Columna del Obispo

María nos mostrará el camino para entender el plan de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

El Adviento es un tiempo de expectación, tiempo de espera. Para los cristianos no existe mejor modelo de espera que María, Madre de Dios y Madre de Jesucristo. Durante este tiempo de Adviento, mientras nos acercamos a la Navidad, sabemos que María estaba en la última etapa de su embarazo.

Sin duda, no hay imagen más hermosa que la de una mujer que lleva a un niño en su vientre, sobre todo cuando su embarazo está llegando a término. Muchas veces me pregunto cómo una mujer es capaz de soportar ese peso; y aunque las palabras de las Escrituras nos recuerdan que una mujer está sufriendo dolores de parto cuando da a luz, experimenta un gran gozo cuando una nueva vida ve la luz del día.

El mes de diciembre celebramos dos fiestas marianas; primero, la Inmaculada Concepción que nos recuerda el nacimiento de María y que fue concebida sin pecado original ya que ella sería quien traería al Salvador al mundo. Y aunque el pecado nunca la tocó, ella es el refugio de los pecadores cuando miramos su intercesión maternal en nuestra vida diaria.

La otra fiesta mariana que se celebró fue Nuestra Señora de Guadalupe. Un dato interesante sobre la imagen de Nuestra Señora que fue entregada milagrosamente a san Juan Diego es que se representa como una mujer embarazada. La faja alrededor de su cintura era una tradición cultural entre las mujeres aztecas que indicaban el embarazo.

La imagen milagrosa de María nos llega con muchas simbologías y con una comprensión profunda del significado de María en la vida de la Iglesia.

Este año, la celebración de Nuestra Señora de Guadalupe fue algo mesurada debido a las precauciones del COVID-19. Incluso en México, donde este día es un feriado nacional, solo se celebró una misa televisada en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe a la medianoche. Será un día que los mexicanos nunca olvidarán, porque hasta en los tiempos de revolución la Basílica siempre estuvo abierta.

El sábado 12 de diciembre celebré la misa del mediodía en la Concatedral de San José, y la homilía fue predicada por el obispo Octavio Cisneros. Contamos con la presencia de miembros de las muchas parroquias de Brooklyn y Queens donde funciona el Apostolado Mexicano, un ministerio que debemos al esfuerzo del padre Jorge Ortiz, el primer sacerdote víctima de COVID-19 en nuestra diócesis y en la nación.

Durante los diez años que sirvió a la comunidad mexicana, la celebración creció enormemente. El día de la Guadalupe, también honramos al padre Jorge; sus padres y hermanos viajaron a Brooklyn para el conmovedor homenaje a su amado hijo y hermano. Ahora el padre Baltazar, otro sacerdote nacido en México, se ha hecho cargo de este apostolado, e hizo un excelente trabajo en la organización de la celebración y de la misa, que este año fue un evento a menor escala debido al COVID-19.

Aunque al final de la misa se encendió una antorcha simbólica, este año no hubo peregrinaje por las calles de Brooklyn y Queens debido a la pandemia.

Hace apenas 30 años, vivían muy pocos mexicanos en la ciudad de Nueva York. Hoy, sin embargo, la cantidad ha aumentado a probablemente más de 200,000 mexicanos en nuestra ciudad. Los vemos empujando carritos de vendedores ambulantes. También están lavando platos y haciendo otros trabajos por el estilo, que son esenciales para nuestra economía. Vemos madres mexicanas llevando cochecitos con bebés recién nacidos aquí en los Estados Unidos.

A muchas de nuestras misas asisten tantas madres, que han hecho estacionamientos para coches de bebés fuera de la parroquia y de esta manera no ocupen tanto espacio dentro del templo.

María es madre universal para todos los cristianos, no importa con qué título la honremos; ella es, como dicen las Escrituras: “El honor de nuestra raza”. Ella es quien infaliblemente nos puede conducir a Jesús, su Hijo, a quien dio a luz y cuyo nacimiento conmemoramos cada Navidad. La voluntad de María de que se hiciera la voluntad de Dios en su vida, aunque no sabía exactamente a dónde la llevaría, es sin duda un ejemplo de remar mar adentro.

Para todos y cada uno de nosotros, cumplir la voluntad de Dios es siempre el mismo ejercicio. En ocasiones, nos esforzamos más de lo que nos gustaría hacer no es nuestra voluntad, sino la de Dios, la que debe cumplirse en nuestras vidas. Este año, la pandemia, la muerte y la desesperación desencadenadas han dificultado la comprensión de la voluntad de Dios para nosotros. Durante esta temporada de Adviento, recemos juntos para que María nos muestre el camino que nos haga entender el plan de Dios para cada uno de nosotros y el verdadero significado del nacimiento de nuestro Salvador, su Hijo.