Después de terminados los estudios, mientras me preparaba para rendir los exámenes de mitad de año, me tomé un tiempo de recreación para ver la tan nombrada película “Los dos Papas”, y me encontré, sin lugar a dudas, con un muy buen trabajo técnico y artístico que de algún modo nos alienta al ver que los temas relacionados con nuestra Fe son aun un material interesante para los guionistas. Pero, en cuanto al desarrollo del contenido, la película me dejó un gusto amargo en la boca… es el sabor de la impotencia frente a una visión injusta que sientes que no puedes rebatir.
Lamentablemente, la parte más amarga de este trago no es la obra en sí, sino la pasividad con la que es recibida. Consumimos relatos falaces todo el tiempo y a veces parece que incluso los disfrutamos.
Puedo decir que se cometió una injusticia con la figura de Francisco porque soy argentino, pero era difícil para mí justificar la injusticia cometida con la figura de Benedicto XVI, pues solo tenía la experiencia de haber leído algunos de sus libros y sus tres encíclicas, que no es poca cosa, ya que puedo asegurar que no son muchos los que se detuvieron a escuchar o a leer a este hombre que no solamente es un gran teólogo, sino también una persona con una gran comprensión de la vida humana.
También podría citar algunas anécdotas que escuché, por ejemplo, de Mons. Lucio Ruiz, Secretario General para las Comunicaciones en la Santa Sede, quien decía que si bien Benedicto era un hombre tímido, era igualmente humilde y siempre encontraba tiempo para escuchar cuando alguien necesitaba desahogarse o pedir un consejo, o de la Madre Rita Andreatta, quien recuerda siempre con cariño cuando el entonces Cardenal Joseph Ratzinger se escapaba para pasar un tiempo de tranquilidad en la casa de oración que la Congregación de las Hijas de la Iglesia tiene en Ponte Galeria, en las afueras de Roma y compartía con esa comunidad la vida cotidiana.
¿Pero qué valor pueden tener estos simples, aunque auténticos, recuerdos frente a una maquinaria publicitaria que ha contaminado la mente de muchos católicos?
Continué mi búsqueda y navegado por la red, providencialmente me encontré con algo que quisiera compartirles: Una carta escrita por un ex guardia suizo, quien tuvo la tarea de cuidar de Benedicto XVI durante su pontificado. Si bien una carta no tiene la fuerza persuasiva de los efectos especiales de un film hollywoodense, tiene la potencia de la autoridad de quien conoce íntimamente a la persona que describe.
Comencé mi tarea de verificar si la fuente era auténtica y pude contactar a Grégoire Piller, quien ahora, luego de haber servido al Papa durante ocho años, vive en Nairobi y trabaja para una Universidad en proyectos que involucran a los jóvenes emprendedores.
La carta que les comparto a continuación es una traducción del original publicado en italiano en el blog “Duc in Altum” del periodista Aldo Maria Valli, a quien se dirige la misiva. Espero que puedan disfrutarla y emocionarse leyéndola como me sucedió a mí:
“Querido Aldo Maria Valli, hace unas semanas vi a los dos papas en Netflix y debo decir que, como ex miembros de la guardia pontificia suiza al servicio de Benedicto XVI durante su pontificado, me sorprendió la cuidadosa reconstrucción del Vaticano. Pero a medida que seguía viendo mi buena impresión disminuyó. Me sorprendió y lamenté ver a un Benedicto XVI presentado como codicioso, malo, mezquino, animado por una sed incontrolable de poder. En el fondo de mi corazón pensé: ¡pero este no es el Papa que he conocido y servido! En estos días, al leer los informes periodísticos sobre la historia del libro escrito por el cardenal Sarah, sentí el mismo sentimiento y el mismo disgusto: a menudo la prensa nos presenta a un Benedicto XVI que no existe. Los que nos hacen pasar son verdaderos engaños, como si los periodistas describieran al Papa Benedicto como una ficción cinematográfica y no real.
Puedo decir que he servido a un Benedicto XVI bueno, magnánimo y amable, completamente desinteresado de los asuntos relacionados con el poder y la apariencia. Lo hice durante ocho largos años y guardo un recuerdo lleno de gratitud y ternura.
Hay muchos momentos de los que podría hablar: celebraciones públicas en la Plaza de San Pedro, reuniones en el palacio apostólico, audiencias, pero también momentos privados, como cuando, en una noche de Pascua, Benedicto bautizó a un querido amigo mío y yo fui su padrino, o cuando tuve la oportunidad de presentarle a mis padres. ¡Luego recordé los días que pasé en Castel Gandolfo, y aquella vez en que el papa Benedicto XVI me envió el día de San Gregorio felicitaciones por mi santo a través de su secretario! O como cuando, después de la cena, separaba porciones del postre que le habían servido para los guardias suizos del turno de la noche.
Todavía recuerdo una noche en que estaba disfrutando el strudel de manzana que me había enviado el Papa y escuché el sonido de un piano… ¡Era Benedicto XVI interpretando a Mozart! ¡Eso sí fue una verdadera escena de película!
¿Y cómo podría olvidar el 28 de febrero de 2013, el último día de su pontificado activo? Ese día también terminé mi servicio como guardia suizo, y Benedicto XVI, a pesar de estar enfrentando una situación tan delicada, me recordó y se aseguró de que hubiera encontrado un nuevo trabajo.
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Por eso, querido Valli, digo que el Papa que conocí no tiene nada que ver con lo que se nos presenta en la ficción y en la prensa.
Debo agregar que en los ocho años de mi servicio conocí a un Papa que poseía un alto sentido de responsabilidad, combinado con una conciencia de la dignidad del papel que desempeñó y la grandeza del papado. Todo esto, como dije, no le impidió ser un hombre simple y humilde, sino que lo protegía de toda forma de demagogia y protagonismo.
El día de su elección se definió como “un trabajador simple y humilde en la viña del Señor” y puedo confirmar que es la definición que mejor lo describe.
Varias veces Benedicto dijo que cuando fue elegido Papa le preguntó al Señor: “¿Por qué me pides esto?, ¿qué quieres que haga?”; pero se entregó totalmente a Dios y aceptó ser guiado.
En mi opinión, su renuncia siempre tuvo el objetivo de servir a la Iglesia. Actuó como un servidor valiente, como solo saben hacer los verdaderos líderes.
Ha sido un gran honor para mí servirle y siempre estaré agradecido por esos años. Fue para mí un ejemplo que, desde mi pequeñez, trato de imitar.
Grégoire Piller