Mientras la demografía de los militares se hace cada vez más diversa, la presencia de minorías en el ejército está creciendo constantemente. Los hispanos son la minoría de más rápido crecimiento y, para la próxima década, se prevé que el número de veteranos latinos se duplique.
Uno de esos veteranos es el padre Edwin Ortiz, recién ordenado vicario parroquial de la Iglesia Católica de San Atanasio – Santo Domingo.
Antes de su ordenación, pasó tres años como ayudante del hospital asignado a los Marines. En la actualidad, el padre Ortiz y los latinos que han llevado una vida de servicio constituyen el seis por ciento de los veteranos estadounidenses, según un informe de 2014 del Centro Nacional de Análisis y Estadísticas de Veteranos.
Su tiempo en los Marines lo llevó a Japón, donde estuvo viajando en barco por el Asia-Pacífico, ayudando a brindar atención médica a quienes no podían pagar servicios médicos o comprar medicamentos.
Aunque nació en los Estados Unidos, el padre Ortiz creció muy apegado a sus raíces salvadoreñas. Como latino, estar en un lugar que era tan diferente culturalmente hizo que tardara mucho “en adaptarse al principio”, dijo. “Especialmente en Nueva York, es casi como estar viviendo dentro de una burbuja”.
Esa experiencia se está volviendo más común para los latinos en el servicio militar, que hoy en día representan el 36 por ciento de los miembros activos, en comparación con el 25 por ciento en 2004, según el Centro de Investigación Pew.
El padre Ortiz atribuye ese aumento de los latinos en el ejército, al esfuerzo de difusión de los militares. “Creo que parte de esto ha sido, de alguna manera, aumentar la conciencia. Creo que los militares han hecho un gran trabajo en el acercamiento a sus reclutas”, dijo.
“Creo que antes la gente decía ‘militar’ e inmediatamente se asociaba con ‘guerra’. Uno de los mayores logros de los militares es que se han expandido, mostrando los otros beneficios de servir a su país”.
También se inspiró para volver a discernir su llamado al sacerdocio durante el tiempo que pasó trabajando en proyectos humanitarios con los Marines. Fue ahí cuando el padre Ortiz tuvo la oportunidad de ver la diferencia positiva que podría hacer en la vida de los demás, sin estar en una guerra.
En marzo de 2012, su último año en el servicio, un tsunami y un terremoto azotaron Japón. “Estaba en casa en ese momento. Solo ver la devastación y todo lo que sucedió realmente me estremeció”, dijo.
Cuando ocurrió el desastre, estaba en un barco militar que regresaba a Japón. El padre Ortiz fue parte de la “Operación Tomodachi” (Amistad), una misión militar de asistencia para ayudar a Japón a recuperarse de las consecuencias originadas por el devastador terremoto y posterior tsunami.
A raíz del terremoto y el tsunami, el sacerdote también vio la fe comprometida: no solo la suya, sino la de los afectados.
“A veces, en los momentos más desesperados las personas pierden la fe y se comienzan a preguntar: ¿De qué se trata esto? ¿Por qué estoy aquí?’ ”, expresó.
Ser esa persona que los ayude a regresar a Cristo, que les demuestre que siempre hay esperanza y que el amor de Dios es más grande que todas las circunstancias; hizo que valiera la pena la transición del ejército al sacerdocio. Pero nunca ha dejado de pensar en sus compañeros veteranos.
A través de su ministerio, se reúne y comparte historias con otros veteranos, algunos de los cuales han servido en la Segunda Guerra Mundial o en Vietnam, “viendo el orgullo que sienten por los tiempos en que sirvieron”, añade.
Durante esos encuentros, el padre Ortiz continua compartiendo su amor por el servicio y su amor por Cristo, “será difícil dependiendo de dónde viva” que otros veteranos latinos obtengan el apoyo que necesitan, dijo.
“Dejar que el Espíritu Santo los guíe durante ese tiempo” es lo que puede ayudarlos.