Esa descalificación incivil no beneficia a ningún ciudadano, ni aquí ni allá, solo ofrece el hábitat necesario para que el gobierno cubano eche leña fresca al viejo “enemigo externo” que necesita todo sistema totalitario, dejando fuera el protagonismo de los ciudadanos.
Otro elemento para el análisis de este viejo conflicto pudiera ser considerar que la política exterior norteamericana hacia Cuba ha sido convertida, casi de forma automática y con frecuencia inconsciente, en parte de las políticas domésticas de Estados Unidos. Esto no solo puede llevar a errores de perspectiva, sino y lo que es más lamentable, nos ubica a los cubanos, de dentro y de fuera, en un dilema que no es la raíz y la causa de la situación de Cuba. Digámoslo otra vez: el problema de Cuba es el sistema político totalitario y excluyente, así como el modelo económico estatista e ineficiente, que “no funciona ni para nosotros mismos”.
Las diversas posiciones internas de la sociedad civil en la Isla, del exilio político y de los migrantes cubanos alrededor del mundo, asumiendo posturas que aparentan una radical división, no benefician a los proyectos pacíficos y civilizados del cambio. Por el contrario, restan fuerza interior a los que se sacrifican perseverantemente durante casi seis décadas por mayores grados de libertad y democracia en Cuba, especialmente los que hemos optado por permanecer aquí, trabajando por la democracia. Esas posiciones solo atrincheran y benefician al gobierno totalitario. Dividirse por las opciones frente a las políticas de otros gobiernos hacia Cuba es como los niños que pelean por el envoltorio del regalo mientras olvidan averiguar, entre todos, cómo poner a funcionar y disfrutar del nuevo don compartido.
El daño antropológico y el analfabetismo cívico y político que, en general, padecemos muchos cubanos, dentro y fuera, favorecen estas posturas inmaduras y descentradas que nos hacen reflexionar en que, si no podemos aceptar convivir y debatir ideas sin atacarnos ad personam hoy, cuando necesitamos unirnos como pueblo frente al totalitarismo, ¿cómo podríamos construir juntos una democracia en la que, como decía Martí, “quepamos todos”?
¿Cómo aspirar a una sociedad plural y pluripartidista cuando hoy solo aceptamos una opción y creemos que un solo partido o un presidente, sea el de hoy o el de ayer, el de aquí o el de allá, tenga la solución de todos nuestros problemas? Estas incongruencias y analfabetismos de hoy muy probablemente traerán los males cívicos y políticos del mañana.
En fin, que yendo más allá de los ruidos que producen los cambios de política de los gobiernos que se alternan en una nación democrática, distrayéndonos en políticas o medidas que vienen de fuera, pero que han demostrado ser ineficaces con unos y con otros, parece que sería más eficaz y de mayor adultez cívica y política, que los cubanos, de la Isla y de la Diáspora, todos los que queremos lo mejor para Cuba, nos convenzamos de que debemos y podemos unirnos respetando la diversidad, centrarnos en la raíz del problema interno de los cubanos, y buscar la eficacia de todos nuestros actos y proyectos, más que su necesario impacto mediático o internacional.
De esta forma debemos diseñar nuestras propias políticas, consensuar nuestras estrategias y poder encontrar nuevos caminos para la libertad y la democracia en Cuba. No nos distraigamos expectantes en lo alto de un monte ideal y ajeno, esperando que la solución definitiva de nuestro problema venga de arriba o de afuera. Así los caminantes, los protagonistas y los beneficiarios seremos realmente nosotros, el pueblo cubano.