MARIO DAVID REYNOSO nació en Guatemala y llegó a Estados Unidos en 1990 con su familia. Es fotógrafo profesional, con lo que ha continuado una tradición familiar: su abuelo paterno era fotógrafo y su padre también.
Desde siempre le gustó la fotografía, como muestran algunas fotos familiares en las que se ve a Mario, con unos 6 años, jugando con los estuches de las cámaras de su padre. “Las cámaras en ese tiempo eran de tanto cuidado que me dejaban jugar solo con los estuches”, comenta Reynoso, quien no solo heredó su gran pasión por su padre, pues su mamá trabajaba revelando fotos para Kodak en Guatemala.
“Desde que yo tengo conocimiento me gusta la fotografía y cuando vine a los Estados Unidos mi mayor sueño era tener mi propia cámara, algo que obtuve con mi trabajo. La compré en una tienda en Brooklyn, recuerdo que fue por Coney Island Avenue y allá llegué mirando los mapas del metro porque nunca había ido”, relata Mario recordando que aquella primera cámara era una Canon de 35 mm.
Mario David aprendió todo lo que sabe empíricamente a través de la experiencia adquirida a lo largo de los años. “Nunca fui a una escuela a estudiar, yo aprendí lo básico de mi papá como poner el rollo, enfocar y dar apertura”, sin embargo Mario constantemente busca nuevos métodos y tecnologías para aprender al ritmo que avanza la tecnología.
“Mi padre era fotógrafo de un pueblo llamado San Andrés Itzapa y yo me iba con él cuando tenía 12 o 13 años. Me decía: «Ve adonde tal señora y le entregas esto, ella te va a dar 2 quetzales». Entonces yo me iba a entregar las fotos que él tomaba”, recuerda con nostalgia. Mario también recuerda muy bien la primera vez que su padre le encomendó tomar las fotos de un matrimonio porque él tenía otro evento. Llegó el día y su padre ya le había explicado que de cada rollo de 36 fotos podía tomar 3 o 4 fotos más, pero nunca más de eso.
La gente empezó a llegar a la ceremonia, luego los novios y entre toma y toma el primer rollo se terminó. Puso el segundo rollo para registrar los momentos clave del sacramento del matrimonio de la feliz pareja, y luego el tercero en la fiesta. Al final solo dos de tres rollos fueron revelados pues el segundo no lo había puesto correctamente en la cámara así que no había ningún registro del matrimonio en sí.
“Fue una experiencia que me generó muchos nervios y me dio una gran lección, porque mi papá tuvo que regalar el trabajo. No lo cobró porque las fotos principales del momento no estaban. ¡Eso nunca más me volvió a pasar!”, asegura Mario.
Le digo que en cada boda el fotógrafo es el invitado que nadie conoce pero que todos esperan que sea el primero en llegar. “¡Es cierto!”, dice él. “A veces también le pregunto a mi esposa ¿cuántas veces hemos ido como invitados a una boda? Pues nunca, bueno ella sí, pero yo voy a trabajar porque mis amigos me dicen: «¿Será que puedes tomar las fotos?» Igual si yo no la llevara me sentiría incómodo porque ella es parte de mí”.
Hace cerca de 20 años, luego de haber trabajado como lavaplatos en el aeropuerto y como pintor algunos meses, Mario inició su carrera como fotógrafo profesional cuando alguien le preguntó si conocía a algún fotógrafo. “Pues yo”, respondió de inmediato. Y así fue el fotógrafo oficial en una fiesta de una quinceañera a la que conocía.
Mario no cobró por su trabajo pero ganó una amistad con ella y con su familia que todavía conserva. Un año más tarde fue contratado para trabajar en los quince años de la hija de una de las invitadas a aquella fiesta y allí la carrera de Mario despegó. La calidad de su trabajo se ha dado a conocer de voz a voz gracias a la satisfacción de sus clientes que siempre lo recomiendan.