“Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto”. Romanos, 12:2
En estos días de transformación social, giros políticos drásticos y protestas, he buscado guía espiritual en la Santa Biblia, y contexto histórico en algunos escritos de los grandes pensadores y próceres de la humanidad.
Y es que, con tantos ventarrones de opiniones encontradas, es más fácil dejarse llevar por el revuelo que hacer el esfuerzo contundente de permanecer centrados en pensamiento y palabra con los propósitos que nos acercan a Dios: “lo bueno, lo agradable, lo perfecto”.
Estos tres conceptos, definidos en términos terrenales, se derivan de definiciones personales que cada mente adjudica según sus criterios y preferencias. Sin embargo, si analizamos las cosas a nivel colectivo y global, vemos que hay ciertos principios que, aplicados con sabiduría, nos acercan a “lo bueno, lo agradable, lo perfecto”.
En 1867, tras el derrocamiento del Segundo Imperio Mexicano, el gran prócer y político mexicano, Benito Juárez, entró triunfante a la Ciudad de México y pronunció un manifiesto que contenía la frase que lo inmortalizó. “Que el pueblo y el gobierno respeten los derechos de todos. Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.
Este respeto dirigido a todos por igual es el primer principio inalienable, que, aplicado en su más sagrada pureza, genera paz. Al únicamente emplearse en ciertos sectores, ignorando a otros, genera tarde o temprano, desasosiego, como vemos hoy en nuestras calles.
El Benemérito de las Américas se inspiró, según algunos historiadores, en un texto del filósofo Immanuel Kant, que forma parte de su ensayo ‘La paz perpetua’ —Zum Evigen Friden—, y en el cual se lee: “…la injusticia cometida se ejerce únicamente en el sentido de que no respetan el concepto del derecho, único principio posible de la paz perpetua”.
A lo largo de la historia, la llamada ‘paz perpetua’ parece un término utópico que suele alcanzarse temporeramente a través del conflicto y muchas veces hasta la guerra. Pero ¿estamos preparados realmente para esta paz?
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Siempre llevo presente las palabras de mi abuelito, quien, aunque no fue un pensador ilustre, ejemplificó una vida de paz que hasta hoy resuena en mi alma. Todos los días decía: “Vísteme con calma que estoy de prisa”.
La calma, interna y externa, se refleja en nuestros pensamientos y nuestras acciones. Cuando cultivamos pensamientos de paz, nuestras acciones son también de paz, aún cuando nos toca luchar por nuestros derechos.
El gran líder hindú Gandhi era fiel proponente del principio de la paz y a través sus medios pacíficos, logró la independencia de la India del imperio británico en 1947.
Leyendo las obras de Gandhi, he aprendido que cada acción es poderosa, y que cada esfuerzo mental y cotidiano para reducir la violencia, la pobreza y la desigualdad, contribuye a la paz de nuestra comunidad, nuestra sociedad, nuestro país y nuestro planeta.
Así como la paz no es sinónimo de quedarse de brazos cruzados, luchar no significa generar violencia. Gandhi decía; “La violencia solo genera violencia”. “Todo hecho cargado de odio, recibirá una carga aún más grande odio”. Con un movimiento pacífico que arropó su nación, Gandhi mostró que la lucha no es sinónimo de guerra, sino de paz. Una paz que fue ensayada en sus tiempos con actos de resistencia civil pacífica y de ayunos.
El principio de la justicia se viene dilucidando por siglos y ha generado guerras que a su vez generan injusticias para los perdedores y para los que dejan sus vidas en las trincheras.
Hoy nos toca nuevamente luchar por la justicia y generar paz. Nuestra encrucijada nos coloca en un momento histórico donde tenemos la oportunidad de crear un futuro mejor.
Busquemos nuestra guía espiritual en las Escrituras y nuestra perspectiva social en los principios de nuestra fe que nos dirigen hacia lo “bueno, lo agradable y lo perfecto” para todos por igual en un mundo imperfecto e históricamente injusto.
Empecemos en casa, en nuestro entorno familiar y en nuestras comunidades, reflejando respeto al derecho ajeno, calma y paz. Así daremos comienzo a nuestro proceso de justicia social.
La paz esté con nosotros.