DESDE PEQUEÑO siempre quise conocer el Santuario de Nuestra Señora de Fátima. Desde enero pasado empezamos, junto a mi esposa, a planear el viaje. Al principio pensamos ir en mayo cuando el papa Francisco celebrara el centenario de las apariciones de Nuestra Señora de Fátima.
Sin embargo decidimos hacer nuestro viaje en abril, visitamos algunas ciudades en Europa, llegamos a Lisboa el 16 de abril y nos fuimos en carro hasta Fátima. Nuestro hotel quedaba muy cerca del Santuario, solamente teníamos que cruzar la calle y ya estábamos en la explanada del Santuario de la Virgen de Fátima.
Al ingresar al Santuario sentí una tranquilidad inmensa. Entramos a la Basílica, visitamos las tumbas de Jacinta, Francisco y Lucía. Allí estaba la imagen de la Virgen peregrina, la que vi cuando estuvo en nuestra Diócesis, en la parroquia de Nuestra Señora de Fátima en Queens.
Luego fuimos a la Capilla de las Apariciones, el lugar más sagrado del Santuario, allí la Virgen se apareció por primera vez a los pastorcitos y luego cuatro veces más. Allí estaba la imagen de la Virgen en una urna. Nos acercamos a orar, esa paz que sentí al entrar al Santuario se intensificó, es inevitable no sentir la presencia de la Virgen, como tampoco lo es que las lágrimas aparezcan. Algunas personas llegan al Santuario a cumplir una promesa, muchos lo hacen avanzando de rodillas por un camino diseñado para tal fin.
La penitencia la terminan dando la vuelta a la Capilla de las Apariciones. Algunos usan rodilleras, pero muchos otros lo hacen sin protección.
En Fátima estuvimos tres días, pudimos conocer la casa de Francisco y Jacinta Marto, hacer el Vía Crucis, conocer otros lugares donde la Virgen de Fátima y el ángel se aparecieron. Durante esos días en Fátima parecía que el tiempo se hubiera detenido. El padre Héctor Ramírez, capellán de lengua española del Santuario, a quien entrevistamos para Nuestra Voz, nos dijo que habíamos elegido una muy buena época para visitar el Santuario, pues el verano es la época donde más visitantes esperan.
Mientras caminábamos por el Santuario, nos sorprendió que las campanas no sonaban como las de cualquier parroquia, sino que tocaban la canción “13 de mayo” que habla de la aparición de la Virgen María a los tres pastorcitos. Esa noche estuvimos en la procesión de las velas: allí la imagen de la Virgen de Fátima recorre parte de la plaza, mientras que los asistentes llevamos velas, en medio de la oscuridad el camino de la procesión es alumbrado por estas.
En Fátima se respira una paz trascendetal, algo que te llega al corazón. Si usted, amigo lector, tiene la oportunidad de visitar Fátima no lo dude, hágalo, seguro que sentirá esa paz y emoción de las que le hablo.