La historia de Yolanda, mi amiga, vecina y hermana en Cristo toca las fibras más profundas de mi corazón. Ella es una inspiración y un ejemplo como madre. Su vida está llena de historias de dolor que han marcado las diferentes etapas de su vida.
Cada domingo, le llevo la Sagrada Eucaristía a ella y a su hija de 30 años, con necesidades especiales, aquí en nuestra comunidad de Brooklyn. Después de la comunión, con una gran sonrisa que refleja la paz interior que inunda una persona que confía totalmente en Dios, me invita a tomar un café y, entre sorbo y sorbo, me ha ido contando su historia.
Siendo apenas una niña de 4 añitos y la menor de 13 hermanos, en un pueblito de Colombia, recuerda el horror de las luchas entre Conservadores y Liberales en los años 50s. Su padre era del Partido Liberal y ante una amenaza inminente de masacre a toda la familia, un día hizo que su familia empacara todo rápidamente para huir a la ciudad de Pereira. Allí estuvo algunos años con la familia, hasta que pudieron volver a su pueblo. La Iglesia le quedaba cerca y allí nutrió su fe. Acudía todos los días a la Santa Misa; hizo su Primera Comunión y buscaba la forma de llevar comida a vecinos pobres y desamparados. A los 15 años, se casó con un hombre que le dejó huellas de dolor debido al alcohol y violencia con ella y con los cuatro hijos que tuvieron. Cuando emigraron a Estados Unidos, la esperanza de vivir mejor y renovar su amor se esfumó cuando él le dijo un día que se marchaba porque se había enamorado de otra mujer. Triste y sola no se dejó vencer, buscó la ayuda del gobierno para alimentar a sus hijos y complementaba los gastos con tamales y buñuelos que hacía para vender.
Lejos pero muy cerca en su fe, Lucia Roldán prefiere olvidar los amargos momentos de desesperación cuando su esposo también la abandonó con sus dos hijos para irse con otra mujer. Hoy, cuatro décadas más tarde, recibe gozosa la visita de su párroco, el Padre Luis Cruz, quien sigue muy de cerca las necesidades de sus feligreses de la Parroquia San Francisco de Asís, en la comunidad de Parque Ecuestre, en Carolina, Puerto Rico. “La Iglesia abre sus brazos y su corazón a todas esas mujeres que pasan por ese proceso doloroso que muchas, por falta de apoyo, no han podido superar o por lo menos se les hace más difícil superarlo, arrastrando con ellas a sus hijos. En fin, la Iglesia las espera y las acoge con la máxima expresión en el amor fraterno”, dice el Padre Cruz, a la vez que saborea un delicioso café preparado por las manos de Lucía. Señala Lucia que de no haber sido por el apoyo de su iglesia, su vida nunca hubiera sido igual. “Le doy gracias cada día a Dios por el apoyo de mi parroquia que me mantuvo de pie cuando todo parecía derrumbarse en mi vida. Sostener a mis hijos y llevarlos por el camino del bien siempre fue mi prioridad. Me mantuve sola, firme en mi fe, pero cada día era una lucha cuesta arriba”.
Yolanda, por su parte, en medio de su soledad, volvió a casarse con la esperanza de una vida nueva. De este matrimonio, que tampoco resultó como ella esperaba, nació una bella niña, que por mala práctica médica, tuvo problemas al nacer y desde entonces, ha necesitado cuidados personales de su madre y de otros. Dios, en su gran misericordia, la ha invitado de nuevo al redil de su iglesia. Allí se ha reencontrado con el Dios que en palabras de ella “nunca la ha abandonado” y ha establecido relaciones con hermanos que la amamos y la ayudamos. Además, sus otros hijos, hoy adultos ya, con hijos propios, son grandes seres humanos. Son la corona de esta madre que los sacó adelante con amor, fe y tenacidad.
“La Iglesia de hoy por hoy está ayudando a la mujer divorciada en todos los niveles, pues ha tomado conciencia de lo grande que es la misericordia de Dios y cuán necesitada está antes, en el proceso y después de su separación. Por lo tanto, la acogida por parte de la Iglesia no debe faltar”, nos dice el Padre Cruz, desde Puerto Rico, señalando además que “el deseo del Señor es que todos los hombres y mujeres, aunque estén divorciados y muchas veces vueltos a casar, formen parte del proyecto de salvación, ya que es ahí donde la Iglesia debe desempeñarse con todo el amor que nos ha enseñado Jesucristo cabeza de ella, la Iglesia”. Y es que son millones de mujeres y hombres alrededor del mundo los que sufren los estragos del divorcio y la separación familiar. De acuerdo a un sondeo mundial de la revista Business Insider, las tasas de divorcio más altas en Latinoamérica son encabezadas por Panamá y Venezuela, ambos con un 27 por ciento; seguidos por Brasil y Ecuador con un 20 por ciento y México, con un 15 por ciento.
En Europa, las tasas son aún más alarmantes, con Portugal liderando el grupo con un 68 por ciento en tasa de divorcios, seguido por España con un 61. “No juzga El Señor como nosotros y la Iglesia, está consciente de ellas, por lo tanto, nuestro papel no es rechazar sino acoger, no es dejar fuera sino que permanezcan dentro. Debe ser la Iglesia y nosotros el rostro misericordioso del Padre que dio la bienvenida por siempre. Dios las ama inmensamente”, concluye el Padre Cruz.