Columna del editor

Luego vinieron por nosotros

En agosto de 2018, la prensa reportó un brote de peste porcina africana en la ciudad de Shenyang, Provincia de Liaoning, en China. Un año después, el 40% de los cerdos de China había desaparecido. Millones de cerdos debieron ser sacrificados cuando la epidemia se extendió sin control. En un año, la cuarta parte la población porcina mundial debió ser destruida. Fue una debacle epidemiológica que afectó gravemente la industria alimentaria en un país con 1400 millones de habitantes.

En cualquier sitio del mundo puede brotar una epidemia de fiebre porcina africana o de cualquier otro tipo, por supuesto. Sin embargo, esta epidemia se convirtió en una crisis de la industria alimentaria china debido a las inadecuadas normas de prevención y control de enfermedades animales por una parte, pero también por la falta de transparencia y responsabilidad congénitas al régimen totalitario chino.

Quizás usted no escuchó hablar ni vio nada en los noticieros sobre esta crisis. El mundo occidental ha estado ignorando o minimizando los graves problemas de China por lo menos desde 1972, cuando el entonces presidente Nixon realizó su histórica visita a China para entrevistarse con Mao Zedong. En ese momento, la maniobra política concebida por Nixon y su entonces consejero de seguridad nacional, Henry Kissinger, tenía un objetivo geopolítico clave para Occidente: separar definitivamente a China del bloque soviético.

Protesta de estudiantes en la Universidad de Hong Kong el 25 de septiembre de 2019 por el encarcelamiento de dos profesores uigures.

En ese momento, China aun estaba en medio de la Revolución Cultural iniciada por Mao en 1966. La Revolución Cultural fue una campaña represiva brutal que tenía, entre otros, el objetivo de erradicar la religión así como las tradiciones culturales y los ancestrales valores de la sociedad china para reemplazarlos con la versión maoísta del comunismo.

Los historiadores consideran que unos 20 millones de personas murieron en China, víctimas de la Revolución Cultural. Incluso con esa cifra de espanto, el carácter genocida del régimen fue ignorado por los líderes de Occidente con la esperanza de contener, con la ayuda del régimen Chino, el avance de otro imperio totalitario: la Unión Soviética.

Tras la muerte de Mao en 1976, y la rápida defenestración de la llamada Banda de los Cuatro, Deng Xiaoping tomó control del gobierno y comenzó un programa de reformas económicas con la intención de fomentar en China una economía de mercado. Hablando de la economía de mercado y su posible contradicción con la ideología comunista, Deng dijo: “No importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato”.

Los líderes de Occidente apoyaron con entusiasmo las reformas económicas de Deng. Quizás analizaron el asunto con una lógica semejante a la del gato negro o blanco de Deng y prefirieron ignorar el carácter represivo del régimen, el sistemático robo tecnológico que las compañías chinas practicaban sin asomo de vergüenza, la manipulación de la moneda para lograr ventajas en el mercado internacional, las continuas violaciones de los derechos humanos y una larga lista de otros crímenes.

Durante la década del ochenta del siglo pasado, muchos expertos estaban convencidos de que la sociedad china, al enriquecerse, se volvería necesariamente más democrática, sin importar si sus líderes estuvieran o no interesados en tener una sociedad más libre. La brutal represión de las manifestaciones en pro de la democracia en la Plaza de Tiananmén en junio de 1989 debió poner fin para siempre a esa teoría.

Después de Tiananmén el interés de las grandes compañías por acceder al inmenso mercado chino se convirtió en el principal incentivo para seguir ignorando los graves problemas de China.

De alguna manera, todos nos hemos beneficiado de la ceguera voluntaria de nuestros líderes ante los crímenes del gobierno chino. Ayudamos a convertir a China en una inmensa fábrica con mano de obra barata. Y nos acostumbramos a disfrutar de los productos a bajo precio que allí se producen. De vez en cuando, calmamos nuestras conciencias condenando tímidamente el trabajo infantil en una fábrica de zapatillas Nike o las horribles condiciones laborales en las ensambladoras de Apple. Pero seguimos disfrutando los productos —y los precios— creados en condiciones de injusticia.

A principios de marzo, circuló la noticia de que miembros de la etnia uigur, condenados por el régimen a trabajo forzado, laboran en fábricas que prestan servicios a compañías como Apple, Nike, Amazon o Samsung. Usted probablemente tampoco vio esta noticia en las primeras planas de ningún periódico.

Lo que seguramente sí ha visto en todos los periódicos y todos los sitios de Internet y todos los noticiarios son las noticias sobre el nuevo coronavirus que, en el momento en que escribo esta columna, ya ha costado la vida a 16,500 personas en nuestra ciudad. Esta vez, nosotros somos también víctimas del inadecuado control de enfermedades infeccionas del gobierno chino, y de su falta de transparencia y responsabilidad.

Todos hemos leído alguna vez el famoso poema del pastor luterano alemán Martin Niemöller. Es un texto sobre la complicidad silenciosa de muchos alemanes ante los crímenes del régimen nazi:

Primero vinieron a buscar a los comunistas
y no dije nada porque yo no era comunista.

Luego vinieron por los judíos
y no dije nada porque yo no era judío.

Luego vinieron por los sindicalistas
y no dije nada porque yo no era sindicalista.

Luego vinieron por los católicos
y no dije nada porque yo era protestante.

Luego vinieron por mí pero,
para entonces,
ya no quedaba nadie que dijera nada.

Algo similar nos sucede a nosotros ahora. El COVID-19 probablemente no fue producido voluntariamente por el régimen chino, pero fue la naturaleza de ese régimen lo que lo convirtió en una pandemia. Sí, nosotros ignoramos el carácter siniestro del régimen mientras que sus víctimas era ciudadanos chinos que se oponían al Partido Comunista, o musulmanes o cristianos deseosos de practicar su fe, o tibetanos que querían conservar su independencia y sus costumbres, o católicos que querían ir a misa el domingo y mantenerse en comunión con el Papa, o cualquier persona que quisiera pensar por sí misma.

Bueno, ya no podemos seguir ignorando los abusos o la irresponsabilidad de ese gobierno. Tenemos que exigir a nuestros líderes y representantes que adopten un plan de acción firme para presionar al gobierno chino a comportarse responsablemente como parte de un mundo globalizado. Nuestras propias vidas dependen de ello.