Reportaje

Carta a Dios: ¿Hasta cuándo, Señor?

¿Hasta cuándo, Señor? ¿Cuándo se acaba esta pandemia? ¿Hasta cuándo vamos a vivir con esta incertidumbre? ¿Cuándo encontraremos de nuevo el camino? Busco una respuesta en la Palabra y encuentro que al salmista le sucede lo mismo que a mí. Hago mío su clamor:

“Al Señor le imploro a grandes voces, al Señor le suplico a grandes voces. En su presencia explayo mi lamento y ante él relato mi aflicción cuando en mí desfallece mi espíritu, pero tú, ¿no conoces mi sendero?” (Salmo 142)

¿Hasta cuándo, Señor? La cuarentena se ha prolongado a meses interminables. La gente se ha cansado de encierros y de injusticias. Salen a respirar aire fresco y a marchar buscando alivio a sus descontentos internos y justicia a conflictos externos. ¿Hasta cuándo Señor? Y con el corazón apretujado continúo haciendo mía la queja del salmista: “Atiende a mi clamor porque estoy muy decaído. Ponme a salvo de mis perseguidores, que son más fuertes que yo”. Sí Señor, tengo perseguidores internos: angustia, depresión, desasosiego.

Este salmo expresa el sentir de muchos de nosotros. Lo peor es no saber qué va a pasar; es no saber cuándo termina este calvario; es no poder abrazarnos y darnos fuerzas; es la incapacidad de estar en nuestra iglesia pegaditos unos de otros, mirándonos sin tener que adivinar quién es aquel o aquella. Las mascarillas que llevamos no sólo nos impiden ver nuestras sonrisas, sino que nos recuerdan una cruel realidad y una nueva normalidad que no tiene nada de normal. El temor del enemigo invisible sigue allí. La peor parte la llevamos los mayores, los condenados a quedarnos en casa o a arriesgarnos a morir en el intento. Sin embargo, también se muere poco a poco al limitarnos a recibir la Eucaristía, nuestro maná en este desierto; al no poder abrazar a nuestros seres queridos y compartir con ellos como antes. ¿Hasta cuándo, Señor?

“Sácame de la prisión para que dé gracias a tu Nombre” recita el versículo 8 del mismo salmo. Y es que el mundo se volvió una prisión. Un virus nos ha condenado al encierro y al temor. Un virus se ha coronado como centro del mundo. ¡Sácanos de esta prisión, para que demos gracias a tu Nombre!

La Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses 5,18 viene a mi mente: “Den gracias en todo tiempo”. ¡Qué fácil cuando todo va bien, qué difícil en estos tiempos!. Le pregunto al Señor: “¿Y de qué te tenemos que dar gracias?”. Cierro los ojos, y Jesús me responde:

  1. Este sufrimiento es parte del plan de salvación para ti; déjate moldear por Mí, te transformaré en una persona nueva.
  2. Da gracias al levantarte y ofrece tu sufrimiento por los que más amas; ellos necesitan un mundo mejor.
  3. Sin pensar ni analizar nada toma unos minutos para aspirar y exhalar. La respiración te concientizará del soplo de vida que te he dado. Recuerda que otros están respirando con ventiladores.
  4. Quédate en mi Presencia en silencio; sólo siente que estoy contigo, recuerda que Yo Soy, y que tú eres. Yo soy el Creador y tú eres mi criatura, te creé, te amo y te cuido.
  5. Confía y espera. No desesperes. Mantén tu oído alerta a mi Voz. Tengo emisarios, ángeles en tu vida que te aman y te ayudan.
  6. Contempla la naturaleza. Camina en medio de ella, mírala y disfrútala, es mi creación.
  7. Renueva tu mente (Romanos 12,2). Desecha las ideas negativas. Entrégame tus pensamientos y tus emociones. Permítele a mi Espíritu llenar todo tu ser; aumentaré tu fe y te llenaré de esperanza.

Señor, aunque no contestaste mi pregunta de “¿Hasta cuándo?”, vuelvo al salmo y repito el versículo 6 con el alma aliviada: “¡A ti clamo, Señor, a ti te digo: Eres mi esperanza, mi parte en la tierra de los que viven!”