Fui forastero y me recibiste (Mateo 25,35)
Estando en Ecuador de vacaciones, en la casa de mi madre, vi por la ventana una familia venezolana de siete miembros con sus colchonetas y mochilas guareciéndose del sol y la lluvia debajo de uno de los portales que abundan en este lugar. Salí a conversar con ellos. Me contaron cuánto habían caminado y cuán cansados estaban, y sobre cómo algunas personas los ayudaban en el camino, mientras otras los maltrataban. Les pregunté cuáles eran sus necesidades inmediatas: “Aparte de algo para comer, necesitamos agua, cepillos de dientes, pasta, jabón, darnos un baño, y zapatos para seguir caminando”. Nuestras miradas se cruzaron identificándonos. Ellos y yo sabemos de la incertidumbre del forastero. Les di algunas indicaciones de dónde recibir ayuda para solucionar la emergencia del momento.
Viviendo en Estados Unidos, he sido testigo ocular de las innumerables necesidades de nuestros hermanos migrantes. En Tijuana percibí el dolor de las madres y padres que llegan a la frontera llenos de esperanza buscando asilo para ir “al otro lado”. Escuché las historias de dolor que han vivido, la violencia de la que han sido víctimas, el terror con el que conviven cada día pensando que aquellos de quienes huyen los pueden encontrar. En su desesperación, cuando el tiempo de espera los agota, deciden buscar una forma de cruzar la frontera a como dé lugar. “No lo hagan por favor, sus vidas corren peligro”, les decíamos. “De todas maneras, si regresamos, podemos perder la vida”, contestaban.
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Oscar y Valeria, el padre salvadoreño con su hijita de apenas 21 meses, ahogados en el río Bravo al tratar de cruzar la frontera ejemplifica la dolorosa realidad del migrante de estos días. En un comunicado conjunto, el presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (USCCB), Cardenal Daniel DiNardo, y el presidente del Comité de Migración de la Conferencia, Mons. Joe Vásquez, se unieron al Papa Francisco en su “inmensa tristeza” por este doloroso hecho. “Esta imagen clama al cielo por justicia. Esta imagen silencia la política. ¿Quién puede ver esta imagen y no ver los resultados de los fracasos de todos nosotros para encontrar una solución humana y justa a la crisis de inmigración?”, expresaron. “Lamentablemente, esta imagen muestra la difícil situación diaria de nuestros hermanos y hermanas. No sólo su grito llega al cielo. Nos alcanza. Y ahora debe llegar a nuestro gobierno federal”.
Aciprensa informa que, de acuerdo a la prensa local, en el último fin de semana, previo a la muerte de Oscar y Valeria, “alrededor de diez migrantes fallecieron en situaciones similares al tratar de cruzar la frontera de México con Estados Unidos. Al menos tres de los muertos serían menores de edad”. Y añade que las autoridades fronterizas estadounidenses estiman que en 2018 alrededor de 283 migrantes fallecieron en su intento de llegar a este país.
Los que logran pasar, aliviados porque por fin llegaron a la tierra prometida, despiertan con otra pesadilla, el maltrato en los Centros de Detención de Los Estados Unidos de América, e inclusive la muerte. Esto también clama al cielo. Los niños ya no sueñan con juguetes ni héroes favoritos. Sus mentes jóvenes, ya traumatizados, expresan en dibujo las rejas oscuras que los rodean.
Y los que ya han hecho sus vidas en esta tierra, pero todavía siguen siendo indocumentados, viven con miedo ante la amenaza de las redadas. Los niños temen ir a la escuela y no encontrar sus padres al regreso. Y ellos, a su vez, aunque temerosos del poder humano, confían en un poder más grande: el de Dios.
La Declaración de Independencia firmada el 4 de julio de 1776 afirma que “todos los hombres son iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.
Los Obispos han enfatizado que “podemos y debemos seguir siendo un país que da la bienvenida y brinda refugio a los niños y las familias que huyen de la violencia y persecución”. Y que además “es posible y necesario cuidar la seguridad de los niños migrantes y la seguridad de nuestros ciudadanos. Al dejar de lado los intereses partidistas, una nación tan grande como la nuestra puede hacer ambas cosas”.
El Evangelio de San Mateo es muy claro de cómo seremos juzgados al final de nuestras vidas. Si no queremos ir al fuego eterno, cumplamos el mandato de Jesús. Como recompensa, Él nos dirá: “Vengan, benditos de mi Padre, y tomen posesión del reino que ha sido preparado para ustedes desde el principio del mundo. Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y ustedes me dieron de beber. Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa.”