El sábado 26 de septiembre una caravana de buses de la Renovación Carismática salió muy temprano de nuestra diócesis de Brooklyn rumbo a Filadelfia. En la mañana asistiríamos a un evento carismático programado en conjunción con el Congreso de la Familia. En la noche asistiríamos con el papa Francisco al Festival de las Familias, en el Benjamín Franklin Parkway.
Yo tuve la gran bendición de asistir también al evento de la tarde frente al Independence Hall, donde se firmó la Declaración de Independencia y la Constitución de los Estados Unidos. Como en otros lugares, la espera fue larga, pero muy fértil. Aunque había miles esperando, nadie se incomodaba, al contrario, nos sentíamos acompañados y apoyados en un mismo sentir. Y como muchos que esperaron por horas en otros lugares testimonian: “Valió la pena la espera, aunque sólo lo vi por un instante. ¡Me sentí cerca de Dios!”. Allí, sentada, cerca del escenario, tuve el privilegio de verlo y escucharlo muy de cerca. Desde el mismo atril que usó Abraham Lincoln cuando pronunció el discurso de Gettysburg durante la Guerra Civil, nuestro Santo Padre pronunció un discurso histórico que sacó lágrimas de mis ojos. Me dije a mí misma: “En este lugar histórico de Filadelfia hoy se están añadiendo páginas nuevas de amor, justicia y esperanza para los inmigrantes de hoy”. Me imaginé a Lincoln parado junto a él, aprobando sus palabras.
“Por favor, no se avergüencen nunca de sus tradiciones, no olviden las lecciones que aprendieron de sus mayores y que pueden enriquecer la vida de esta tierra americana. Están llamados a ser ciudadanos responsables y a contribuir provechosamente a la vida de las comunidades en que viven. Al contribuir con sus dones no solo encontrarán su lugar aquí sino que ayudarán a renovar la sociedad desde dentro”. Gracias, papa Francisco, por hablarnos en nuestro idioma.
Gracias por levantar nuestra autoestima en este gran país, gracias por concientizarnos de quiénes somos y de lo mucho que podemos ofrecer a esta tierra. Gracias, Filadelfia. Fue un placer caminar libremente por tus calles engalanadas.