En un emotivo homenaje a cuatro estadounidenses asesinadas en El Salvador durante el apogeo de la guerra civil de ese país en 1980, el obispo auxiliar Raymond Chappetto celebró una misa para conmemorar el 40 aniversario de su muerte, el 2 de diciembre.
Estas mujeres —las misioneras de la orden de Maryknoll, Ita Ford y Maura Clarke, la misionera ursulina Dorothy Kazel y la misionera laica Jean Donovan— “dieron sus vidas por el bien de la iglesia, por el bien del Evangelio”, recordó Mons. Chappetto. “Es importante que nunca las olvidemos”, agregó el obispo.
La misa en la parroquia de St. Michael, en Flushing, tuvo lugar 40 años después del día en que las mujeres fueron torturadas, violadas y asesinadas a tiros por miembros del ejército en El Salvador, donde ellas habían estado trabajando como misioneras y ayudando a los pobres. Los cuerpos de las víctimas fueron enterrados en fosas poco profundas al borde de una carretera.
La guerra civil en El Salvador comenzó en 1979 y se prolongó durante más de una década, hasta 1992.
“Era un momento diferente”, dijo el obispo Chappetto. Los civiles desarmados eran detenidos de forma rutinaria por tropas militares, torturados y asesinados.
Dos de las mártires asesinadas, las misioneras de la orden de Maryknoll Ita Ford y Maura Clarke, tenían conexiones con la Diócesis de Brooklyn. La hermana Ita creció en la parroquia de St. Ephrem, en Dyker Heights. La hermana Maura creció en Rockaways y fue feligresa de la parroquia St. Francis de Sales.
El obispo Chappetto se refirió a ellas como “un maravilloso ejemplo de servicio a Dios”.
La hermana Ita era sobrina del obispo Francis Xavier Ford, misionero de la orden de Maryknoll asesinado en China en 1952 y en honor a quien se nombró la escuela secundaria Bishop Ford High School.
En un caballete a un lado del altar se colocaron dos cartulinas, una con fotografías de las cuatro mujeres y otra con sus biografías.
La mayor parte de la misa se celebró en español. Flushing tiene una población considerable de inmigrantes de El Salvador, según Mons. John Vesey, párroco de la iglesia.
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Fue Mons. Vesey, quien había servido como misionero durante más de 30 años en lugares como China, Guatemala y Paraguay, quien sugirió celebrar la misa en honor al aniversario de las mártires.
Durante su homilía, pronunciada en español, señaló que las cuatro mujeres viajaron valientemente a un país peligroso para hacer la obra de Dios.
Señaló que las mujeres “arriesgaron sus vidas durante una guerra para servir a la gente. Sabían el riesgo que estaban tomando”.
Al finalizar la misa, Mons. Vesey dijo a Nuestra Voz que había viajado a El Salvador y visitado las tumbas de las hermanas Ita y Maura. “La tradición de la orden de Maryknoll es que te entierran donde mueres”, aclaró. Durante su visita al cementerio, un helicóptero militar estuvo sobrevolando constantemente el área.
La hermana Jane Ann Scanlon, de la Congrégation de Notre-Dame, leyó una de las lecturas en la misa. No conocía personalmente a las víctimas, pero dijo que recordaba la conmoción y el horror que sintió en la comunidad religiosa cuando ocurrieron los asesinatos.
“Nos sorprendió a todas, pero también nos sentimos muy orgullosas del trabajo que estaban haciendo”, dijo, y añadió que las mujeres son modelos a seguir.
Los feligreses de St. Michael dijeron que estaban profundamente conmovidos por la misa y por el recuerdo de las cuatro mártires.
“Fue muy triste lo que sucedió”, dijo María Rodríguez, natural de El Salvador.
Otra inmigrante salvadoreña, Georgina Ramírez, recordó la lucha en su país de origen durante la guerra civil.
“Nadie estaba feliz ni se sentía seguro. Fue espantoso. Dondequiera que íbamos, nunca nos sentíamos seguros”, dijo a Currents News.
Los ciudadanos que cumplen normalmente las leyes pueden ser detenidos por la policía o las tropas militares en cualquier momento y obligados a presentar documentos que prueben su ciudadanía. Los asesinatos de las mujeres fueron sobrecogedores, dijo. “Nadie esperaba que sucediera algo así”, dijo.
No obstante, los inmigrantes de El Salvador sienten un profundo amor por su país, dijo Georgina. “Todos amamos a nuestro país pase lo que pase. Los salvadoreños son gente muy trabajadora”, dijo.
Los funcionarios responsables de los asesinatos nunca han comparecido verdaderamente ante la justicia. A raíz de los asesinatos, el gobierno de Estados Unidos presionó al gobierno de El Salvador. Pero las investigaciones iniciales del gobierno de El Salvador fueron condenadas como intentos de encubrimiento.
Las Naciones Unidas designaron una comisión especial para investigar.
En 1984, cuatro años después de los hechos, cuatro miembros de la Guardia Nacional —Daniel Canales Ramírez, Carlos Joaquín Contreras Palacios, Francisco Orlando Contreras Recinos y José Roberto Moreno Canjur— fueron condenados por asesinar a las cuatro mujeres y condenados a 30 años de prisión. Uno de sus oficiales superiores, el sargento Luis Antonio Colindres Alemán, también fue condenado.
Pero los altos funcionarios que habían planeado y ordenado las ejecuciones se libraron del castigo. Y el jefe de la Guardia Nacional en el momento de los asesinatos, el general Carlos Eugenis Vides Casanova, fue designado posteriormente ministro de Defensa del país. Pasados varios años, se marchó de El Salvador y emigró a Estados Unidos.