Visité Uvalde, Texas, el 5 de junio, fiesta de Pentecostés con dos hermanos de la Renovación Carismática de Austin en medio de un sol ardiente y una temperatura de 106 grados Farenheit.
Empezamos nuestro peregrinaje en la Iglesia Católica del Sagrado Corazón. Nos sentamos en silencio mientras mirábamos el impresionante boletín. Tenía una cubierta roja con los nombres de las víctimas de la masacre, los diecinueve niños, dos maestras , y el esposo de una de ellas. En las esquinas debajo estaba, en fondo blanco, Cristo en la cruz, a la izquierda, y el símbolo del Espíritu Santo a la derecha. Cristo masacrado en la cruz, pero a la misma vez dando vida a través de Su Santo Espíritu.
La Santa Misa fue concelebrada por el Arzobispo de San Antonio, Monseñor Gustavo García y el Rev. Eduardo Morales, párroco de la Iglesia. Monseñor ha estado viajando frecuentemente de San Antonio a Uvalde, a hora y media, para pastorear sus ovejas heridas de Uvalde. En su homilía dijo: “Necesitamos llamar al Espíritu Santo constantemente”. Los animó y consoló asegurándoles que no están solos. “Esta cruz la llevamos juntos”. Este mensaje fue reafirmado por el Padre Morales, quien además enfatizó la necesidad de perdonar, como requisito para tener paz. “Permítamosle al Espíritu Santo caminar con nosotros”, dijo al final de la Santa Misa.
Nuestra siguiente parada fue la escuela donde tuvo lugar el tiroteo. ¡Me quebré! Las lágrimas brotaron de mis ojos a borbotones, mi corazón palpitó rápidamente y las oraciones se me trabaron en un nudo en la garganta. Muchas ideas se atropellaron en mi mente. Miré a mi alrededor. Vi a mi lado una desconocida también con lágrimas en los ojos. Intercambiamos nuestras miradas de dolor y nuestro sentir de impotencia y de incredulidad. “Soy una maestra de Houston”, me dijo. “Y yo soy maestra en Nueva York”, le dije. Impulsivamente, llorando, nos abrazamos en un largo y sentido abrazo. Nos despedimos con un Dios te bendiga, y Dios bendiga nuestros niños.
Luego caminamos a otra sección. Allí vimos las fotos de las caritas sonrientes de los diecinueve niños. Imposible no seguir llorando. Ante esta vista, el corazón parece paralizarse de dolor. Una mezcla de sentimientos se revuelven en el alma. ¡Se fueron demasiado pronto. Su futuro fue masacrado! Misael, Soledad, mis compañeros de peregrinaje, y yo, empezamos a orar. ¡Espíritu Santo, ven, renueva la faz de la tierra! ¡Ven, sana, libera y restaura, Señor!
Seguimos nuestro peregrinaje al parque de Uvalde. En el medio hay una fuente de agua. Las flores, fotos y recuerdos la rodean. Una música clásica le da solemnidad al lugar. Me senté frente a la fuente. El agua cristalina sigue su curso, sube, baja, corre. ¡Perdona a tu pueblo, Señor!, Que no hayan más masacres, que se acabe la idolatría de las armas, que las familias crezcan en unidad, en paz y en amor. ¡Ven, Espíritu Santo!
Dejamos Uvalde con un sol ardiente, pero opacado por las nubes de dolor y silencio que deja la muerte. La pregunta que todos nos hacemos es, ¿Pararán las masacres? Lamentablemente, la historia nos está enseñando que en cada masacre hay dolor, oraciones y debates con promesas de cambios en cuanto al control de las armas, permitido por la Segunda Enmienda. Una sobreviviente de la masacre de Columbine HS de 1999 dijo con tono sombrío, en una entrevista de CNN después de lo ocurrido en Uvalde: “Nos dijeron en aquel entonces que nunca más ocurriría una masacre”.
En el alma llevamos marcadas las masacres en otros salones de clases, en universidades, cines, teatros, supermercados, iglesias, sinagogas, y otros lugares. ¡No olvidemos cada historia! Cada uno de nosotros puede hacer algo. Me quedo con el mensaje que me traje de Uvalde: una estampita que me dieron a la salida de la Misa. En el frente tiene una maestra dando clases a sus niños. Atrás lleva la oración: “Señor, hazme un instrumento de Tu Paz”; y el clamor en la fiesta de Pentecostés: “Ven, Espíritu Santo, renueva la faz de la tierra”.