglesia en Brooklyn y Queens.

Esta homilía Crismal quizás sea mi última o penúltima prédica como su Obispo. Cada año, trabajo duro escribiendo esta homilía para asegurarme de que sea significativa para cada uno de ustedes y diga lo que debe anunciarse en un momento determinado. De ninguna manera esta noche podría haber evitado hablar como lo he hecho. Estos años han sido para mí un tiempo maravilloso sirviendo como su Obispo. Esta noche también debo pedir perdón a cualquiera a quien haya ofendido. Nunca he intentado ofender a nadie exprofeso. Pero como sucede en esta vida, ofendemos a muchos sin siquiera darnos cuenta de que los hemos ofendido. Lo que siempre debemos buscar el perdón. Y viceversa. También perdono a quien haya hablado mal de mí. Entre los sacerdotes, siempre existe la tentación de opinar sobre su Obispo. Sin embargo, la obediencia y el respeto conllevan la capacidad de confrontar a nuestros superiores con la verdad en el amor, pero confrontarlos de todos modos y no hablar de ellos sin dejar que su superior sepa cuáles son sus faltas y tal vez cómo nos ha ofendido.

Esta noche, bendecimos estos óleos que son verdaderos signos sacramentales del poder de la Santa Iglesia de Dios, para ungir a las personas en el bautismo, para confirmar a las personas en su fe con el Espíritu Santo, para ordenar sacerdotes y obispos para que sirvan al pueblo de Dios y para ungir a los enfermos, llamándolos de nuevo a la Eucaristía y al servicio de la Iglesia. Sí, estos óleos representan la obra de la Iglesia al convertirse en un instrumento de gracia para nuestro Señor y Salvador.

Que la Eucaristía de esta noche nos brinde la fuerza que necesitamos para seguir adelante, reconociendo lo que se ha hecho en el pasado, alcance una mayor responsabilidad y transparencia, proteja a nuestros niños y adultos vulnerables, y nos de la fuerza y la voluntad de hacer lo correcto para convertirnos en la Santa Iglesia de Jesucristo.

Este es el texto íntegro de la homilía predicada por Mons. Nicholas DiMarzio en la misa Crismal celebrada en la Concatedral de San José, en Brooklyn, la noche del martes 16 de abril.

Sigue a Mons. DiMarzio

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