Entre las tantas paradojas de la Cuba actual en transición está la actitud oficial hacia la Iglesia. El gobierno no logra decidir si la Iglesia es una entidad ideológica no estatal que hace falta restringir, o un colega con un papel importante en la construcción del futuro del país.
La Iglesia sigue estando muy controlada, al igual que la sociedad cubana en general. No tiene acceso a los medios, tiene que solicitar permisos para casi todo, y los sacerdotes y las órdenes religiosas están estrechamente vigiladas. Gente de la Iglesia aquí cuenta historias de seminaristas que en vísperas de su ordenación han confesado ser militares y, en un caso, de una informante a quien sus jefes ordenaron entrar en una orden religiosa femenina y que al final decidió hacerse monja y ahora vive en un convento en España.
No obstante estos obstáculos, la Iglesia ocupa un papel cada vez más importante en la sociedad como la gestora de una sociedad civil todavía mínima pero dinámica.
Para acompañar el crecimiento de las pequeñas empresas en Cuba —medio millón de cubanos ahora trabajan en el sector privado— los centros culturales católicos ofrecen cursos populares y exitosos en materias como ética, idiomas y administración de empresas. Ahí se ensenan valores morales cristianos, no con un fin proselitista sino como servicio a la sociedad.
“La gente responde a las invitaciones de la Iglesia de muy buen grado, porque saben que lo hacemos con seriedad, y con buen nivel, y se consideran hasta halagados de que los invitemos”, me explica Gustavo Andújar, director del Centro Cultural Félix Varela en La Habana Vieja.
El Centro Varela, alojado en el antiguo seminario de La Habana, y donde el papa Francisco se dirigió a los jóvenes, es uno de cinco centros culturales católicos sólo en La Habana. Entre ellos hay centros dirigidos por los jesuitas, los dominicos y los hermanos de la Salle.
El Centro Loyola de Fe y Cultura de los jesuitas, por ejemplo, recién ofreció un curso sobre Laudato si’, la encíclica medioambiental del papa Francisco. Uno de los participantes fue un funcionario del gobierno, el director de pronósticos del Departamento de Meteorología, que asistió para obtener información sobre el tema del cambio climático.
Cuba Emprende es un curso de un mes que ofrece el Centro Varela sobre cómo organizar una empresa.
Cubanos que tienen microempresas —la mayoría ligada al turismo: alquiler de habitaciones en las casas particulares o gastronomía en los paladares— aprenden la importancia de la publicidad, la necesidad de reinvertir en la empresa o cómo hacer una declaración de impuestos. El curso ha tenido mucho éxito: más de 60 por ciento de los negocios que inician sus estudiantes perduran.
“A los alumnos les cuesta darse cuenta de que el empresario tiene que asignarse un salario, porque el dinero de la empresa no es de él”, afirma Andújar sonriendo. “A la gente le cuesta mucho trabajo entender eso”.
Cuba Emprende también ensena los principios éticos que deberían guiar la empresa.
“Una de las situaciones críticas que tiene el país es el tratamiento de los empleados en el sector privado, que es inhumano: no tienen vacaciones, muchas horas de trabajo, sin descanso semanal”, dice Andújar. “Insistimos en el tratamiento humano de las personas”.
El gobierno poco a poco está reconociendo que ante la crisis de valores de la sociedad cubana y el notable deterioro de las costumbres, la Iglesia tiene un papel imprescindible. A pesar de la baja asistencia a la misa dominical —alrededor de dos por ciento de la población, fruto de décadas de hostigamiento contra la religión—, Cuba sigue siendo un país muy creyente: según las propias encuestas del gobierno a finales de los ochenta, menos de 15 por ciento de los cubanos se declaraban ateos. En otras palabras, la renovación ética de Cuba tiene sólo una fuente obvia.
Atrás quedó la época en que el estado insistía en tener el monopolio absoluto del cuidado del ciudadano desde la cuna hasta la tumba. Hoy en día reconoce la necesidad de que otros actores participen.
Pero siempre hasta cierto punto y no más. Cuatro décadas de ateísmo oficial no se pueden borrar tan fácilmente. Las licenciaturas de los centros de cultura católica no son reconocidas por el Ministerio de Educación, a pesar de su evidente calidad.
No es de extrañarse, considerando que la comunicación oficial entre los obispos católicos y el estado tiene que pasar por la Oficina de Asuntos Religiosos, dentro del departamento ideológico del comité central del Partido Comunista. Es decir, mientras Raúl Castro elogia al papa Francisco y lee sus discursos y escritos, el estado cubano sigue tratando a la Iglesia como un problema ideológico.
Por su parte, la Iglesia insiste en que no es el agente moralizador del estado, y que la renovación ética de la sociedad requiere pluralismo. Para ello es necesario que surja una sociedad civil vigorosa junto con un sector privado en expansión. “En Cuba se da la paradoja de que es un país con condiciones ideales para que haya una sociedad civil con un desempeño brillante, porque hay tanta gente capaz, tanta gente bien formada”, dice Andújar. “En la medida en que crezca el sector privado, la economía se irá dinamizando también”.
Pero como siempre en Cuba, la cuestión es: ¿hasta qué punto?
Foto: Jorge I. Domíngue-López