Reportaje

La pandemia emocional de los mayores

Mi madre cumplió 100 AÑOS y no pude llegar a abrazarla y celebrarla. Entiendo más que nunca su soledad y la soledad de las personas mayores. La pandemia no nos permite estar cerca de ellos. A mí no me permitió volar de Nueva York a Ecuador. Los planes se derrumbaron. El lugar grande para reunir la gran familia se quedó vacío, los viajes suspendidos. Los vestidos glamorosos se quedaron colgados en nuestros armarios. Los sueños se quedaron esperando. Y una viejita se quedó con sus ojos tristes y su corazón vacío.

Hoy, quiero decirle a mi madre y a todas las personas mayores que se sienten tristes y solas que Jesús también se sintió así en Getsemaní: “Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte; quédense aquí y velen”, les dijo a Pedro, Santiago y Juan, los discípulos escogidos para que lo acompañaran en su angustia y soledad. ¡Y no velaron con Él; se quedaron dormidos! (Marcos 14:34). Mi madre añade que está triste porque su vida se acorta, y sus hijos no la pueden visitar por la pandemia. Yo le contesto: “Madre, así estamos todas las personas mayores. No nos visitan ni los hijos ni los nietos porque quieren que vivamos”. ¡La pandemia nos ha llevado a vivir una paradoja extraña; y a practicar una manera de amar que raya en la crueldad! ¿Será que los ancianos podrán soportar esta dolorosa epidemia emocional?

Sin duda esta pandemia está haciendo efecto en las vidas de todos, pero mucho más en los mayores, debido a la soledad que están experimentando. Investigaciones hechas señalan que la soledad es una cadena de reacción que causa infelicidad. Y esta, a su vez, lleva a la mortalidad prematura ya que la tristeza generada por la soledad repercute en el deterioro de la salud mental, cognición, demencia, hipertensión y enfermedades cardiovasculares.

¿Qué hacer? ¿Cómo enfrentar esta realidad tan dolorosa cuándo hasta las Iglesias aconsejan a los mayores quedarse en casa?

Dependiendo de la edad y salud física y mental, los mayores pueden leer, orar, y salir al mundo sin salir de casa a través de las redes sociales. El gran inconveniente es que muchos no saben manejarlas. Eso sí, la televisión llega a ser para ellos una compañera permanente, y los Canales de Oración se convierten en grandes fuentes de paz y consuelo. Las videollamadas de los seres queridos les hace mucho bien. Sin embargo, como dice mi madre: “Me alegro un ratito, pero luego caigo en la tristeza de nuevo. No quiero verlos así, quiero verlos y tocarlos; sentirlos de verdad”. Y la entiendo porque a mí me pasa igual.

Como forma de consuelo para ella y para mí le respondo: “Madre, por ahora tu fiesta es virtual; pero cuando la pandemia pase, llegaremos todos y celebraremos todas las fiestas acumuladas, incluyendo la más grande, la de tus 100 años”. Ella baja la vista, guardando profundo silencio. Luego me mira de nuevo y leo en sus ojos miedo y desconcierto. Casi adivino su pregunta y temo no saber responderla. “¿Y cuándo se acabará esto? Tengo tristeza de irme antes y dejarlos”. Ya de mis ojos quieren brotar lágrimas a raudales. Me aguanto. Pongo mi mejor sonrisa en Zoom y le replico: “Tengamos fe y esperanza madre. Esto durará un poco más, pero se acabará. Sigamos orando.”

“Vengan a Mí los que estén cansados y Yo los aliviaré”, dice Jesús en Mateo 11,28. Cuánto sabía Jesús de dolores, vacíos y soledades. Ojalá nos convenciéramos de que Él es nuestra mejor compañía. Está siempre allí, nunca se va, nunca nos deja. Ayudémonos a nosotros y a nuestros seres queridos a llegar a la convicción de que la mejor solución es mantenernos conectados a Jesús. Busquémosle sentido al sufrimiento, ofreciéndolo por los seres queridos, como Jesús lo ofreció al Padre por la humanidad. Recordémosles todo el bien que Dios nos ha hecho en nuestro caminar por la vida. Esto nos enfocará en lo positivo y una gratitud sanadora inundará nuestro ser. Oremos con ellos, llamémoslos, escuchemos sus historias, y si los tenemos cerca visitémoslos, tomando las debidas precauciones. Y, sobre todo, llevémoslos a la certeza de que son inmensamente amados de Dios y de nosotros también.