Columna del Obispo

La ciencia y la religión son compatibles cuando ambas son buenas

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS EN CRISTO:

En mi columna al comienzo de la Cuaresma, sugerí que vacunarnos contra el virus COVID-19 sería una buena práctica durante la Cuaresma. Dada la dificultad de recibir la vacuna y el escepticismo de algunos sobre la inoculación, escribo este artículo.

Quizás la historia pueda ayudarnos en este sentido, concentrándonos en la persona de Louis Pasteur, que nació en Francia en 1822 en una familia católica pobre.

Pasteur fue un biólogo, microbiólogo y químico que desarrolló el principio de vacunación y el comienzo de la humanología. Pasteur comenzó con el trabajo más famoso que realizó, que se conoce como pasteurización. Observó que algunos que bebían leche de vaca desarrollaron tuberculosis.

En sus experimentos descubrió que calentando la leche de vaca a 130 F se matan los microbios. Esto lo llevó a comprender el origen microbiano de las enfermedades que afectaban a muchos animales de granja en su tiempo.

Su trabajo comenzó con la vacunación de pollos y luego ovejas y conejos. En cada uno de estos experimentos, Pasteur descubrió que la inmunología comenzaba con la muerte de cualquier microbio presente y luego transfirió sus conocimientos a la existencia del virus.

Comprendió que debilitando su fuerza y luego reinyectando el microbio en el cuerpo, se conseguía inmunidad contra él. A un médico y científico inglés, el Dr. Edward Jenner, se le atribuye el mérito de ser pionero en el concepto de las vacunas; sin embargo, a Louis Pasteur se le atribuye el descubrimiento de la vacunación.

Y aquí está el problema que tenemos hoy. Muchas personas son escépticas en general al beneficio de las vacunas por muchas, muchas razones. Para algunos, es una razón médica por la que no creen que la inyección con microbios o virus debilitados sea saludable.

Algunos creen que una vacuna puede causar un daño aún mayor al organismo.

Otros ven un problema moral ya que varias generaciones atrás, los fetos abortados se utilizaron para comenzar lo que se llama “líneas celulares”, que se utilizan hoy en día en el trabajo inicial de creación de nuevas vacunas.

Aunque ahora en la nueva producción de vacunas, se sigue un perfil genético que permite producir muchas de estas vacunas sin recurrir a líneas celulares desarrolladas a partir de estos antiguos abortos. Algunas vacunas de hoy están libres de esto, mientras que otras todavía usan la tecnología más antigua.

La Santa Sede, sin embargo, nos ha recordado que la proximidad del aborto al uso en vacunas es completamente moral ya que no tiene un efecto directo. Otros podrían discutir esto; sin embargo, además de nuestro propio miedo a la inoculación en general, no existen problemas morales que nos impidan vacunarnos en el curso de esta pandemia.

La vacuna nos protege a nosotros y a otros de propagar este virus COVID-19. Volviendo a la sabiduría de Louis Pasteur, sabemos que una vez dijo: “No existen las ciencias aplicadas, solo aplicaciones de la ciencia”.

Parece que la ciencia se ha convertido en una nueva religión, algo más misterioso que la religión y que debe ser venerado más que la religión misma. Es tan cierto que la brecha percibida entre la religión y la ciencia se ha creado artificialmente.

Por ejemplo, Louis Pasteur fue un verdadero hombre de fe y ciencia. Mantuvo su fe, incluso en la Francia secularizada de esa época después de la Revolución Francesa. Una vez dijo: “Feliz el hombre que lleva dentro de sí una divinidad, un ideal de belleza y lo obedece; un ideal de arte, un ideal de ciencia, un ideal de patria e ideal de las virtudes del Evangelio”.

Pasteur era un hombre que no temía compartir su fe y su ciencia, a veces corriendo un alto riesgo. Cuando descubrió la cura para la rabia, arriesgo su propia vida inyectando a un niño que se estaba muriendo de rabia con su vacuna experimental. Esto iba en contra de las reglas de la época, ya que Pasteur no era médico, sino biólogo y químico.

La vida de ese niño se salvó gracias al coraje de Louis Pasteur y las vidas de muchos otros desde entonces.

Les cuento una anécdota sobre su vida que demuesta su fe: una vez Pasteur viajaba en un tren, sacó su Rosario y comenzó a rezar. Frente a él se sentó un joven que comenzó a ridiculizarlo diciendo: “Viejo, ¿por qué confías en estas supercherías medievales? ¿Por qué rezas el Rosario?

Pasteur nunca respondió al joven. Sin embargo, cuando se levantó para bajar del tren, el joven seguía sentado frente a él y sin mediar palabra le entregó su tarjeta que decía simplemente, Louis Pasteur.

Evidentemente, el joven aprendió una lección que no olvidaría pronto.

Con suerte, también nosotros podemos aprender lecciones que no debemos olvidar en cuanto a ciencia y religión. Son completamente compatibles cuando hay buena ciencia y buena religión.

Les insto a que aprovechen la oportunidad para vacunarse contra Covid-19. Especialmente aquellos con comorbilidades subyacentes. Yo mismo he recibido ambas inyecciones de la vacuna Pfizer.

Entiendo que es difícil conseguir una cita para la vacunación; sin embargo, es una buena penitencia de Cuaresma seguir tratando de obtenerla, por su propio bien y por el de los que le rodean.

Sabemos que algunas personas son alérgicos a cualquier tipo de inmunización; sin embargo, esta debe ser una decisión de su propio médico. Durante este tiempo de COVID-19, se nos pide que hagamos muchos sacrificios.

Debemos remar mar adentro para encontrar nuevas formas de hacer frente a la interrupción de nuestro estilo de vida normal. Nunca es fácil cambiar nuestros hábitos y costumbres; sin embargo, a veces, es importante hacerlo.

Este es uno de esos momentos en que comenzamos la Cuaresma con la pizarra en cero. Necesitamos ahora escribir en nuestro corazón nuevas formas de encontrar una manera de honrar a Dios y expresar nuestro apoyo a la buena ciencia en el mundo de hoy.