Hoy celebramos la Anunciación, es decir, el anuncio del ángel Gabriel a la Virgen que sería la Madre de Dios. Hoy celebramos también el sí de María: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.
La Anunciación es uno de los temas religiosos más repetidos en la pintura occidental. La obra que acompaña este artículo es hoy atribuida a Leonardo da Vinci, aunque también haya sido adjudicada a otros pintores. Del medioevo al barroco, casi todos los grandes nombres de la pintura trataron este tema que narra el Evangelio de Lucas.
En la audiencia general del miércoles 18 de noviembre, el papa Juan Pablo II explicó elocuentemente el significado de este hecho central en la historia de la salvación. Decía:
El concilio Vaticano II, comentando el episodio de la Anunciación, subraya de modo especial el valor del consentimiento de María a las palabras del mensajero divino. A diferencia de cuanto sucede en otras narraciones bíblicas semejantes, el ángel lo espera expresamente: “El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la Encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida” (Lumen gentium, 56).
La Lumen gentium recuerda el contraste entre el modo de actuar de Eva y el de María, que san Ireneo ilustra así: “De la misma manera que aquella ―es decir, Eva― había sido seducida por el discurso de un ángel, hasta el punto de alejarse de Dios desobedeciendo a su palabra, así ésta ―es decir, María― recibió la buena nueva por el discurso de un ángel, para llevar en su seno a Dios, obedeciendo a su palabra; y como aquélla había sido seducida para desobedecer a Dios, ésta se dejó convencer a obedecer a Dios; por ello, la Virgen María se convirtió en abogada de la virgen Eva. Y de la misma forma que el género humano había quedado sujeto a la muerte a causa de una virgen, fue librado de ella por una Virgen; así la desobediencia de una virgen fue contrarrestada por la obediencia de una Virgen…” (Adv. Haer., 5, 19, 1).
Al pronunciar su “sí” total al proyecto divino, María es plenamente libre ante Dios. Al mismo tiempo, se siente personalmente responsable ante la humanidad, cuyo futuro está vinculado a su respuesta.
Dios pone el destino de todos en las manos de una joven. El “sí” de María es la premisa para que se realice el designio que Dios, en su amor, trazó para la salvación del mundo.
El Catecismo de la Iglesia católica resume de modo sintético y eficaz el valor decisivo para toda la humanidad del consentimiento libre de María al plan divino de la salvación: “La Virgen María colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de los hombres. Ella pronunció su “fiat” “ocupando el lugar de toda la naturaleza humana”. Por su obediencia, ella se convirtió en la nueva Eva, madre de los vivientes” (n. 511).
Así pues, María, con su modo de actuar, nos recuerda la grave responsabilidad que cada uno tiene de acoger el plan divino sobre la propia vida.
Precisamente hoy, el papa Francisco acaba de publicar la exhortación apostólica Gaudete et exsultate (“Alegraos y regocijaos”) que es, esencialmente un llamado a “acoger el plan divino sobre la propia vida”, como decía Juan Pablo II. El tema de la exhortación es precisamente ese: un recordatorio de que todos estamos llamados a la santidad.