QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS EN CRISTO:
Durante más de 35 años, la primera semana después de la Epifanía ha sido designada “Semana Nacional de la Migración”. Este año tuvo lugar del 8 al 14 de enero. La Iglesia en Estados Unidos, admitiendo que ha vuelto a ser una Iglesia inmigrante, debe entender la nueva cultura que ha crecido dentro de ella.
El tema de este año, “Crear una cultura de encuentro”, está tomado de la primera homilía de Pentecostés de nuestro Santo Padre, el papa Francisco, en la que destaca el significado del encuentro en la fe cristiana. Él dice: “Para mí, esta palabra es muy importante. El encuentro con los demás. ¿Por qué? Porque la fe es un encuentro con Jesús, y nosotros debemos hacer lo mismo que él: ir al encuentro de los demás”.
Jesús, nuestro Señor, tenía un método pastoral: conocer personas y hacerse amigo de ellas. Al parecer tenía esa habilidad de acercarse a los demás y atraerlos casi de inmediato para cambiar radicalmente sus vidas. Jesús invitó a los Apóstoles a dejar su trabajo y seguirlo; y así lo hicieron Pedro, Andrés y Mateo. Se encontró con la samaritana en el pozo y entabló una conversación con ella. Vio a los dos discípulos en el camino a Emaús y ellos también vivieron experiencias que cambiaron sus vidas.
Nuestro llamamiento a fomentar una cultura de encuentro con los inmigrantes se inspira también en el mandato de Jesús en el capítulo del Juicio Final, cuando nos dice: “Quien acoge a un forastero, a mí me acoge”.
En septiembre del 2015, cuando el Papa habló con los obispos de Estados Unidos, nos dijo: “Ninguna institución estadounidense hace más por los inmigrantes que sus comunidades cristianas. Ahora tienen esta larga ola de inmigración latina en muchas de sus diócesis. No sólo como Obispo de Roma, sino también como un Pastor venido del sur, siento la necesidad de darles las gracias y de animarles”.
Es realmente importante que nuestro país tenga una política migratoria equilibrada. Son muchos los elementos necesarios. En primer lugar, debemos abordar la seguridad de nuestra nación y la protección de sus ciudadanos. También debemos permitir la entrada legal de los migrantes que nuestro país necesita, así como la de los que desean reunirse con otros miembros de su familia que ya han migrado.
Desafortunadamente, desde hace mucho tiempo nuestras leyes de inmigración han fallado a la hora de resolver nuestras necesidades de trabajo y reunificación. Se impone cierto tipo de regularización general del estatus de los trabajadores indocumentados y sus familiares, antes de tomar medidas más drásticas para resguardar nuestras fronteras, protegiendo al mismo tiempo el lugar de trabajo donde se encuentran los migrantes.
La Iglesia reconoce la necesidad y el derecho de los Estados de controlar el flujo migratorio y preservar el bien común de la nación. Sin embargo, esto debe analizarse conjuntamente con el deber de resolver y regularizar la situación, especialmente de los niños migrantes. Nuestro Santo Padre convocó una Jornada Mundial de Oración para el Emigrante y el Refugiado, con especial atención a los niños, titulada: “Emigrantes menores de edad, vulnerables y sin voz”.
Durante la celebración de la jornada, que tuvo lugar el pasado 15 de enero, el mensaje del papa Francisco evocó las mismas palabras del Señor cuando dijo: “El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”. (Mc 9:37, cf Mt 18: 5, Lc 9:48, Jn 13:20). El mensaje de este día es un llamado a buscar y adoptar soluciones permanentes que ayuden a los emigrantes menores de edad.
Dos fotografías podrían describir esto mucho mejor que mil palabras. Una es la foto de Alan Kurdi, un niño sirio, que aparece en la foto bocabajo en una playa, muerto. Alan tenía tres años, era de origen étnico kurdo, y murió ahogado en el mar Mediterráneo mientras su familia intentaba llegar a Europa. Esta imagen verdaderamente fue un llamado de atención a nuestra civilización para reconocer quiénes son las víctimas más vulnerables de las tendencias migratorias.
La segunda fotografía es la del pequeño niño sirio llamado Omran Daqneesh, que fue rescatado de un bombardeo en Alepo y se observa sentado en el interior de una ambulancia. Estaba solo, en silencio absoluto; parecía estar en estado de shock. Su cuerpo estaba completamente cubierto de polvo y su rostro ensangrentado. Cuando se tocó la cabeza y luego miró su mano manchada de sangre, el niño entró en pánico y empezó a secarse la mano en el asiento, sin saber qué más hacer. Ambas fotos nos recuerdan que ningún niño debería vivir estas experiencias traumáticas.
En su mensaje, el Papa continúa diciendo: “Los niños constituyen el grupo más vulnerable entre los emigrantes, porque, mientras se asoman a la vida, son invisibles y no tienen voz: la precariedad los priva de documentos, ocultándolos a los ojos del mundo; la ausencia de adultos que los acompañen impide que su voz se alce y sea escuchada”.
Con cuánta exactitud el Pontífice resumió la desafortunada situación de tantos niños en el mundo de hoy. Como se ha dicho tantas veces, la civilización siempre se juzga por la manera en que tratan a los más vulnerables, ya sean ancianos o niños.
El Santo Padre reconoce que la solución al fenómeno de la migración actual demandará remar mar adentro en nuestra conciencia social y nacional. Y también añadió: “Es necesario centrarse en la protección, la integración y en soluciones estables”.
Esto no se logra fácilmente; requiere mucho sacrificio y compromiso. Les pido que se unan a mí en la oración, y juntos nos hagamos eco del mensaje del papa Francisco, especialmente para la protección de todos los hijos de Dios.