LAS NOTAS MUSICALES de “¡Vive Jesús, el Señor!”, entonadas por el papa Francisco con alrededor de setenta mil carismáticos en la Vigilia de Pentecostés, se esparcieron en el cielo abierto del Circo Máximo de Roma, un amplio estadio que en tiempo de los romanos se usaba para violentos espectáculos.
“Estamos en un cenáculo con cielo abierto”, dijo el Santo Padre. “En este lugar, durante las persecuciones, fueron martirizados muchos cristianos para la diversión de otros. Hoy hay más mártires que antes. Es el ecumenismo de la sangre de tantos mártires. La Renovación Carismática Católica es un precioso instrumento del Espíritu Santo para el ecumenismo. Doy gracias a Dios junto a ustedes por estos 50 años de acción soberana del Espíritu Santo que ha dado vida a esta corriente de gracia que es la Renovación Carismática Católica. Felicidades por este Jubileo de Oro!”
En este “cenáculo abierto”, el Circo Máximo, tuvimos dos noches de alabanza y oración. En la primera, escuchamos varios testimonios, incluyendo los de David Megan y Patty Manfield con quienes empezó la Renovación, seguidos luego de la celebración de la Santa Misa.
En la segunda noche tuvimos la visita del Santo Padre y de miembros representantes de otras Iglesias. Las dos noches los carismáticos del mundo bañamos el Circo Máximo con lágrimas de arrepentimiento, de gozo y gratitud, proclamando que Jesús es el Señor. Las dos noches, las banderas ondearon, los brazos se levantaron, la multitud presente, de diferentes razas y lenguas, cantamos a toda voz “Alabaré, Alabaré”. Las dos noches también sufrimos tardes previas de espera en largas filas, para entrar y pasar la seguridad, en medio de un sol ardiente que quemó nuestra piel, pero que también inflamó nuestros corazones con el fuego del Espíritu Santo.
Dos noches antes habíamos tenido la celebración de la Santa Misa en la Basílica Santa María la Mayor; y otra en la Catedral San Juan de Letrán. Las dos veces las Iglesias tuvieron que cerrarlas cuando llegó al límite de personas. Los que quedaron fuera siguieron cantando y alabando al Señor igual que los que estaban dentro.
El Domingo de Pentecostés fue el punto culminante de la celebración jubilar. A las 6:30 am caminamos a la Plaza de San Pedro para empezar a hacer las filas, pasar la seguridad y lograr sentarnos a corta distancia de donde el Santo Padre celebraría la Santa Misa. Allí nos reunimos alrededor de 80.000 personas que participamos con orden, paz, alegría y hasta con un profundo silencio después de la Comunión.
En su homilía nos advirtió el Santo Padre contra la tentación de buscar la diversidad sin unidad; y unidad sin diversidad.
La primera ocurre cuando buscamos destacarnos, cuando formamos partidos. La segunda ocurre cuando la unidad se convierte en uniformidad, en la obligación de hacer todo juntos y todo igual, pensando todos de la misma manera”.
El mundo carismático brilló en Roma. Las gorras rojas y los pañuelos amarillos con el logo del jubileo identificaba a cada carismático en cualquier parte de la ciudad, sea asistiendo a algún taller, o actividad incluida en la celebración de cuatro días del jubileo, o simplemente comprando algo o visitando lugares históricos. Nos reencontramos y abrazamos con amigos de otros países o hermanos carismáticos de otras ciudades de los Estados Unidos.
Y para un nuevo comienzo nos sostenemos en las palabras de nuestro Santo Padre: “Les deseo un tiempo de reflexión, de memoria de los orígenes. Un tiempo para sacar de las espaldas todas aquellas cosas que hemos ido añadiendo con nuestro «yo», y transformarlo en escucha y en alegre acogida del Espíritu Santo que actúa dónde y cómo quiere.
Gracias, Renovación Carismática Católica, por todo lo que han dado a la Iglesia en estos 50 años. La Iglesia cuenta con ustedes, con su fidelidad a la Palabra, su disponibilidad al servicio, y los testimonios de vidas transformadas por el Espíritu Santo”.