¿Qué aprendí en el 2020? Cada uno de nosotros tiene no una lección; sino muchas; lecciones que nos marcaron para siempre. Aprendí que respirar es un regalo del que no nos habíamos percatado plenamente, hasta que vimos gente muriendo buscando aire a través de máquinas de oxígeno. Aprendí que la vida es un precioso don que no apreciamos hasta que nos vemos amenazados por un enemigo invisible que al entrar a nuestro cuerpo puede privarnos de ella. Aprendí que la alegría de estar con otros puede ser reemplazada por el temor que nos lleva a distanciarnos, y a usar mascarillas que disfrazan nuestros rostros y ocultan nuestras sonrisas.
Uno de los aprendizajes más duros ha sido el de aceptar que tu familia se aleja de ti porque te ama; pero como esta forma de amar no la entiende el corazón, empiezas a ser víctima de la pandemia emocional: tu sistema mental y físico se debilita y otras enfermedades se apoderan de tu cuerpo y de tu alma. Para debilitarte más, aprendí de una forma cruel que los duelos no se cierran cuando no se pudo estar con el ser querido; cuando no se pudo tocar su mano y darle el último beso; cuando no se pudo acompañarlo a su última morada. Te quedan heridas de las cuales ni siquiera puedes hablar. Pero también aprendí que los duelos no consisten solamente en perder a un ser amado; los duelos son múltiples y universales. Todos hemos perdido sueños, planes y empleos. Habría que hacer un rito sanador para todos los que poblamos el planeta Tierra.
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Aprendí que todos y cada uno vive su propio Getsemaní, pero que cada uno lo vive diferente de acuerdo a su edad y circunstancias. Aprendí que al no tener acceso a los abrazos, hoy los ansiamos y necesitamos como la mejor medicina para sanar nuestros temores, soledad y dolor. Aprendí que la soledad no es solo la ausencia de personas; es también y sobre todo, la soledad del alma, aquella que nada ni nadie puede llenar; que necesitas acudir a Dios como el sediento acude al agua porque Él es el único que permanece, el único que no se muda. Aprendí que cuando te parece que nada tiene sentido, es cuando más necesitas buscarle el verdadero sentido a la vida. Y en el aspecto práctico, ¡aprendí a lavarme las manos bien y con frecuencia!
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¿Qué me llevo al 2021? Me lo llevo todo porque la fecha solo cambia en el calendario, pero no en el corazón. Lo que hemos vivido continúa porque estamos en medio de un proceso, y este es un peregrinaje interno que va cambiando y madurando de a poco. Aprendí que la única persona que puede decidir cambiar mi interior soy yo. Para ello, en primer lugar, es necesario permitirle a Dios que entre en nuestra alma para que en el camino nos vaya sanando; para que nos dé la gracia para procesar de forma positiva y saludable cada emoción, cada experiencia. En segundo lugar, es necesario buscar ayuda en el nivel corporal, emocional y espiritual.
Me llevo la conclusión de lo aprendido en el 2020: que solos no podemos, que necesitamos a los otros; que necesitamos a Dios. Es preciso salir de nosotros mismos, renovar nuestra mente, como dice San Pablo en Romanos 12,2; dar gracias todos los días por todo y en todo (1 Tesalonicenses 5,18); vivir cada día conectados a Dios; y a los otros. Solo así veremos y viviremos frutos de amor, paciencia y regocijo en el 2021.